lunes, 15 de junio de 2015

Capítulo 9: Te quiero







Capítulo 9
Te Quiero



MARLEN
―Te quiero ―dije aferrada a él. No lograba comprender esa necesidad que me llevó a decirlo sin pensar. A no filtrar, a por primera vez decirle esa frase que cada cierto tiempo se me quedaba atrapada en la garganta. Pero ese día la dejé escapar porque no lo vería en cinco años más, y se lo merecía. Se merecía mi cariño por todo lo que me ha apoyado, acompañado.
Abrazarlo en el aeropuerto me trajo de pronto la imagen del último abrazo que le di en ese mismo lugar a John.
Debí soltar a Peter y alejarme sin decir nada más. John me rondaba los recuerdos, pero cuando le dije a Peter que lo quería, John pareció alejarse unos minutos de mí. Éramos por primera vez Peter y yo. Fue un instante, un pequeño momento de amnesia y anestesia. Olvidar el dolor por John para dejar entrar una tristeza distinta, y esa tristeza no era por mi marido, sino por aquel hombre al cual me aferraba.
Pude escuchar el reclamo silencioso que me dirigió con su mirada cuando me alejé. Caminé con la vista fija en mis niños que iban unos pasos más adelante que mí junto a Sara, entonces lo sentí. Sentí la mirada de Peter. Me giré lentamente y simplemente pude sonreír. Hubiese querido volver tras mis pasos y abrazarle una vez más. Aún no me iba y ya lo extrañaba por alguna loca razón que no entendía.
―Muy buenas tardes ―miré a la policía que me indicaba la fila que debía hacer. Iba a contestar cuando escuché una voz masculina a mis espaldas.
―¡Marlen! ―Enmudecí y me giré al instante. Vi a Peter extendiendo sus brazos a unos pasos de mí.
Era un loco. Corrí con celeridad para corresponderle.
No lograba entender el porqué de su llamado y esa muda necesidad de abrazarnos nuevamente.
―Yo también te quiero ―dijo y a mí se me detuvo el mundo. Otra vez. Llevó con lentitud sus manos a mis mejillas y me dio un lento beso en mi comisura izquierda. Fue un beso extraño y extremadamente largo. Pero no me alejé, no levanté murallas, dejé que lo hiciera y sin que me soltara aún, ya comenzaba a añorar su contacto.
Fue él quien me soltó por completo y pronunció un triste «Lo siento». Me quedé clavada en el piso frente a él. Sentí el temblor de unas lágrimas que advertían una caída libre, sin embargo él con dulzura las retuvo para luego besar mi frente y dejarme partir.
Sara no me dirigió la palabra hasta que estuvimos sentadas en el avión, y los niños dormían plácidamente.
―¿Estás bien? ―La miré y no supe qué responder. Tenía mi cabeza repleta de preguntas, y las respuestas se habían quedado abajo del avión.
Me encogí de hombros y volteé mi cabeza hacia la ventana. Tenía tan fatigada la mente que ni siquiera me acordé del miedo a volar. Me perdí en las nubes que dibujaban en el cielo un colchón esponjoso y tuve la extraña necesidad de dejarme caer en él. Estaba en el cielo, donde se suponía estaba John, sin embargo quería bajar a la tierra y volver a encontrarme con el hombre que había dejado atrás. ¿Qué me estaba pasando? ¿En qué minuto comencé a necesitarlo tanto como para no concebir estar tan lejos de él?

