viernes, 13 de febrero de 2015

Capítulo 1 "Y a pesar de todo... te sigo queriendo"

Capítulo 1

La más hermosa de las vidas




Hoy, catorce de febrero, es el día. Estoy frente al espejo respirando una y otra vez, temblando de nervios. Mi vestido es tal y como soñé desde que me planteé pasar el resto de mi vida con Tomás. Es estilo princesa. Blanco invierno, strapless con escote corazón y de cintura para abajo está recubierto con tul de organza que le da caída al vestido, y zapatos de tacón forrados.
―Tomás debe estar nervioso. ―Pienso en voz alta mientras acomodo la pequeña cinta café que rodea mi talle. Sonrío al recordar las palabras que me dijo la noche anterior.
«Te lo prometo, estaré tranquilo»
Como siempre, mostrándose seguro.

Llego hasta el Templo tomada del brazo de mi padre mientras sostengo un pequeño ramito de Calas. El monaguillo sale de la Iglesia algo apurado por la puerta lateral, ya que la principal está cerrada y solo se abrirá cuándo yo esté delante tomada del brazo de mi padre.
—Señor Santibáñez —dice muy nervioso el chico de unos catorce años que está frente a nosotros—, el señor cura está retrasado. Llegará dentro de unos quince minutos.
—¡¡Increíble!! La novia llega a horario y el que llega tarde es el cura —dice mi padre visiblemente enfadado.
—Papá —digo mirándolo a los ojos—. ¿Dónde podemos esperar? —Dirijo la mirada al nervioso asistente—. No quiero subirme de nuevo al auto, no quiero que se arrugue mi vestido. ―Paso mi mano por la falda del mismo, tratando de alisar arrugas invisibles.
—Pueden pasar a la oficina del Padre Juan y esperarlo ahí —contesta el servidor del altar.
—Gracias. Discúlpame no sé tu nombre.
—Mi nombre es Francisco —dice algo acalorado.
—Gracias, Francisco. —Le agradezco con una sonrisa
Entramos a la oficina. Espero no tarde, ya estoy lo suficientemente nerviosa como para sumar más nervios.
Camino por el lugar, tratando de distraerme.
Escucho un golpe en la puerta de la oficina y corro a abrir pensando que es el cura, pero escucho la voz de Tomás.
—¿Puedo pasar? —dice preocupado.
—¡Nooo! —respondemos al unísono mi padre y yo—. Es de mala suerte ver a la novia antes de dar el Sí, quiero —digo detrás de la puerta.
—Amanda, mi amor, ¿estás arrepentida, es por eso qué no has salido? —pregunta preocupado.
—No, jamás me arrepentiría de dar este paso —digo hablándole a la puerta con ternura.
—Princesa, muévete, tengo que salir a tranquilizar a un novio —dice mi padre con una sonrisa enorme en su cara.
Me muevo reticente de la puerta para que mi padre pueda salir, pero al mismo tiempo quiero ver a Tomás. La tradición dice que la novia no puede ser vista por el novio, no al revés. Mi papá sale rápido y yo tengo que esperar a llegar a la puerta de la Iglesia para verlo. Me quedo pegada a la puerta; escuchando lo que ellos, con connivencia, hablan.
―Tomás, te voy a contar una historia. Se trata de un padre… Este padre luchó muchos años por tener un hijo. Intentó, intentó y ¡vaya que intentó! ―Tomás ríe―. En fin, como iba diciendo, intenté por muchos medios tener a Amanda. No fue fácil. Ester, mi adorada esposa, sufría mucho en cada tratamiento. Un quince de enero nos enteramos que llegaría nuestro bebé y nos cambió la vida. Ahora entenderás la razón por la cual somos muy aprensivos, si le pasa algo, me muero… ―La voz de mi padre se quiebra por la emoción―. Recé tanto a Dios para que nuestro milagro ocurriera, y ocurrió. Fui el primero en sostenerla en los brazos, en cuanto vi esos ojitos maravillosos, lo único que pedí, fue que Dios la hiciera como su madre, y lo hizo. Es amable, cariñosa, es capaz de caminar horas solo para ayudar a un amigo. Es generosa y no guarda rencor alguno. Así es mi esposa y así es mi hija. Pero ambas se hicieron tan cómplices que me sentí apartado. Entonces le dije a Dios que la hiciera como yo. No sé si fue una gran idea en verdad, pero Dios lo hizo. Ella puede hacer todo sin necesidad de un hombre a su lado, te darás cuenta que ahora, que es una mujer, puede querer una estrella e ir solita a buscarla. Pero al mismo tiempo, me he dado cuenta que es tan terca y llevada a sus ideas como yo. Finalmente dije: «Dios, simplemente, hazla feliz». ¿Puedes creer que volvió a cumplirme? Y aquí estoy, frente a ti. ¿Ves esa luz de su mirada?, yo jamás se la había visto hasta que te conoció. Y no sabes cuán feliz me hace saber que sus ojos se iluminan y que es por a ti.
―Gracias ―dice Tomás entre lágrimas. Realmente no esperaba este discurso de mi padre. Mi corazón ya no da más de felicidad, y la emoción me provoca un nudo en la garganta. Finalmente escucho a los dos hombres de mi vida dándose un abrazo.
—Señor Santibáñez, señor Eliezalde —dice el padre Juan, seguramente interrumpiendo ese momento tan íntimo entre suegro y yerno—. Mil disculpas por la tardanza. Tuve problemas con mi auto. En un momento estaré preparado para oficiar la ceremonia.
—Muy bien, voy a ubicarme junto a mis padrinos, no quiero esperar más —indica Tomás con mucha ansiedad, tirando por tierra la promesa de tranquilidad.
—Voy por Amanda —dice mi padre.
Entra mi padre a la oficina y pregunta, sonriendo y acariciando mi mejilla:
―¿Eres feliz?
―Mucho, papá.
―Pues entonces no esperemos más. Hay un hombre dispuesto a seguir haciéndote feliz.
Aún no creo todo lo que está pasando, pero son mis latidos inquietos los que me corroboran la realidad de la que soy protagonista. Es real… Tomás y yo hemos logrado ser felices, por fin.
Las puertas de la Iglesia se abren y empieza a sonar la Marcha Nupcial de Mendelshon interpretada por un Cuarteto de cuerda. Veo a Tomás que sonríe ansioso en cuanto pongo un pie en la alfombra roja. Realmente esto es un sueño. Por fin juntos sellando nuestro amor en el altar.
Llego hasta él, después de sentir que he caminado kilómetros para unirnos. En cuanto mi padre le entrega mi mano derecha, le dedica unas palabras que son escuchadas por todos los asistentes:
―Hoy te estoy entregando lo mejor que tengo en mi vida. No sé si logras dimensionarlo, ya con Jane me entenderás. Dios —dice antes de aclararse la garganta—, mi esposa y yo la hemos hecho florecer, por favor… por favor no lo arruines. No la marchites, porque hoy yo te estoy entregando la única flor de mi jardín. ―Y luego de esas palabras, mi padre y Tomás se abrazan.
Miro a mi madre, que desde la primera fila de la iglesia, llora emocionada ante el momento y las palabras de mi padre.
Seco mis lágrimas con un pañuelo que me alcanza mi madrina, Magdalena, y luego recibo de mi padre un beso, un abrazo y un último consejo: «Sé feliz».
Llega la hora de los votos y Jane; que lleva puesto un vestido de tul con una cinta lila en la cintura y un cintillo del mismo color; da pequeños pasitos tomada de la mano de Luz, acercándose con una canasta en la que están nuestras sortijas.
La primera en decir sus votos, soy yo:
―Prometo ser fiel, porque  tus brazos son el único lugar al que quiero llegar. Prometo respetar y apoyar cada uno de tus sueños y proyectos. Cuando caigas, te levantaré. Cuando rías, compartiré tu gozo porque este amor tan grande que cobijo en mí, no es casual. Y si algún día, la tempestad nos encuentra, saber navegar juntos hasta un puerto seguro. Porque sé que juntos somos mejores. Todo lo que soy y todo lo que tengo, te lo entrego. Te amé. Te amo y te amaré eternamente. ―Tomás al escuchar estas palabras, no deja de besar mi mano.
Ahora es el turno de Tomás:
―Porque quiero ser tu luz cuando la oscuridad se manifieste, porque prometo ser tu calma en tiempos difíciles, porque quiero nacer, habitar y morir en ti cada día. Porque quiero entregarte mi último suspiro. Prometo serte fiel, amarte y respetarte por el resto de mis días. Dame el sí mi vida, que este amor es para ésta y todas las vidas posibles. Yo soy tuyo y tú por siempre mía. Te amo incondicional y eternamente.
El Padre Juan bendice nuestras alianzas y sellamos con un beso nuestro compromiso ante Dios y los hombres, completando así, el pacto que nos une para siempre.
Estoy contenta, feliz y radiante. Acabo de dar el «Sí» al hombre de mi vida, y no me arrepiento de nada de lo que hemos pasado, porque eso fue lo que nos trajo hasta este momento.


