Capítulo
11
Bandera Blanca
Valentín
Rafaela me tiene desesperado. Bien dicen que uno es
dueño de su silencio y esclavo de sus palabras. Ahora que como defensa le dije
que no estaba dentro de mis opciones, la muy condenada me provoca no solo con
su lengua sino que también con su cuerpo. ¡Y vaya qué cuerpo!
Intento disimular todo lo que puedo lo que ella
provoca en mí y en mi pantalón. Difícil, pero lo intento.
―Voy a sacar las maletas del auto, si quieres te
adelantas ―le digo para que me dé tiempo a tranquilizarme.
―No te preocupes, te espero. Además se supone que
tenemos que entrar juntitos, mi amor. ―Utiliza ese tonito dulce que le da a sus
palabras cuando quiere coquetear, luego sonríe y a mí se me para… el corazón.
Suspiro y acomodo con disimulo mi pantalón. Al
salir del auto siento cómo ella se aclara la garganta, la miro y me dice
señalando la puerta.
―¿Qué pasó con los caballeros de hoy en día? ―Esta
mujer se parece a Google, tiene
respuestas y preguntas para todo.
Cabreado por lo que se avecina, ya que de seguro
seré su chaperón, rodeo el auto y le abro la puerta a la dama. Lo primero que
saca con delicadeza es una pierna, luego otra y finalmente, apoyada de mi mano,
se levanta para quedar frente a mí.
―Gracias, mi amor.
Me guiña un ojo y con un andar armonioso camina
para esperarme a la salida del estacionamiento mientras saco las maletas. Yo
llevo una pequeña, Rafaela parece haber traído consigo al departamento
completo. Cuando la alcanzo, le pido que arrastre mi maleta y con fuerzas
entrelazo sus dedos. Encajamos, puedo sentir que tanto sus manos como las mías
sudan por tenernos así, tan cerquita. Busco su mirada pero ella parece más
concentrada en el piso. Luego de avanzar unos cuantos pasos, ella murmura:
―Si sigues apretando mi mano como lo estás
haciendo, en cualquier momento me la amputas. Tranquilo, macho, no me voy a ir.
Sé que no puedes vivir sin mí, pero no me está llegando sangre y se me empiezan
a adormecer los dedos.
Recién en ese momento me doy cuenta cuánto la he
aferrado a mí. Libero la presión que he ejercido en ella y ella se muestra
agradecida.
―Lo siento, no me di cuenta.
No necesitamos avanzar demasiado para ver algunas
cámaras y dos personas con micrófonos en la mano. Procedemos según lo acordado,
actuar “normal”, como si no estuvieran a nuestro alrededor. Ciro no me hubiese
pedido que actuara normal si viera lo imposible que es al tener a Rafaela con
un vestido que roza lo indecente.
―Bien, veo que ya estamos todos para montar el
show.
Rafaela se acaricia el pelo y me arrastra a la fila
para abordar. Una vez que estamos ahí, bien juntos, se inclina para guardar o
sacar algo de su maleta. ¡Es mala! ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Miro al
techo o le miro el trasero? No alcanzo ni siquiera a hacerme la pregunta porque
mis ojos se mandan solos.
―¿Haces mucha bicicleta, Rafa? ―pregunto oteando lo
torneados que están sus glúteos.
―No soy de hacer ejercicio. ¿Por qué lo…? ―Se gira
y su pregunta queda suspendida en el aire cuando descubre lo que estoy
mirando―. ¡Qué sucio eres, Valentín! ¿No habías visto uno igual antes? ¡Uf!
Dejan mucho que desear tus expectativas.
―Mmm… Un hombre no tiene memoria pero debo
reconocer que tienes…
―¡Cállate! ―exclama entre dientes, y luego… de un
momento a otro, la tengo pegada a mí, a mi boca. Esta vez nuestro beso es
dulce, tierno pero igual de excitante. Cuando nos separamos, acaricia con
cariño mi mejilla y con una sonrisa que no logro descubrir si es sincera o
fingida, me dice―: Así te ves mucho mejor, mi amor.
Le sonrío y a riesgo de que me dé una bofetada o,
como dice ella, me exprima los huevos, envuelvo su cintura con mi brazo derecho
y le doy otro beso que a ambos nos deja temblando. ¡Estamos dando un
espectáculo genial! Hoy la guerra es de besos.
La fila avanza y con cariño acomodo sus mechones.