Aterrizamos en Chile y el descenso me devolvió el temor. Me sostuve de la mano delicada de Sara y ella solo sonrió.
―Esto es lo peor ―musite entre dientes.
Retiramos las maletas y una persona de la agencia nos esperaba para llevarnos a un departamento que ocuparíamos hasta que la casa que John compró estuviera totalmente habilitada.
Llegué tan cansada y los niños estaban inquietos. Nos pasamos toda la noche intentando hacerlos dormir, pero no lo conseguimos hasta las primeras luces del alba.
―Ve a dormir, Sara. Ha sido todo tan agotador, yo me quedo pendiente de los niños por si despiertan ―dije con café en mano.
Se resistió un poco pero luego aceptó irse a descansar. Yo, sin embargo no podía dormir a pesar del cansancio. Me senté en un pequeño sillón que había al lado de una mesita de luz.
Durante el viaje comencé a analizar la razón por la cual me inquietaba que Peter se quedara tan lejos. Se suponía que dejarlo atrás también era una forma de volver a empezar. Por alguna razón comencé a depender de su compañía, pero no lo descubrí hasta verme lejos de él.
Sin embargo entendí que el motivo radicaba en todo el tiempo que pasábamos juntos en Boston. Se convirtió en familia y a la familia se le extraña. Sí, eso era.
Me di vueltas y vueltas en el sillón, sin embargo no podía apartar de mis pensamientos a Peter. Y eso me enojaba, me enojaba en lo más profundo porque él no debía tomar por asalto el espacio que John ocupaba. No podía adueñarse de mis pensamientos que deberían ser dirigidos solo a John.
Me levanté ofuscada y busqué sosiego en la paz de mis hijos durmiendo. Entonces allí también me invadió Peter, porque comencé a recordar el cariño con el cual los trataba. Las veces que les enseñó a dar sus primeros pasos. Y volví a enojarme, esta vez no con él sino conmigo, porque le dejaba irrumpir con vehemencia en esta nueva vida.
Me di una ducha rápida y después, busqué refugio ordenando las cosas más importantes de John que guardé en mi maleta. Sí, allí me sentía segura, protegida y colmada de él. Suspiré evocando su presencia. Seguía doliendo, pero podía sobrevivir. Ahora sí me daba cuenta que el mundo seguía girando, más lento, pero girando para mí.
Con la pesadez en los ojos por no haber dormido, caminé hasta mi habitación una vez que el rincón que había elegido de forma exclusiva para John estuvo ordenado. Y entonces, por fin, pude descansar.

Desperté cuando ya eran más de las tres de la tarde. Los niños ya habían comido y Sara jugaba con ellos en el diminuto living.
―Buenas tardes ―saludé robando una manzana del refrigerador. Gracias a Dios los de la agencia se habían encargado de todo.
―Hola, ¿cómo dormiste? ―preguntó Sara con aire preocupado.
―Descansé, que es lo bueno. ―Sonreí sin ganas. Algo en mi estómago se había instalado y no me dejaba ser cien por ciento feliz en este cambio. ¿Angustia talvez?
Sí, era probable que así fuera. En dos días debíamos presentarnos en el local que ocuparíamos para impartir clases de Yoga. Por las fotos que nos dieron, era bastante amplio. Por la dirección que nos entregaron, quedaba demasiado cerca.
―¿Llamaste a Peter para decir que ya llegamos? ―Y la pregunta me causó una punzada que me recorrió el cuerpo hasta que encontró mi alma.
―No ―me sinceré sin mirarle siquiera.
―Debe estar preocupado…
―Puede ―respondí escuetamente―. De todas formas sabe que estamos recién instaladas, no creo que esté esperando una llamada de nosotras todavía.
Sara solo me miró unos segundos para después desaparecer a su habitación.
―Pero si quieres llámalo tú ―sugerí alzando la voz. No respondió.
Me acerqué a los niños y jugué con ellos. Les hablé con cariño, les aseguré que seríamos felices y aunque no entendieran nada, les aseveré que solo nos necesitábamos nosotros para ser feliz. Lo que no sabría decirles, es si eso último era una excusa o una afirmación.
―Papapa… ―balbuceó John y yo salté de alegría.
―¡Síiii! ¡Sara! ―grité para que se acercara―. Sara, ven. Ha dicho papá, John ha dicho papá.
Corrí en busca de una foto de mi marido. Sara no llegó, pero yo pude enseñarles a mis niños la foto y repetir una y otra vez:
―Acá está papá. Pa – pá.
De pronto, con teléfono en mano, Sara llegó a la sala y preguntó qué ocurría.
―Ha dicho papá, ¿puedes creer? ―dije sonriendo y detuve la mirada en el teléfono. ―¿Con… con quién hablabas? ―pregunté apuntando lo que tenía entre las manos.
―Con Peter ―respondió sentándose en posición india frente a los niños y sonriéndoles.
―Ah… ―expresé intentando ocultar el dejo de decepción. ¿Por qué lo llamó ella y no yo? Bueno, mejor…
―Dijo que esperaba tu llamado. Te lo dije.
La miré y tomé en brazos a Mark.
―Pero ya lo has llamado tú, no es necesario que lo llame. ―Le esquivé la mirada de reproche que me entregó como respuesta y concentré mis caricias en mi niño.
―¿Qué ocurre? ¿Por qué de pronto le rehúyes? ―No sabía qué contestar. Ni yo tenía respuesta a esa pregunta.
―Estoy agotada y seguro querrá hablar horas, ya sabes cómo es. Lo voy a llamar en un rato. ―Seguía sin mirarla, estaba segura que no me había creído.
―Es mentira, no lo llamé ―confesó a la vez que yo solté un suspiro de alivio. ¿Por qué?―. Era la directora de la academia para saber cómo habíamos llegado. ―Comenzó a reír sin sentido―. Te hubieses visto la cara cuando te dije que llamé a Peter.
―Son cosas tuyas.
Fue todo cuanto dije.
Llegó la noche y… debí hacer lo inevitable. Peter se merecía un llamado mío. Era mi amigo y se había portado muy bien, se lo debía.
Esperé a que todos durmieran para coger el teléfono. Sonó dos veces y entonces él contestó.

