viernes, 25 de septiembre de 2015

Capítulo 11: Bandera Blanca





Capítulo 11
Bandera Blanca



Valentín

Rafaela me tiene desesperado. Bien dicen que uno es dueño de su silencio y esclavo de sus palabras. Ahora que como defensa le dije que no estaba dentro de mis opciones, la muy condenada me provoca no solo con su lengua sino que también con su cuerpo. ¡Y vaya qué cuerpo!
Intento disimular todo lo que puedo lo que ella provoca en mí y en mi pantalón. Difícil, pero lo intento.
―Voy a sacar las maletas del auto, si quieres te adelantas ―le digo para que me dé tiempo a tranquilizarme.
―No te preocupes, te espero. Además se supone que tenemos que entrar juntitos, mi amor. ―Utiliza ese tonito dulce que le da a sus palabras cuando quiere coquetear, luego sonríe y a mí se me para… el corazón.
Suspiro y acomodo con disimulo mi pantalón. Al salir del auto siento cómo ella se aclara la garganta, la miro y me dice señalando la puerta.
―¿Qué pasó con los caballeros de hoy en día? ―Esta mujer se parece a Google, tiene respuestas y preguntas para todo.
Cabreado por lo que se avecina, ya que de seguro seré su chaperón, rodeo el auto y le abro la puerta a la dama. Lo primero que saca con delicadeza es una pierna, luego otra y finalmente, apoyada de mi mano, se levanta para quedar frente a mí.
―Gracias, mi amor.
Me guiña un ojo y con un andar armonioso camina para esperarme a la salida del estacionamiento mientras saco las maletas. Yo llevo una pequeña, Rafaela parece haber traído consigo al departamento completo. Cuando la alcanzo, le pido que arrastre mi maleta y con fuerzas entrelazo sus dedos. Encajamos, puedo sentir que tanto sus manos como las mías sudan por tenernos así, tan cerquita. Busco su mirada pero ella parece más concentrada en el piso. Luego de avanzar unos cuantos pasos, ella murmura:
―Si sigues apretando mi mano como lo estás haciendo, en cualquier momento me la amputas. Tranquilo, macho, no me voy a ir. Sé que no puedes vivir sin mí, pero no me está llegando sangre y se me empiezan a adormecer los dedos.
Recién en ese momento me doy cuenta cuánto la he aferrado a mí. Libero la presión que he ejercido en ella y ella se muestra agradecida.
―Lo siento, no me di cuenta.
No necesitamos avanzar demasiado para ver algunas cámaras y dos personas con micrófonos en la mano. Procedemos según lo acordado, actuar “normal”, como si no estuvieran a nuestro alrededor. Ciro no me hubiese pedido que actuara normal si viera lo imposible que es al tener a Rafaela con un vestido que roza lo indecente.
―Bien, veo que ya estamos todos para montar el show.
Rafaela se acaricia el pelo y me arrastra a la fila para abordar. Una vez que estamos ahí, bien juntos, se inclina para guardar o sacar algo de su maleta. ¡Es mala! ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Miro al techo o le miro el trasero? No alcanzo ni siquiera a hacerme la pregunta porque mis ojos se mandan solos.
―¿Haces mucha bicicleta, Rafa? ―pregunto oteando lo torneados que están sus glúteos.
―No soy de hacer ejercicio. ¿Por qué lo…? ―Se gira y su pregunta queda suspendida en el aire cuando descubre lo que estoy mirando―. ¡Qué sucio eres, Valentín! ¿No habías visto uno igual antes? ¡Uf! Dejan mucho que desear tus expectativas.
―Mmm… Un hombre no tiene memoria pero debo reconocer que tienes…
―¡Cállate! ―exclama entre dientes, y luego… de un momento a otro, la tengo pegada a mí, a mi boca. Esta vez nuestro beso es dulce, tierno pero igual de excitante. Cuando nos separamos, acaricia con cariño mi mejilla y con una sonrisa que no logro descubrir si es sincera o fingida, me dice―: Así te ves mucho mejor, mi amor.
Le sonrío y a riesgo de que me dé una bofetada o, como dice ella, me exprima los huevos, envuelvo su cintura con mi brazo derecho y le doy otro beso que a ambos nos deja temblando. ¡Estamos dando un espectáculo genial! Hoy la guerra es de besos.
La fila avanza y con cariño acomodo sus mechones. No sé si lo hago porque pretendo que las cámaras registren lo tierno que puedo ser con mi pareja, o porque quiero que ella lo sepa. Lo cierto es que me le quedo mirando embelesado y ella, con una risa nerviosa se acerca y besa mi mejilla.
―No te pases, Ruminó, que desde aquí los periodistas ya no ven nada.
―¿No? ¿Y entonces por qué acabas de besarme la mejilla y sonreírme como si fuera el hombre de tus sueños? ―Alzo las cejas y a ella se le cae la sonrisa―. Es una broma.
―Sigamos que nos toca entrar a la Zona de Policía Internacional. ―Toma su maleta y vuelve a su postura distante y a la defensiva.