¡Soy tan feliz! Voy de la mano de Tomás, quien me mira con esos ojos que no son solo el cielo sino también el mar. Cuando él me mira siento miles de mariposas aleteando en mi vientre, a tal punto de esquivar nerviosa su mirada. Tomás sonríe y presiona mi mano, unida firme, transmitiendo tranquilidad y convencida de que estar atrapada entre sus dedos es la mejor condena que puedo pagar por amarnos como lo hacemos.
Al salir de la iglesia, escoltados por nuestros padrinos, nos encontramos con todos los invitados soltando al aire pétalos de rosas rojas entre vítores y aplausos.
Los primeros abrazos y felicitaciones son de nuestros padres y amigos. Cuando me doy vuelta para encontrar la mano de mi marido, veo que está con la vista fija en un extremo, sigo su mirada y veo a Arturo ¡Ups!… Se me olvidó decirle que es uno de mis invitados
―¡Felicidades! ―dice acercándose y abrazándome.
―Gracias, Arturo. ―Le sonrío. Él se gira y se encuentra con la seria expresión de Tomás. Estira su mano, pero éste no se la recibe. Lentamente Arturo deja caer su mano en el bolsillo de su pantalón.
―Hola, Tomás. ―Tomás alza las cejas.
―Hola… ¿Cuál era tu nombre? ―Suspiro y los presento.
―Tomás, él es Arturo, mi amigo y compañ…
―¡Ah! Ya te recuerdo —dice cortante.


***

Hace exactamente un año, publiqué el primer libro de esta historia. Muchas gracias por acompañarme y por esperar tanto.
¡Feliz día de los enamorados!