PETER
La vi alejarse y no comprendí cómo tanto vació creció en mi interior. Volví a mi casa sumido en una sensación nueva y extraña. Sí, ella y los niños eran extremadamente importantes en mi vida, pero ¿en qué minuto se volvieron tan necesarios como para sentirme el hombre más abandonado de la tierra?
Esa noche dormí pegado a la almohada y pegado también al recuerdo de ese «te quiero», aferrado a la imagen de Marlen temblando cuando la llamé para darle un último beso, uno tímido pero significativo. Uno que me pareció eterno y a la vez mortal. Le vibraban las lágrimas en las pupilas y yo solo tuve la necesidad de secárselas, de que no las derramara, no por mí.
Me odié porque me parecía una estupidez extrañarla tanto. Yo no debía extrañarla así, yo no debía necesitarla como si fuera mi aire. Ella era la mujer de mi amigo, yo solo era el amigo que admiraba ese amor y que decidió cuidar de ella como amiga, sin embargo la estaba cuidando y añorando como si fuera mi otra mitad, como si fuera una extensión de mí.
Golpeé con fuerzas la almohada con la cabeza, para quitarme de la cabeza sus ojos tristes que clamaban que la siguiera, porque yo debí haberla seguido hasta el fin del mundo.
Me levanté al sentir que la sangre me bullía y no me dejaba el cuerpo quieto. Se me asfixiaba el alma con la necesidad de saber de ella. Debían estar recién en la mitad de su vuelo, sin embargo yo ya quería traerla de regreso.
Abrí el grifo y serví agua. La bebí rápido, para ahogar la intranquilidad que me recorría las venas. No lo conseguí. Me senté en la mesa de la cocina y abrí el ordenador. Tenía trabajo pendiente y necesitaba quemar mis neuronas en otra cosa y no en el sentimiento absurdo que se me estaba gestando en el lado izquierdo de mi pecho.
Las horas parecieron avanzar. Sin embargo al consultar la hora, ni siquiera habían transcurrido cuarenta minutos.
Cerré todo y volví al dormitorio, debía dormir, descansar.
A la mañana siguiente, decidí salir a correr como hace mucho tiempo no hacía. Lo hice. Corrí sin rumbo, o por lo menos eso creí. Y entonces, mis pies traicioneros me llevaron hasta la casa vacía que antes fue el refugio de una amistad.
Pateé el letrero que decía que estaba en venta, y me acuclillé tomándome la cabeza.
Cinco años, cinco años sin ellos. No podía doler tanto. No podía hacerme falta. No debía sentir lo que estaba sintiendo. No así, no ahora, no con ella.
Volví a casa peor de lo que salí, me di una ducha y esperé enfriarme con el agua los pensamientos. Era su vida, no podía inmiscuirme en su vida, en su decisión. No podía rogarle que volviera, no después de todo lo que le costó ponerse de pie. No podía siquiera aspirar a que me mirara como la estaba mirando yo, porque ella era la esposa de mi amigo, de mi mejor amigo ¡maldita sea!
Aun así, la busqué entre las llamadas perdidas de mi celular. Ni siquiera allí la podía encontrar. Y no la llamaría, por John que no la llamaría, no la buscaría. Porque en mi loca forma de razonar últimamente, estaba seguro que si escuchaba su voz otra vez después de ese «te quiero», sería para rogarle que volviera. No le pedía nada más que eso, que me dejara seguir acompañándola. Que me dejara seguir siendo la persona a la cual ella acudía cuando necesitaba un hombro para llorar, una mano donde sostenerse. Desde lejos, pero muy cerquita.
No pasaron muchas horas hasta que el celular me sacó del aturdimiento. Era ella. Marlen.
Tomé el celular con manos temblorosas, no sabía si contestar o no. Y la verdad es que necesitaba escucharla, saber que habían llegado bien. Escucharla, solo escucharla para volver a sentirla cerca.
―Hola ―murmuraron al otro lado del auricular, y entonces, me bailó el alma y me dolió la conciencia.
―Hola. ―Conseguí decir luego de unos segundos.
Y entonces, no existió nada más. Se me borró el pasado, se me borró el miedo y apareció una sonrisa de dudosa procedencia. De esas culpables, de esas mismas que lucía Marlen cuando reía y pensaba en John. Así mismo, así me sentía yo.