―Mujeres…
Cuando voy a dar un paso al frente, la persona que está detrás de mí me detiene.
―¿Tú eres el escritor? ¿Podrías sacarte una foto conmigo?
―Sí, claro…
Noto por el rabillo del ojo que Rafaela se aleja sin esperarme y por más que intento deshacerme de la fans para alcanzarla, no lo consigo.
―Lo siento, ya debo irme…
Cuando logro liberarme, no veo a Rafaela por ningún lado. Realizo los últimos trámites y paso directo a la sala en la debemos esperar a que autoricen el embarque. Comienzo a ponerme nervioso, ella no aparece y el reloj sigue acortando los minutos que faltan para el despegue.
Saco mi celular y recién en ese momento me doy cuenta de que no tengo el número de teléfono de Rafa. ¡Increíble! Hubiese sido otra mujer, lo primero que le pedía era el teléfono, pero como con ella comencé con el pie izquierdo… ¿Dónde mierda te metiste, Rafaela?
No tengo que esperar para obtener una respuesta. La princesa hace entrada con un montón de bolsas que no tengo idea cómo va a meter en su cartera. No deberían permitir a las mujeres entrar al Duty Free; ¡compran hasta por las dudas!
―Veo que apareciste ―digo mientras sigo con la mirada sus pasos.
―Sí, compré algunas cositas.
―Algunas cositas… ―repito mirando las tres bolsas que lleva en la mano―. Rafa, dame tu número de celular. No lo he registrado.
Sin mirarla espero atento a su respuesta. Cuando levanto la vista, ya no está. Giro mi cabeza, buscando pistas de ella. Nada, solo gente avanzando para entrar al avión.
***

―Señorita, ¿la mujer que estaba recién acá…? ―La azafata que chequeaba la lista de pasajeros en la mesa de la aerolínea se encogió de hombros.
Valentín ingresó a la manga que lo llevaría hasta el avión. De lejos, una cabellera rubia le confirmó que Rafaela ingresaba antes que él.
―Podrías haberme dicho… ¿No crees?
―Ah, es que pensé que pedirías entrada exclusiva como lo hiciste la vez anterior. Y antes de que me advirtieras que entrarías solo…
―¡Qué tonta! No te hubiera dejado sola, además me olvidé de pedir en primera clase ―contestó mientras analizaba que ni siquiera se había preocupado por eso, que antes era tan importante. Ahora su mente la llenaba Rafaela, qué locura.
―Yo sí o sí voy en la ventana, te advierto.
―Como quieras, mi amor. ―Sonrió irónico a la vez que ella le pasaba las bolsas para que las dejara en el compartimiento que había sobre sus asientos.
Las azafatas comenzaron con las indicaciones en caso de emergencia y Valentín no pudo evitar mirarlas de pies a cabeza. Rafaela notó aquella inspección, y mitad broma y mitad verdad, le dijo:
―Soy una novia celosa.
―¿Sí? Lo bueno es que acá arriba no hay cámaras.
―Yo no estaría tan segura… ―contestó de forma cantarina mientras señaló con la vista a un chico que sostenía una cámara y que los miraba desde algunos asientos más adelante.
―Okey, show en el cielo también… ―Se giró y besó sin permiso a Rafaela.
Ella ya se estaba acostumbrando a esa forma que tenía Valentín a invadirla con una furia desmedida que poco a poco se iba suavizando a la par que sus labios y lengua se rozaban. Ella, amparada en seguir el juego, lo disfrutaba sin reclamos, pero si otra hubiese sido la situación, habría puesto muros a su alrededor. Sabía cuánto la afectaba Valentín y también conocía cuánto sufriría cuando el cuentito de hadas se acabara. Él no era el hombre de sus sueños, a pesar de que ya lo había soñado. Valentín, el real, era un hombre apasionado, extremadamente arrogante pero… por alguna razón, cuando lo besaba, podía sentir la esencia de ese hombre del cual se había enamorado.
El escritor, por su lado, pensaba igual. Rafaela era una mujer explosiva en todos los sentidos. Besaba delicioso, alteraba sus hormonas y quizás, hubiese sido una buena conquista de una sola noche. Pero había algo más en ella, algo que no lograba comprender del todo.
Existen personas que nos hacen sentir como en casa, que emanan una paz aunque sean un terremoto. Bien, Rafaela era eso para Valentín, era una mujer con la que se sentía cómodo, tranquilo, en paz… aunque vivieran enfrentándose. Cuando la miraba, cuando la rozaba al descuido, cuando la tomaba de la mano o besaba como ahora, ella desprendía una sensación agradable, cómoda… incluso podía decir que todo aquello ya lo había sentido antes. ¿Quizás con Antonia? Debía ser con ella porque con ninguna otra mujer se había comprometido tanto. Lástima que…
Se separó de golpe y Rafaela quedó suspendida en el aire unos segundos, confundida. Ambos se acomodaron en silencio en sus asientos. No dijeron nada y para el despegue, ella cerró los ojos.