No sé si lo hago porque pretendo que las cámaras registren lo tierno que puedo
ser con mi pareja, o porque quiero que ella lo sepa. Lo cierto es que me le
quedo mirando embelesado y ella, con una risa nerviosa se acerca y besa mi
mejilla.
―No te pases, Ruminó, que desde aquí los
periodistas ya no ven nada.
―¿No? ¿Y entonces por qué acabas de besarme la
mejilla y sonreírme como si fuera el hombre de tus sueños? ―Alzo las cejas y a
ella se le cae la sonrisa―. Es una broma.
―Sigamos que nos toca entrar a la Zona de Policía
Internacional. ―Toma su maleta y vuelve a su postura distante y a la defensiva.
―Mujeres…
Cuando voy a dar un paso al frente, la persona que
está detrás de mí me detiene.
―¿Tú eres el escritor? ¿Podrías sacarte una foto
conmigo?
―Sí, claro…
Noto por el rabillo del ojo que Rafaela se aleja
sin esperarme y por más que intento deshacerme de la fans para alcanzarla, no
lo consigo.
―Lo siento, ya debo irme…
Cuando logro liberarme, no veo a Rafaela por ningún
lado. Realizo los últimos trámites y paso directo a la sala en la debemos
esperar a que autoricen el embarque. Comienzo a ponerme nervioso, ella no aparece
y el reloj sigue acortando los minutos que faltan para el despegue.
Saco mi celular y recién en ese momento me doy
cuenta de que no tengo el número de teléfono de Rafa. ¡Increíble! Hubiese sido
otra mujer, lo primero que le pedía era el teléfono, pero como con ella comencé
con el pie izquierdo… ¿Dónde mierda te metiste, Rafaela?
No tengo que esperar para obtener una respuesta. La
princesa hace entrada con un montón de bolsas que no tengo idea cómo va a meter
en su cartera. No deberían permitir a las mujeres entrar al Duty Free; ¡compran hasta por las dudas!
―Veo que apareciste ―digo mientras sigo con la
mirada sus pasos.
―Sí, compré algunas cositas.
―Algunas cositas… ―repito mirando las tres bolsas
que lleva en la mano―. Rafa, dame tu número de celular. No lo he registrado.
Sin mirarla espero atento a su respuesta. Cuando
levanto la vista, ya no está. Giro mi cabeza, buscando pistas de ella. Nada,
solo gente avanzando para entrar al avión.
***
―Señorita, ¿la mujer que estaba recién acá…? ―La
azafata que chequeaba la lista de pasajeros en la mesa de la aerolínea se
encogió de hombros.
Valentín ingresó a la manga que lo llevaría hasta
el avión. De lejos, una cabellera rubia le confirmó que Rafaela ingresaba antes
que él.
―Podrías haberme dicho… ¿No crees?
―Ah, es que pensé que pedirías entrada exclusiva
como lo hiciste la vez anterior. Y antes de que me advirtieras que entrarías
solo…
―¡Qué tonta! No te hubiera dejado sola, además me
olvidé de pedir en primera clase ―contestó mientras analizaba que ni siquiera
se había preocupado por eso, que antes era tan importante. Ahora su mente la
llenaba Rafaela, qué locura.
―Yo sí o sí voy en la ventana, te advierto.
―Como quieras, mi amor. ―Sonrió irónico a la vez
que ella le pasaba las bolsas para que las dejara en el compartimiento que había
sobre sus asientos.
Las azafatas comenzaron con las indicaciones en caso
de emergencia y Valentín no pudo evitar mirarlas de pies a cabeza. Rafaela notó
aquella inspección, y mitad broma y mitad verdad, le dijo:
―Soy una novia celosa.
―¿Sí? Lo bueno es que acá arriba no hay cámaras.
―Yo no estaría tan segura… ―contestó de forma
cantarina mientras señaló con la vista a un chico que sostenía una cámara y que
los miraba desde algunos asientos más adelante.
―Okey, show en el cielo también… ―Se giró y besó
sin permiso a Rafaela.