viernes, 12 de junio de 2015

Capítulo 8: Desde lejos





Capítulo 8
Desde lejos



PETER
Desde lejos la observé. Estaba en el ante jardín de la casa mientras el camión de mudanza daba las órdenes para comenzar todo.
Había llegado hace una hora y la encontré sellando las últimas cajas. Al parecer ya no había vuelta atrás, y con solo recordar lo que sentí el día que me lo dijo, se me estremeció el alma sin una explicación lógica.
Dije que la apoyaría y es por eso que estaba allí, pero una pequeña parte de mí se removía inquieta hacía cuatro meses, cuando tomó la decisión.
Cerré los ojos mientras le daba una calada a mi cigarrillo y volví a aquel día.

―Ya lo he pensado ―me dijo acomodando con delicadeza uno de sus mechones por detrás de la oreja derecha. Escondió la mirada y supe que ya había encontrado la forma de volver a empezar.
¿Qué iba a hacer? Con la nostalgia anticipada por lo que significaba que ni ella ni los niños estuvieran en mi día a día, me acerqué despacio para aferrar una de mis manos a la mano izquierda que descansaba a un costado de su taza humeante, la cual contenía uno de los cafés más dolorosos que hemos compartido. Uno de los tantos después de que John se fue.
―Fui a verlo ―pronunció al descubrir mi mirada perdida en esa casa que alojaba tantos momentos.
―Yo también he ido un par de veces. Extraño esas conversaciones que teníamos, en donde nos proponíamos cambiar el mundo. ―Sonreí a la vez que le confesé que seguía necesitándolo, lo que no le dije fue que al irse ella también, la melancolía volvería para asecharme con mayor violencia.
―Te voy a extrañar, Peter ―susurró a la vez que con su otra mano atrapó por completo la mía, esa que la retenía pero que a la vez le infundía fuerzas para que se fuera.
La miré y sonreí. No dije nada, nada de lo que dijera lograría hacerla cambiar de opinión y si eso llegase a ocurrir, no me lo perdonaría nunca. A Marlen le había costado levantarse, más aún enfrentarse a su temor de volar y de empezar una vida sin John. No, no podía ser egoísta y gritarle que por alguna razón que no terminaba de comprender, la necesitaba allí conmigo. Que ella me mantenía en pie porque sabía que me necesitaba para ella también estarlo. Nos necesitábamos, la necesitaría.