―No te va a pasar nada.
―Eso no lo sabes… ―respondió ella.
―¿Rafaela le tiene miedo a los aviones? ¡Guau! Pensé que tú no le temías a nada.
―A veces eres muy raro, Valentín ―susurró sin prestar atención a su comentario―. Me tomas como si fuera de tu propiedad, pero luego me sueltas como si yo fuera prohibida.
El avión comenzó a estabilizarse en el aire y ella aún seguía con los ojos cerrados. Valentín la miró atento, ¿cómo responderle a esa afirmación? Nunca se había planteado que él la sintiera prohibida. ¿Qué diferencia había entre ella y sus últimas conquistas? ¡Todo! De partida, Rafaela lo enfrentó como si él fuera un mosquito más al que aplastar. Ahora, por cosas del trabajo, la tenía sentada al lado y jugando a ser novios. Pensaba en ella como nunca o casi nunca había pensado en alguien, y ahora… Ella decía que él la trataba como si fuera prohibida.
―No creo que seas prohibida, pero sí que eres una mujer un poco… diferente a las demás.
Rafa abrió los ojos y se rió. Muchos hombres le habían dicho lo mismo, pero con intención de halagarla. Este no… Valentín le estaba diciendo que era inferior a lo que había probado antes… ¡No había caso con Valentín!
―¡Ah, cierto! Tus expectativas son otras… ―Rafaela deslizó una de sus manos por su cabello y lo miró coqueta―. Prohibida porque no estoy dentro de lo que acostumbras a elegir. ¿Alguna vez alguien se enamoró de ti o siempre terminaste alejándolas por tu carácter?
La pregunta dolió más que cualquier otra cosa que ella hubiese dicho o hecho antes. Se le oscureció la mirada y el rostro terminó por desfigurársele. Sin embargo, contestó:
―No siempre fui así.
―Es decir que sí lograste enamorar a alguien y que te correspondiera… ―concluyó divertida, sin darse cuenta de todo lo que sus palabras perforaban aquella coraza que él había armado alrededor de un tema que aún dolía.
―No quiero seguir hablando. Tengo un poco de sueño. ¿No te molesta si me duermo? ―Cambió de tema, no esperó respuesta y cerró los ojos.
Rafaela no comprendía que ni siquiera le hubiese respondido con alguna de sus ingeniosas o altaneras palabrotas. Simplemente contestó con ambigüedades y evasivas. ¿Valentín sí tenía corazón? Y uno muy dolido al parecer.
Toda su estrategia para seducirlo durante el viaje para que luego rogara por ella, se quedó bajo el avión. Él pareció distante, ceñido en sus propios pensamientos y ni siquiera hubo oportunidad de hablar como personas civilizadas. Nada, absolutamente ningún contacto entre ellos más que estar uno al lado del otro.
No le gustaba ese Valentín. Prefería que le peleara a que la ignorara y, por alguna impulsiva razón, Rafaela al momento de salir, lo pilló desprevenido y le comió la boca a besos. Cuando lograron separarse, él la miró extrañado.
―¿Por qué lo hiciste? ―Por fin obtenía una palabra de Valentín.
―Por los periodistas…
―En esta zona no hay ninguno… ―respondió cansado por el viaje.
―¿Cómo que no? El que venía con nosotros tenía que llevarse material y aparte del beso que me diste antes del despegue, ni siquiera fuiste capaz de mirarme. Simplemente hago mi trabajo ya que tú no haces el tuyo.
Valentín ya lograba comprender el lenguaje corporal de Rafaela. Estaba nerviosa, intentando justificar su actuar con lo primero que se le ocurrió. Era escritora, bien podía inventarse una pequeña respuesta. A propósito, ¿de qué se trataría la historia de Rafaela? No lo averiguaría hasta que un tornado volviera a azotar su carrera.
Rafaela lo tomó de la mano, dirigiéndolo a la salida. Muchas cámaras y micrófonos le daban la bienvenida. Ella sonrió, él la abrazó y besó su coronilla. Luego, vinieron las preguntas.
―¿Es cierto que se reconcilian luego del incidente que llevó a Valento al hospital?
Quien contestó esa pregunta fue Valentín, así lo habían acordado en la editorial.
―Lo del hospital no fue culpa de Rafaela. Quiso ayudarme y se confundió, nada más. Pero estamos bien y a pesar de algunas dificultades, queremos unos días para nosotros.
Flashes, muchos flashes. Otro medio se acercó y le preguntó a ella.
―¿Van a realizar un libro juntos?
Valentín rió para sí mismo. ¿Trabajar con ella? Imposible, jamás estarían de acuerdo. Aquella idea loca terminaría en casamiento o funeral.
―Claro, está dentro de nuestros planes ―respondió Rafa con una enorme sonrisa.
Una vez que ya estaban dentro del auto que los llevaría a su «nidito de amor», ella habló.