Ella ya se estaba acostumbrando a esa forma que tenía
Valentín a invadirla con una furia desmedida que poco a poco se iba suavizando
a la par que sus labios y lengua se rozaban. Ella, amparada en seguir el juego,
lo disfrutaba sin reclamos, pero si otra hubiese sido la situación, habría
puesto muros a su alrededor. Sabía cuánto la afectaba Valentín y también conocía
cuánto sufriría cuando el cuentito de hadas se acabara. Él no era el hombre de
sus sueños, a pesar de que ya lo había soñado. Valentín, el real, era un hombre
apasionado, extremadamente arrogante pero… por alguna razón, cuando lo besaba,
podía sentir la esencia de ese hombre del cual se había enamorado.
El escritor, por su lado, pensaba igual. Rafaela
era una mujer explosiva en todos los sentidos. Besaba delicioso, alteraba sus
hormonas y quizás, hubiese sido una buena conquista de una sola noche. Pero había
algo más en ella, algo que no lograba comprender del todo.
Existen personas que nos hacen sentir como en casa,
que emanan una paz aunque sean un terremoto. Bien, Rafaela era eso para Valentín,
era una mujer con la que se sentía cómodo, tranquilo, en paz… aunque vivieran
enfrentándose. Cuando la miraba, cuando la rozaba al descuido, cuando la tomaba
de la mano o besaba como ahora, ella desprendía una sensación agradable, cómoda…
incluso podía decir que todo aquello ya lo había sentido antes. ¿Quizás con
Antonia? Debía ser con ella porque con ninguna otra mujer se había comprometido
tanto. Lástima que…
Se separó de golpe y Rafaela quedó suspendida en el
aire unos segundos, confundida. Ambos se acomodaron en silencio en sus
asientos. No dijeron nada y para el despegue, ella cerró los ojos.
―No te va a pasar nada.
―Eso no lo sabes… ―respondió ella.
―¿Rafaela le tiene miedo a los aviones? ¡Guau! Pensé
que tú no le temías a nada.
―A veces eres muy raro, Valentín ―susurró sin
prestar atención a su comentario―. Me tomas como si fuera de tu propiedad, pero
luego me sueltas como si yo fuera prohibida.
El avión comenzó a estabilizarse en el aire y ella
aún seguía con los ojos cerrados. Valentín la miró atento, ¿cómo responderle a
esa afirmación? Nunca se había planteado que él la sintiera prohibida. ¿Qué
diferencia había entre ella y sus últimas conquistas? ¡Todo! De partida,
Rafaela lo enfrentó como si él fuera un mosquito más al que aplastar. Ahora,
por cosas del trabajo, la tenía sentada al lado y jugando a ser novios. Pensaba
en ella como nunca o casi nunca había pensado en alguien, y ahora… Ella decía
que él la trataba como si fuera prohibida.
―No creo que seas prohibida, pero sí que eres una
mujer un poco… diferente a las demás.
Rafa abrió los ojos y se rió. Muchos hombres le habían
dicho lo mismo, pero con intención de halagarla. Este no… Valentín le estaba
diciendo que era inferior a lo que había probado antes… ¡No había caso con
Valentín!
―¡Ah, cierto! Tus expectativas son otras… ―Rafaela
deslizó una de sus manos por su cabello y lo miró coqueta―. Prohibida porque no
estoy dentro de lo que acostumbras a elegir. ¿Alguna vez alguien se enamoró de
ti o siempre terminaste alejándolas por tu carácter?
La pregunta dolió más que cualquier otra cosa que
ella hubiese dicho o hecho antes. Se le oscureció la mirada y el rostro terminó
por desfigurársele. Sin embargo, contestó:
―No siempre fui así.
―Es decir que sí lograste enamorar a alguien y que
te correspondiera… ―concluyó divertida, sin darse cuenta de todo lo que sus palabras
perforaban aquella coraza que él había armado alrededor de un tema que aún dolía.
―No quiero seguir hablando. Tengo un poco de sueño.
¿No te molesta si me duermo? ―Cambió de tema, no esperó respuesta y cerró los
ojos.
Rafaela no comprendía que ni siquiera le hubiese
respondido con alguna de sus ingeniosas o altaneras palabrotas. Simplemente
contestó con ambigüedades y evasivas. ¿Valentín sí tenía corazón? Y uno muy
dolido al parecer.
Toda su estrategia para seducirlo durante el viaje
para que luego rogara por ella, se quedó bajo el avión. Él pareció distante, ceñido
en sus propios pensamientos y ni siquiera hubo oportunidad de hablar como
personas civilizadas. Nada, absolutamente ningún contacto entre ellos más que
estar uno al lado del otro.