―Peter, ¿Me ayudas a bajar unas cajas de la habitación de los niños? ―Abrí los ojos en cuanto la escuché, me giré y la vi sonriendo. Ella estaba bien, pocas veces la veía llorar y eso por lo menos me tranquilizaba.
―Claro ―respondí al instante que aplasté la colilla de cigarro y entré a la casa.
La seguí hasta la habitación en la que Sara terminaba de vestir a los pequeños. Les acaricié la cabeza y mientras Marlen le indicaba a niñera que ya partían al aeropuerto, jugué con ellos. Los iba a extrañar, en eso no había dudas.
Jamás me he querido comprometer con nadie porque no me gusta iniciar lazos que de un momento a otro se pueden romper. Sin embargo, con Marlen, John y los niños, estreché una relación que me hacía sentir dependiente de su compañía. Mi vida y mi mundo prácticamente giraban en torno a ellos. No tenía ni la menor idea de lo que sería de mí cuando cruzaran esa puerta y la cerraran para siempre.
Recorrí cinco veces el trayecto desde la habitación de los niños hasta el camión de mudanza que llevaría todo hasta un conteiner en el cual se llevaban más que objetos.
Los niños ya estaban sentados en sus sillitas de auto, Sara les ofrecía su biberón y los de mudanza estaban cerrando el camión. Yo decidí ver todo ese panorama desde la ventana de la que había sido la habitación de John y Marlen.
―Ya tengo que cerrar ―Por el reflejo de la ventana pude ver que estaba detrás de mí, con la vista fija en sus manos y casi podía oler la misma tristeza que llevaba yo. Era inevitable, era casi parecido a lo que sentí cuando John... nos dejó para siempre.
―Prométeme que me llamarás ―solicité escondiendo mis manos en mi chaqueta, tenía que esconderlas antes de usarlas para retenerla.
―Te lo prometo. No creas que me voy a olvidar de ti, Peter. Ya te lo he dicho, eres muy importante para mí y los niños.
Cuando escuché el temblor de su voz, no aguanté más y me giré para mirarla a los ojos.
―¿Sigues con esa idea de que no te lleve al aeropuerto?
―No me gustan las despedidas.
―Aquí o allá, nos tendremos que despedir ―contraataqué a su justificación.
―Déjame... hacerlo a mi manera, por favor. ¡Vamos! Que nos volveremos a ver. ―Sonrió intentando ocultar en la curva de sus labios, las lágrimas que se le agolpaban en los ojos―. No me pongas más nerviosa, ya suficiente estoy con saber que tendré que viajar tantas horas sobre un avión. Sabes que los odio.
No, no lograba ocultar esa pequeña preocupación que se le escapaba por el temblor de su voz. Extendí mis brazos y la refugié tanto como pude. Entregándole incluso las pocas fuerzas y la casi nula entereza que me quedaba al verla partir. La verdad es que nunca sabré si la abracé para consolarla o para consolarme.
―Te voy a extrañar. ―Volvió a repetir  mientras sorbía su nariz. Sabía cuán difícil era irse, pero también conocía muy bien cuán doloroso era quedarse. Eso lo sabíamos tanto Marlen como yo―. No he dejado de llorar desde que comencé a hacer las maletas y quité cada recuerdo de aquí.
―Vamos ―dije con la voz ahogada. Puse mis manos sobre sus hombros y la guie, bajando las escaleras, hasta la salida de la casa.
La vi tomar aire, secarse las lágrimas mientras que con su miraba inspeccionaba por última vez su hogar. Una que otra vez su rostro se volvió dulce, pero muy cerca de la escalera, sus ojos se detuvieron y un destello de desolación se apoderó por completo de sus expresiones. Y entonces recordé que allí, en donde su vista se había posado dulce para luego distorsionarse en una profunda tristeza, habían estado los globos de bienvenida para John.
Y luego una punzada también me dominó a mí cuando a mi mente vino la imagen de ella con el alma hecha pedazos en el piso, rodeada de todo aquello.
―No te martirices más ―sugerí. Insisto, no sé si los consejos eran para ella o para mí. Me miró, se puso de puntillas y besó mi mejilla de forma fugaz. Me paralicé hasta que sentí que una de las lágrimas que habían rodado por sus mejillas, también había dejado rastros en la mía.
―Gracias. ―Tomó mis manos y me mantuvo la mirada. ¿Esperaba que allí me despidiera? ¿Quería dejarme allí, donde dejaba todos los recuerdos de la vida de la cual ese día se estaba despidiendo? ¿De eso se trataba?
―No lo hagas ―le dije sin pensar. Me miró confundida. ¿Qué le estaba pidiendo? ¿Que no se fuera?
―¿Cómo?
―No me dejes encerrado aquí como si me quisieras dejar también en el pasado. No lo hagas. Deja que te despida como lo hacen los buenos amigos. Aprovechando hasta el último minuto, para que el tiempo sin verte sea menos extenso.
No dijimos absolutamente nada. Ella se apartó unos centímetros, volviendo a poner distancia entre los dos. Tomó la manilla y supe que era el momento de irme. Caminé sin mirar atrás hasta el auto en donde los niños descansaban. Lamenté no haberlos cargado más tiempo entre mis brazos. Sara salió del auto y me permitió tener unos últimos minutos de intimidad con ellos. Eran como mis hijos y me los estaban arrebatando. Aunque no tuviera ningún derecho, me dolía sobremanera.
―John, Mark, tienen una misión ―les dije muy bajito. Eché un vistazo al exterior y vi a Sara conversando con Marlen.
Los niños, por supuesto no me entendían. O sí. Sus ojitos se clavaron en mi boca, aparentemente atentos a lo que saldría de ella.
―Deben cuidar de mamá. Su padre me lo pidió a mí y yo se lo pido a ustedes. Cuídenla porque yo estaré lejos.
La atención que me habían puesto se esfumó en cuanto un juguete fue más interesante que yo. Simplemente sonreí y les besé la coronilla.
―Sean buenos chicos y díganle a mamá que me envíe fotos para ver cómo van creciendo.
―Pepepe... ―entonó de forma cantarina Mark.
―Papapa ―le siguió John y yo me paralicé.
―¿Qué dijiste, John? ―Le pregunté tomándole ambas manos y acercándome lo que más podía. Él no me miraba, tenía la vista absorta en una luz brillante que navegaba por el techo del auto, producto del sol y algún material reflectante.
Un golpe en la ventanilla terminó con el momento y... con el dolor de mi alma volví a besar por última vez a los pequeños. Descendí y Marlen me esperaba.
Me llevé las manos al pelo, luego miré a Sara. Iba a abrazarla y entonces Marlen me habló:
―¿No dijiste que había que disfrutar hasta el último momento? ―Aquello fue un pequeño alivio. Me volví y no reprimí ningún abrazo, la hice girar en el aire y luego al ver su gesto me arrepentí, temeroso a que se retractara.
―Perdón...
―Bien, vamos... es tarde.
Me concedieron la oportunidad de irme atrás, con los chicos. Manejó Sara y Marlen se volvía cada tanto para ver cómo los pequeños jugaban con su tío.