―Yo era de las personas que aborrecía a la televisión, a los payasos que la aprovechaban y a toda esa cantidad de gente que se movía como títeres a su alrededor. ―Estaba cruzada de brazos y mirando hacia el exterior―. ¿En qué minuto dejé de lado mis convicciones por el dinero? Me avergüenzo. Le miento a la gente, a quienes leen mis libros. Eso no me gusta de esta nueva etapa.
―No puedo creer que Rafaela San Martín piense en la gente…
―¿Perdón?
―Perdonada…
―El arrogante, el hombre que pasaba a llevar a todo el mundo para que lo miraran como ídolo… Eras tú. Aun no entiendo tus motivos porque ahora, siendo un amor de persona conmigo ante las cámaras, sigues vendiendo más.
―Jamás se me había pasado por la cabeza tener una novia falsa. Ni tú ni yo les mentimos a la gente, ellos creyeron lo que los medios le dijeron.
―Antes. Antes fue así, pero ahora les estamos vendiendo una reconciliación que no existe.
Rafaela lo miró, de verdad preocupada por lo que había sucedido. Y entonces Valentín llegó con una de sus frases, esas que a ella la confundían. Esas frases que mezclaban al Valentín de sus sueños y al de sus mejores pesadillas.
―Hagámoslo realidad, entonces. Hacerlo realidad no nos cuesta nada. Reconciliémonos. ―Le estiró su mano caballerosamente mientras la miraba directamente a los ojos.
Ella lo observó atentamente, desconfiada ante esa bandera blanca que él levantaba primero que ella.
Con cautela guió su mano a la de Valentín y en un gesto genuino, unieron sus manos. Dejarían los enfrentamientos a un lado ―o por lo menos eso pretendían―, y se tomarían ese trabajo en serio.
Dos manos unidas pueden significar muchas cosas. Ayuda, compañía, amor. Pero en ese momento, ninguno de los dos podía comprender qué vendría luego de esa señal tan inocente como dejar de enfrentarse para comenzar a conocerse. Bajar las armas y descubrir lo que había más allá de lo que sus personalidades aparentaban. Mirarse con los ojos del alma y no con los que ven sin comprender lo que observan.



sábado, 19 de septiembre de 2015

Capítulo 10: Del odio al amor...







Capítulo 10
Del odio al amor…



Ciro, sentado en su gran sillón, observaba a la pareja. Algo extraño pasaba entre ellos; no se estaban peleando y parecían ignorarse.
Con sus manos enlazadas sobre su escritorio, se aclaró la garganta para llamar la atención de ambos, que parecían estar perdidos en algún lugar de la galaxia.
―¿Qué sucede entre ustedes? ―Su dedo índice paseó de uno a otro y luego se lo llevó a la sien, para sostener con él su cabeza.
―Nada… ―dijeron ambos. Rafaela se cruzó de brazos y se removió incómoda en su asiento, mientras que Valentín tamboreó sus dedos en el pie que tenía sobre su pierna derecha.
―Okey… ―Arrastró su asiento hacia atrás y se levantó para pasear por su oficina―. Ambos han provocado un caos en México, supongo que lo saben.
―Eso… Ciro, ¿podríamos hablar este tema en privado? ―Rafaela tenía su orgullo, ya lo había demostrado, y si la iban a echar, ni muerta dejaría que lo hicieran frente a Valentín.
―No. Continúo… Este caos ha traído consecuencias…
―Concuerdo con Rafaela, creo que es un tema que podemos hablar en privado, Ciro. ―Él ya tenía el orgullo bastante herido como para que Ciro revelara su mala suerte ante Rafaela. ¡Eso sí que no!
―¡Basta! Déjenme hablar, por favor. ―Estaba exasperado, intentando introducirlos al tema. Comprometerlos para que aceptaran ser parte del nuevo trato. Al fin y al cabo, la millonada que él ganaría, solo era posible si ambos participaban en esa especie de reality―. Esas consecuencias son el interés por un medio de prensa para cubrir su reconciliación ―enfatizó la palabra y esbozó una enorme sonrisa―. ¿Me entienden? Ustedes se irán de viaje de reconciliación, todo pagado por el canal de televisión y… a cambio solo tienen que dejarse ver dándose unos cuantos besos y listo… Y no solo eso, nos pagarán muy bien. ¿Es o no la mejor noticia que han recibido en su vida?
―Olvídalo… ―dijo Valentín, a la espera de que Rafaela también rechazara la absurda propuesta, pero Rafaela se quedó estupefacta. No podía creer que Valento Ruminó rechazara las cámaras.
―¿Cómo que olvídalo? No sé tú, pero yo necesito este trabajito… Si es por… ―Valentín abrió los ojos, no creía capaz a Rafaela para dar a conocer el nefasto rendimiento que había tenido justo en… “eso”. ¿O sí era capaz?
―¡Ay, ya empezamos mal! Ustedes dos lo echan todo a perder. ―Ciro debía tomar las riendas del asunto, eran millones en juego―. Tú, Rafaela, necesitas el trabajo… pero también debes mantenerlo. No quiero provocaciones entre los dos. Y, Valento, recuerda que aún no decido si te salvo o no con la reedición de tu libro.