No le gustaba ese Valentín. Prefería que le peleara
a que la ignorara y, por alguna impulsiva razón, Rafaela al momento de salir,
lo pilló desprevenido y le comió la boca a besos. Cuando lograron separarse, él
la miró extrañado.
―¿Por qué lo hiciste? ―Por fin obtenía una palabra
de Valentín.
―Por los periodistas…
―En esta zona no hay ninguno… ―respondió cansado
por el viaje.
―¿Cómo que no? El que venía con nosotros tenía que
llevarse material y aparte del beso que me diste antes del despegue, ni
siquiera fuiste capaz de mirarme. Simplemente hago mi trabajo ya que tú no
haces el tuyo.
Valentín ya lograba comprender el lenguaje corporal
de Rafaela. Estaba nerviosa, intentando justificar su actuar con lo primero que
se le ocurrió. Era escritora, bien podía inventarse una pequeña respuesta. A
propósito, ¿de qué se trataría la historia de Rafaela? No lo averiguaría hasta
que un tornado volviera a azotar su carrera.
Rafaela lo tomó de la mano, dirigiéndolo a la
salida. Muchas cámaras y micrófonos le daban la bienvenida. Ella sonrió, él la
abrazó y besó su coronilla. Luego, vinieron las preguntas.
―¿Es cierto que se reconcilian luego del incidente
que llevó a Valento al hospital?
Quien contestó esa pregunta fue Valentín, así lo
habían acordado en la editorial.
―Lo del hospital no fue culpa de Rafaela. Quiso
ayudarme y se confundió, nada más. Pero estamos bien y a pesar de algunas
dificultades, queremos unos días para nosotros.
Flashes, muchos flashes. Otro medio se acercó y le
preguntó a ella.
―¿Van a realizar un libro juntos?
Valentín rió para sí mismo. ¿Trabajar con ella? Imposible,
jamás estarían de acuerdo. Aquella idea loca terminaría en casamiento o
funeral.
―Claro, está dentro de nuestros planes ―respondió
Rafa con una enorme sonrisa.
Una vez que ya estaban dentro del auto que los
llevaría a su «nidito de amor», ella habló.
―Yo era de las personas que aborrecía a la televisión,
a los payasos que la aprovechaban y a toda esa cantidad de gente que se movía
como títeres a su alrededor. ―Estaba cruzada de brazos y mirando hacia el
exterior―. ¿En qué minuto dejé de lado mis convicciones por el dinero? Me avergüenzo.
Le miento a la gente, a quienes leen mis libros. Eso no me gusta de esta nueva
etapa.
―No puedo creer que Rafaela San Martín piense en la
gente…
―¿Perdón?
―Perdonada…
―El arrogante, el hombre que pasaba a llevar a todo
el mundo para que lo miraran como ídolo… Eras tú. Aun no entiendo tus motivos
porque ahora, siendo un amor de persona conmigo ante las cámaras, sigues
vendiendo más.
―Jamás se me había pasado por la cabeza tener una
novia falsa. Ni tú ni yo les mentimos a la gente, ellos creyeron lo que los
medios le dijeron.
―Antes. Antes fue así, pero ahora les estamos
vendiendo una reconciliación que no existe.
Rafaela lo miró, de verdad preocupada por lo que
había sucedido. Y entonces Valentín llegó con una de sus frases, esas que a
ella la confundían. Esas frases que mezclaban al Valentín de sus sueños y al de
sus mejores pesadillas.
―Hagámoslo realidad, entonces. Hacerlo realidad no
nos cuesta nada. Reconciliémonos. ―Le estiró su mano caballerosamente mientras
la miraba directamente a los ojos.
Ella lo observó atentamente, desconfiada ante esa
bandera blanca que él levantaba primero que ella.
Con cautela guió su mano a la de Valentín y en un
gesto genuino, unieron sus manos. Dejarían los enfrentamientos a un lado ―o por
lo menos eso pretendían―, y se tomarían ese trabajo en serio.
Dos manos unidas pueden significar muchas cosas. Ayuda,
compañía, amor. Pero en ese momento, ninguno de los dos podía comprender qué
vendría luego de esa señal tan inocente como dejar de enfrentarse para comenzar
a conocerse. Bajar las armas y descubrir lo que había más allá de lo que sus
personalidades aparentaban. Mirarse con los ojos del alma y no con los que ven
sin comprender lo que observan.