En cuanto llegamos al aeropuerto, una persona de la agencia de viaje y una encargada de la academia de Yoga esperaban a Marlen y Sara. Les di su espacio y me concentré en disfrutar a los bebés. Reían y lloraba, ajenos a todo lo que estaba cambiando su vida. Ajenos al dolor que causaba alejarse de lo que más se quiere. Ajenos a la impotencia silenciosa que llevaba en la sangre.
El tiempo pareció escurrirse entre mis dedos y el llamado a abordar fue inminente. Apresé entre mis brazos a los niños de forma alternada. Abracé a Sara y le susurré que ante cualquier cosa, no dudara en llamarme. Después fue el turno de Marlen.
Le tomé las manos, las tenía frías y le temblaban. Yo también temblaba pero no de frío. Le miré unos segundos en silencio y luego, con sinceridad, le expuse:
―Me enorgullece cómo te has levantado. Vas a ser muy feliz, Marlen. Tus hijos serán tu motor, y tanto John como yo estaremos velando por ti, de distintos lugares, pero por ti.
Marlen hizo un movimiento para apartar su melena y a pesar de que las lágrimas le anegaban el rostro, se mantuvo mirándome, entrelazando mis dedos. Mi corazón se aceleró de forma indescifrable y llevé una de mis manos a su mejilla empapada.
Soltó la única mano que la mantenía atada a mí y rodeó con cariño mi cintura. Descansó su rostro en mi pecho y temí que escuchara mis latidos que golpeaban mi pecho para pedirle que se quedara. Pero entonces, lo que parecía una carrera galopante en mi interior, se detuvo cuando escuché salir de su boca dos palabras.
―Te quiero.
Se alejó, la vi irse y caminar junto a Sara y los niños.
Lo último que escuché de ella fue la frase que en todos los años de amistad jamás me había dicho. Lo último que vi fue su sonrisa tímida cuando su cabeza se giró para comprobar que yo aún seguía ahí, viendo cómo se iban y yo no podía hacer absolutamente nada.