¡Listo! Ciro tenía la sartén por el mango. Sonrió a sabiendas que esos dos debían hacer lo que él les pidiera y este viaje era una exigencia sin derecho a reclamos ni pataleos.
―¡Esto es el colmo! No me vas a chantajear, Ciro. ―Valentín se levantó, no iba a ceder así como así, sin imponerse. No pensaba irse de viaje otra vez con Rafaela, esa mujer era capaz de destruir lo poco que quedaba de él.
―Tú ves… No hay viaje, no hay libro publicado. ―Sonrió.
―A ver… ―habló Rafaela―. Yo menos voy a estar en un viaje donde… el señor sevarápido no quiera estar conmigo. ―Listo, lo dijo. Tampoco iba a quedarse callada a sabiendas de que el hombre no quería compartir más con ella. Bueno, ahora que lo pensaba mejor, con lo que acababa de decir las probabilidades de una tregua se reducían a cero.
―Valento… Grábatelo bien, señorita Rafaela-lengua-larga. ―Intentó defenderse, pero no afectó en lo más mínimo a la escritora, todo lo contrario, le dio cuerda para seguir aplastándolo como a un gusanito.
―Por lo menos yo tengo algo largo, aparte del pelo, claro… En cambio… ―Lo miró de pies a cabeza.
Ciro disfrutaba del espectáculo. Este par ¿reconciliándose? ¡A quién quería engañar! Esos dos necesitaban ese viaje para bajar la guardia y empezar a enamorarse, porque estaba claro que entre ellos había un tire y afloje que solo provenía del instinto de doblegar al otro para hacerlo suyo.
Salió con cuidado, esos dos parecían olvidarse del mundo cuando se enfrentaban. Una vez que estuvo fuera de la oficina, cerró con llave y los dejó ahí, discutiendo.
―Cassie, vamos a almorzar…
―Pero… ¿Y ellos, señor? ―Apuntó a la oficina.
―Nada que no puedan solucionar… Les hará bien. ―Le guiñó el ojo y salieron.
Adentro de la oficina, Rafaela y Valentín se miraron en silencio durante unos segundos, luego, ella habló:
―¿Y Ciro?
―Seguro se cansó de escuchar tus impertinencias y se fue. ―Valentín se sentó nuevamente en su lugar y se tomó el puente de la nariz.
Esa mujer hacía y deshacía con él. Y lo peor es que a él le gustaba que tuviera ese poder, que usara cualquier artilugio con tal de someterlo a su voluntad. Estaba agotado y no pretendía continuar con esa batalla que no llegaba a ningún lado. Necesitaba el maldito trabajo aunque con ello perdiera su título de macho seductor. Lo cierto era que a Rafaela no podía seducirla porque ella lo apocaba. Punto.
―¿Cansado de mí? De ti se cansó porque no haces otra cosa que reclamar. Todo tiene que ser a tu antojo; pues no, su majestad. Baja de esa nube que hace tiempo perdiste el título de Dios. ―Rafaela también se sentó y comenzó a hojear una revista. Ciro en cualquier minuto aparecería.
Así, callados, uno mirando al techo y otra mirando una revista, esperaron más de veinte minutos a que el editor volviera.
―No sé tú, pero yo tengo cosas que hacer. Me voy. ―La mujer se levantó y se acercó a la puerta. No se abría, la puerta estaba trabajada.
―¡Hey! ¿Qué estás haciendo? La vas a romper.
Valentín se acercó para detener a Rafaela que utilizaba toda su fuerza para girar la manilla.
―¡Está trabada!
―No, Ciro nos dejó encerrados. ¿Qué pretende?
―¡Lo que me faltaba! Morir encerrada contigo… ―Valentín ya no iba a responder a ninguna provocación. Quería salir pronto de allí. Buscó en el escritorio de Ciro algún artículo que le sirviera para forzar la cerradura.
Intentó e intentó ante la mirada de Rafaela.
―¿No vas a responder nada? ―preguntó ella, más calmada.
―No ―dijo sin mirarla.
―¿Y por qué? ―insistió.
―Me cansé… ―Se incorporó para mirarla―. Me cansé de que tu boca solo salgan insultos, que me humilles sin importar delante de quién estamos, que casi me mates… ¡Me cansé de ti, Rafaela!
―Ah, ¿ves que no es divertido humillar a la gente delante de otros? Aprende, Valentín. ¿A cuántas personas has tratado como yo lo he hecho contigo? ¿Alguna vez pensaste en cómo las hacías sentir? Yo solo te estoy devolviendo un poquito de lo que acostumbras a hacer. ―Se cruzó de brazos y lo miró esperando una respuesta.
―Mira… ―Se acercó a ella―. Te metiste con mi hombría y eso no te lo voy a perdonar. ¡Jamás nadie puso en duda lo que soy!
―¿Y por qué te esfuerzas tanto en demostrármelo a mí?
―¡Porque dudas! Y bueno… ―carraspeó―. Digamos que no estuve a la altura ese día en la playa ―reconoció bajando la voz.
Rafaela lo miró, pensando si por una vez en todo este tiempo, reconocía lo que realmente pensaba.
―Estuviste a la altura, Valentín. ―Al escucharla, él no comprendió―. Sí, estuviste a la altura. Yo te provoqué a sabiendas de lo que ocurriría. Disfruté, claro que lo hice, no voy a negarlo. Pero no era el momento de entregarnos el uno al otro. ―Valentín tenía serias dudas si de verdad esa era la Rafaela que conocía―. Y cuando hablo de estar a la altura, me refiero a que cuidaste de mí toda la noche, ¿crees que no me acuerdo? Bueno, en ese momento no lo recordé, pero ahora sí… Esa noche no pasó nada entre tú y yo, ¿verdad?
Se había sincerado y él no decía nada. ¡Cómo odiaba bajar la guardia! Ahora él estaba seguramente disfrutando de haberla vencido. ¡Qué tonta había sido!
Valentín se concentró en seguir abriendo la puerta, entre un movimiento y otro, el alambre del clip que utilizó para su cometido, le hizo una herida en uno de sus dedos.
―¡Mierda! ―Se llevó inmediatamente el dedo a la boca para intentar detener la hemorragia.
―Déjame ayudarte… ―dijo Rafaela, otra vez desconociéndose. ¡Un poquito de sangre no le hacía mal a nadie!
―No es necesario.
―¡Ya, Valentín! En serio, déjame hacerlo. ―Con delicadeza le tomó la mano y con papel higiénico que sacó de su cartera, le limpió el dedo.
Él la miraba encandilado. Por primera vez esa mujer le mostraba que tenía corazón. Se detuvo a mirar sus mechones que bailaban suaves con cada movimiento que ella hacía para curar su herida, su cuello también le llamaba la atención y esa boca, que había besado tantas veces, volvía a pedirle que la acariciara.
Con su mano libre le rodeó el cuello y ella, alzó los ojos para mirarlo. Sabía lo que venía, sabía que él la besaría. No podía resistirse a Valentín, esa era la verdad. Ese hombre sacaba lo mejor y lo peor de ella. Cuando sus labios recibieron a los de Valentín, ella disfrutó cada centímetro de aquella boca. Lo deseaba a más no poder y le encantaría repetir lo de la playa, pero con un final mucho más feliz. ¿Aceptaría él la propuesta de Ciro? Ella, internamente deseaba que fuera así, deseaba pasar más tiempo con Valentín, porque los pocos días que estuvieron separados, se encontró rememorando su cuerpo vibrando con cada roce.
En ese momento, la puerta se abrió.
―Veo que ya resolvieron sus problemas. ¿Estamos ahora en condiciones de hablar de negocios?
Rafaela se alejó rápidamente y se sentó. Valentín solo la miró y también volvió a su puesto.
―¿Es un trato, entonces?
―Y si no queda de otra… ―respondió Rafaela, que no podía dejar de refunfuñar.
―Es un trato… ―aceptó Valentín.
―Bueno, ya saben lo que tienen que hacer. Por lo que acabo de ver, no les va a costar demasiado.
―Esto… lo que viste… no es nada ―aclaró Valentín. Las palabras de él le dolieron a Rafaela. ¿No era nada aquello que había pasado? Por esa vez no le saltó encima, ya vería cómo se lo haría pagar.

Luego de una reunión en donde se comportaron civilizadamente, Ciro les entregó el itinerario de lo que debían hacer, el lugar y cuántos días debían verse las caras al despertar y al acostarse.
―¡Diez días! ―exclamó Rafaela―. ¿Ciro, tú sabes lo que es respirar el mismo aire de este señor? Si no quieres terminar con una demanda por ser el autor intelectual de un homicidio, te aconsejo que renegocies esos días o no respondo de mí.
―Rafaela, no te lo voy a volver a repetir. Esta es tu única oportunidad para quedarte en la editorial. ¿Entendido?
―Luego no digas que no te advertí.
―Ciro, yo no estoy para seguir perdiendo el tiempo. ―Valentín se levantó―. Envíame al correo los detalles del hundimiento de mi carrera y mi persona. No estoy dispuesto a seguir escuchando a esta señorita.
Caminó hasta la puerta de la oficina y salió, dejando a Rafaela y a Ciro asombrados.
―¿Es idea mía o está resignado? ―preguntó Ciro―. ¿Qué le hiciste a Valentín para que calmara ese aire déspota? ¡Está irreconocible!
―¡Quién lo diría! No sé, por ahí se le cayó algo más que su ego. ―Rafaela sonrió―. Bueno, ya que no hay nada más que decir, también me voy.
Cuando Valentín salió de la oficina de Ciro, no podía dejar de pensar en el contraste que Rafaela representaba para su vida. Era como el ying y el yang, la deseaba cerca pero a la vez lejos, bien lejos. Ahora solo era cuestión de horas para volver a tenerla cerca. Y no quería ni pensar a qué cosas tendría que enfrentarse por su culpa.