Desvié mi mirada del sector de Policía Internacional, para dirigirla al techo y buscar las fuerzas para ahora, también reconstruirme yo.



martes, 9 de junio de 2015

Capítulo 7: Decidir







Capítulo 7
Decidir



Llevaba más de un año intentando ponerse en pie. El dolor ya la había desarmado por completo, ¿qué quedaba luego de eso? Buscar la mejor forma de comenzar desde cero.
Una de las cosas que le impedían levantarse por completo era vivir en la misma casa en la que pasó tantos momentos con John. Además, los niños estaban creciendo y se volvían cada día más demandantes, por lo que necesitaba a Sara durante la noche, pero el espacio no se lo permitía. Debía tomar pronto una decisión en cuanto a su residencia.

―¿Cómo están estos niños? ―exclamó Peter al entrar en casa.
―Ma, ma, ma. ―Mark se asomó desde la sala agitando un juguete con su pequeña mano.
―Hola, mi amor. ―Marlen le sonrió y se agachó para quedar a su lado―. ¿Cómo estás? ¿Dónde está John?
Lo único que diferenciaba a los hermanos, era un babero que llevaban con su inicial correspondiente.
―¡Mama… mama! ―Se sintió el gritito de John, precedido por la aparición de Sara con él en brazos.
―Acá está. ¿Cómo les fue?
―Genial… ―respondió Peter.
―Traje todo. Estaba pensando que quizás sería mejor instalar la mesa en la sala, está más calentito y no serán muchos niños los que vienen.
Marlen hacía una semana que había comenzado a organizar el primer cumpleaños de sus niños. Sus hijos eran los únicos que lograban darle calidez a su mirada y su voz.
―¿Son compañeritos? ―preguntó Peter a la vez que comenzaba a ordenar todo.
―Sí, cuatro o cinco.
Los bebés asistían a una guardería desde hacía cuatro meses. Le costó mucho separarse de ellos pero comprendía que era lo mejor. Además, ya era hora de comenzar a buscar trabajo, cosa que había pospuesto mucho tiempo, y mientras no tuviera claro qué sucedería con el cambio de residencia, tampoco buscaría ningún empleo fijo. Por el momento, se conformaba con impartir algunas clases de Yoga que le servían además para canalizar sus emociones.
El Yoga siempre había sido su pasión, pero lo postergó tanto tiempo que ya se le había olvidado. Sin embargo, Sara volvió a solucionarle la vida. Le comentó de unas clases a las cuales asistía y que la profesora no podía seguir impartiendo. Con solo escucharla, se le iluminaron los ojos. Era una oportunidad y la aprovecharía.
Así lo hizo y hoy por hoy, lo que había logrado, era precisamente por aquella hora diaria que dedicaba exclusivamente para su cuerpo y su mente.

A medida que los amiguitos y las mamás de ellos iban llegando, tanto John como Mark se emocionaban. Les encantaba además los colores de los globos y por eso cada tanto, estiraban sus manitos para que Peter los cargara en brazos y así alcanzar esos objetos redondos que llenaban la casa de color.
―Ven acá, campeón. ―Peter alternaba a los gemelos y los elevaba unos centímetros para que alcanzaran su objetivo.
Goooooooobo ―decían mientras los pinchaban con sus dedos y sonreían a la vez.
Desde lejos, Marlen los contemplaba contenta. No sabía qué sería de ella si Peter no le hubiese ayudado tanto. Quería a los niños y también demostraba cariño y respeto por ella.
―Se ve que es un gran papá ―comentó una de las madres a su espalda. Cerró los ojos. No le gustaba que sacaran esas conclusiones, que John no tuviera su lugar.
Marlen solo miró hacia un estante en el cual descansaba una foto de ella embarazada, siendo abrazada por John.
―Oh, lo siento… ¿Él no es el papá? Disculpa es que como lo veo tan apegado a ellos.
Marlen no contestó, simplemente forzó una sonrisa que muy pronto hizo que la imprudente mujer desapareciera.
Sara se acercó con una bandeja de panecillos y la encontró contrariada.
―¿Todo bien?
―Sí, no te preocupes. ¿Necesitas ayuda?
―Solo con la torta, ya es hora de cantar el cumpleaños.
La celebración siguió su curso y los más felices fueron los niños.
Ya de noche, cuando habían ordenado todo y los bebés dormían; tanto Peter como Sara y Marlen compartieron una cerveza.
―Buen trabajo ―dijo Peter chocando las botellas de ambas mujeres.
―Estoy agotada. Creo que ya es hora de irme ―expresó Sara.
―Vamos, yo te llevo. Para mí también es hora de partir ―dijo Peter levantándose y consultando su reloj.
―Los acompaño a la puerta. ―Marlen se desperezó y despidió a ambos―. Muchas gracias por todo, chicos. ―Apoyó su cabeza en el umbral de la puerta y sonrió. Y mientras Sara agitaba su mano desde lejos, Peter se volvió para tomar ambas mejillas entre sus manos y besar su frente.
―Descansa… ―susurró para luego alejarse sonriendo.