Estaba parado frente al ascensor cuando sintió sus pasos tras de él. No se volvió, ¿para qué?
―¿Cómo está tu dedo? ―Fue lo primero que dijo ella para entablar conversación.
―¿Me hablas a mí? ―preguntó sin mirarla.
―¿Ves a otro idiota esperando el ascensor?
―Sí, a ti. Pero no te preocupes, ya estamos en confianza. ―Le sonrió y le dio una palmadita en el hombro.
Rafaela se quedó callada unos segundos.
―¿Sabes?, estaba pensando…
―¡Qué bien! Nunca es tarde… ¡Bien por ti! ―Se abrió el ascensor y ambos subieron.
―¡Ah, qué gracioso! No, idiota, en serio… Estaba pensando que ahora logro entender tu seudónimo.
Valentín se tensó… ¡Con qué cosa le iba a salir ahora ésta loca!
―Te escucho…
―¿Has escuchado hablar de la psicología inversa? Por ahí te pusiste Valento para auto convencerte de que debes durar un poquito más, ¿no?
Valentín suspiró para pedir calma pero no lo consiguió, sus instintos iban más allá. La arrastró hasta la pared del habitáculo y pegó todo su cuerpo a ella. El brillo que tenían los ojos de Rafaela le reveló que eso era lo que estaba buscando de él, una reacción salvaje para tenerlo cerca. ¡Bien! Iba a llegar el momento en que ella rogara por tenerlo cerca.
Le acarició la barbilla con la nariz, subió a su boca pero ni siquiera la rozó, le susurró al oído:
―Mira, loquita… Puedo ser el mejor amante del mundo si la compañía lo amerita. ¿No te has puesto a pensar que quizás estar contigo sea toda una agonía? ―Cuando consiguió un gemido ahogado por parte de ella, la soltó y las puertas se abrieron―. Si tu fantasía contemplaba un ascensor, búscate a otro que mis expectativas son mucho mejores… Y no hablo solo del ascensor, sino también de la persona que esté a mi lado. ¿Entendiste, nenita? ―Valentín fue el primero en salir, dejándola excitada y completamente enojada.
Esa tarde, Rafaela se dedicó a comprar lo necesario para el maldito viaje. Lo tomó como una terapia para dejar de pensar en Valentín. No podía engañarse, ese hombre le gustaba y mucho, le gustaba esa mezcla entre el Valentín de sus sueños y el que la enfrentaba a diario. Quizás por eso eligió ropa que jamás había usado; provocadora, diminuta y muy llamativa. ¿Así que tenía expectativas mejores? Bien, a ver si ahora se resistía a sus encantos.
Luego de salir de la peluquería, fue a su departamento, llamó a sus amigas y les contó las novedades.
―¿Te vas a un viaje de reconciliación?
―Es lo que quiere Ciro… Nos seguirán los periodistas.
―Y dentro del pacto está besarlo… ¡Qué sacrificada tu vida!
―Sacrificada, ¡claro que es sacrificada! Valentín puede ser un hombre físicamente irresistible, pero es insufrible…
―Ah, vamos asumiendo poco a poco que el hombre tiene lo suyo ―dijo Lizzy, divertida.
―Epa, ¿tiene que ver la escapadita que se dieron? ―preguntó Alejandra.
―¡Sí! O sea, ¡no! ―Se mordió el labio, nerviosa―. Chicas, debo cortar… Salgo en unas horas rumbo a Acapulco.
―¿Qué está pasando, Rafaela? ¿Te gusta Valentín? ¿Tú y él…? ―Quiso saber Lizzy.
―¡No! Qué asco… ¿cómo se te ocurre?
―Se me ocurre porque estás esquivando el tema hace días.
―Valentín es un hombre insoportable, lengua larga y… ¡Está bien!… Me gusta, pero como se lo digan a alguien ¡las mato!
Alejandra y Lizzy se quedaron mudas.
―Sé que están mordiéndose la lengua para no reírse. No sean así, se supone que son mis amigas ―reclamó Rafaela.
―¡Pero es que eso te costaba tanto asumir! Rafaela, este viaje te viene de primera. Deja de pelearle tanto y empieza a disfrutar que la vida es una sola. ―Lizzy era una romántica que veía amor por todos lados, pero no se había equivocado cuando le aseguró a Alejandra que entre ellos había una atracción indudable.
―Y bueno, debo reconocer que Lizzy tiene razón. Aprovecha ese viaje para hacer las paces. ―Alejandra esperaba que Rafaela hiciera las cosas bien, que si lo quería, no lo estropeara con su arte de alejar a los que le importaban.
―Lo tendré en cuenta. Gracias.
Al cortar la llamada, suspiró. ¿Hacer las paces con él? Estuvo un año deseando sacarlo de su cabeza, o por lo menos volverlo a ver en sueños y ahora que lo tenía, no hacía otra cosa que humillarlo y responder a sus ataques. Estaba igual de cansada que él y quería mostrar la bandera blanca, pero cuando ella bajaba la guardia, él aprovechaba para aplastarla. A parte, luego de lo que había dicho en la oficina de Ciro y en el ascensor, le quedaba más que claro que entre ellos jamás iba a suceder nada.
Hizo las maletas, se vistió con un minúsculo vestido ―ya le estaba tomando el gustito a usarlos―, y terminó de retocar su maquillaje.

Valentín leía el correo que le había enviado Ciro. Se suponía que debía ir a buscar a Rafaela hasta su departamento y en el aeropuerto los esperarían los periodistas del canal de televisión.
Estacionó el auto frente al edificio. Era alto y unas cortinas color sandía le llamaron la atención. ¿Sería el departamento de ella? De solo pensarlo, su amigo fiel se despertó.
―Tranquilo, que estamos en terreno enemigo. ¡Por tu culpa estamos como estamos!
Se bajó y llamó al número del departamento de Rafaela.
―Hola… ―Su voz sonaba más serena de lo que realmente estaba.
―Rafaela, Ciro me dijo que tenía que pasar por ti. Nos están esperando en el aeropuerto… ¿Aló?
Rafaela escuchó a Valentín y cortó la comunicación. ¿Iban a irse juntos al aeropuerto? ¿Tendrían que entrar de la mano y todo? Se puso nerviosa.
Valentín maldijo y pidió al encargado entrar al departamento de Rafaela San Martín.
―Por favor, debo ayudarle a cargar las maletas.
―La señorita Rafaela no lo ha anunciado ―dijo Sebastián.
―Entonces anúncieme usted, pero rápido.
El hombre marcó al departamento y ella respondió a los segundos:
―No es necesario, yo me puedo ir sola.
―Yo lo sé, señorita, pero el hombre aquí insiste y…
―¿Sebastián?
―Sí, él mismo.
―Dígale al señor que ya voy.
Sebastián colgó y miró a Valentín.
―Dice la señorita que…
―¡Ya escuché!
Esperó impaciente en la sala de estar. Mientras tanto, Rafaela comprobaba qué tan bien se veía, pero no quedaba nunca satisfecha. Como dice la canción ¡antes muerta que sencilla!
Veinte minutos después, unas piernas completamente bronceadas, un vestido que poco dejaba a la imaginación y una enorme maleta hacían ingreso a la sala.
Valentín giró para verla y el primero en saludar a Rafaela fue el amigo fiel que tantos problemas le había causado en la playa. La escritora lo notó y sonrió complacida.
―Hola… Ya estoy lista, veo que tú también. ―Fue el saludo de Rafa y Valentín solo pudo tomar la maleta de la mujer, entrelazar los dedos de él con los de ella y salir hacia el auto.
―Podrías haberte puesto pantalones ―carraspeó una vez que la tuvo sentada en el súper auto que la editorial había dispuesto para ambos.
―¿Nervioso? ―preguntó a la vez que cruzaba las piernas. Le encantaba ver incómodo a Valentín.
―¿Yo? ¡Por favor! Ya te dije que tengo expectativas más altas.
Rafaela miró su entrepierna.
―Me parece que tu amiguito no piensa igual.
El rostro de Valentín se encendió, se tomó unos minutos y dijo:
―Vamos a compartir diez días, ¿podemos llevarnos bien y así cumplimos con nuestro trabajo?
―Okey, pero si me provocas, yo voy a responder.
―La única que me provoca eres tú ―dijo Valentín.
―Sí, ya lo creo… ―Descruzó sus piernas y con lentitud acarició la parte interna de ellas.
―No sigas… ―Intentó no mirarla, fijar su vista en el tráfico―. Esto va a terminar mal, Rafaela… Te lo digo en serio. Ya se nos fue de las manos una vez.
―El único que se fue fuiste tú ―atacó Rafaela. Cuando él la miró molesto, ella intentó arreglarlo―, a la clínica. Terminaste en la clínica. ―Rafaela sonrió y esa sonrisa a Valentín cada día le gustaba más.
―¿Ya sabes lo que tienes que hacer? ―preguntó cambiando de tema.
―Sí, lavarme las manos una vez que estemos dentro del avión. ―Valentín rodeó los ojos―. No, es broma. Debemos entrar tomaditos de la mano y hacernos un par de cariñitos para las cámaras. ¿Estás seguro que tu amigo no nos dará un espectáculo cuando te abrace?
―¡Rafaela!
―Está bien, perdón, perdón. Es que es inevitable, lo siento ―dijo la escritora entre risas.
Valentín tuvo que contenerse, incluso él comenzaba a verle el lado divertido. Esperaba que ese viaje por lo menos les otorgara una relación cordial. Muy pronto conocerían qué tanto se podía encender esa relación con tantas oportunidades para estar cerca del otro. O se mataban o se amaban, pero de seguro ninguno de los dos serían los mismos después de ese viaje.