Al día siguiente, mientras Sara hablaba por teléfono, Marlen, que permanecía sobre la cama recostada con sus hijos, les enseñaba una fotografía.
―Papá... ―decía Marlen y los niños repetían.
―¿Papá? ―El pequeño John tomó entre sus manos el marco de foto y se lo llevó a la boca para dejar en él un beso y rastros de saliva.
Mark, simplemente aplaudió y luego intentó quitarle la fotografía a su hermano.
―Vamos, John... deja que tu hermanito lo vea. ―Acarició la espalda de su hijo y con cariño quitó de sus manos el retrato para ponerlo en las de Mark.
En eso estaba, cuando Sara apareció con una sonrisa y comunicó:
Me llamó el dueño de la academia de Yoga.
―¿Algún problema con las clases?
―No, nos citó a reunión. A todos.
―Mmm... ¿Habrá sucedido algo? ―preguntó extrañada. Se levantó de la cama y volvió a preguntar―. ¿A qué hora?
―Mañana al medio día. ¿Cómo lo haremos con los niños? ―Quiso saber Sara un poco afligida. Marlen se quedó en silencio mirando un punto fijo. Tenía la vista perdida y abría y cerraba la boca sin lograr decir nada.
―¿Crees que estoy abusando mucho de Peter?―dijo por fin.
―A él le encanta estar con los niños...
―Pero tiene su vida... No puedo disponer de su tiempo siempre. Ya veré cómo lo hago.

Y Peter no dudó ni un minuto en cuidar un par de horas a los gemelos.
―Cualquier cosa, me avisas. Mil disculpas, te prometo que es la última vez que...
―Anda pronto que llegarás atrasada. ―Se acuclilló en medio de los niños y tomando una mano de cada uno mientras las agitaba, dijo―: Bye, mami.
―Gracias... ―susurró sonriendo, mirándolo a los ojos y cerrando la puerta.

La reunión se extendió por dos horas, en las cuales la Directora y el dueño de la academia de Yoga dieron a conocer el nuevo plan de trabajo y la posibilidad de expandirse a otros lugares del mundo.
Marlen escuchaba atenta, admirando las sonrisas de todos los miembros que se sentían complacidos por viajar. Entre ellos, Sara.
―La idea es que algunos de ustedes vayan a iniciar las distintas sedes que pretendemos inaugurar y luego de cinco años regresen con la experiencia de haber dejado funcionando al cien por ciento las academias de Yoga.
Marlen alzó la vista en cuanto escuchó cuántos años serían. Quizás ella no estaba contemplada entre los embajadores de Yoga y eso la tranquilizó un poco.
―La decisión final es de ustedes, pero es una gran oportunidad. Por el momento serán países de Latinoamérica, entre ellos Argentina, Perú, Uruguay y Chile.
Otra vez escuchaba ese país. Marlen se tensó y miró a Sara. Ella conocía sobre esa propiedad que estaba a la espera de su respuesta.
―Tanquila, de seguro a nosotras ni nos toman en cuenta. ―Sara apresó su mano y le infundió calma. Calma que no duró mucho.
―Marlen, sé que eres la más nueva de todas, pero también has demostrado mucho profesionalismo en lo que haces. Sé que por tus niños puede ser difícil, pero la oportunidad está. Puedes elegir ser embajadora en cualquiera de los lugares que ya he propuesto y, como estamos en familia ―la Directora sonrió complaciente―, irías con Sara si ella también acepta, sé que te ayuda con tus niños y allá donde elijan lo podría seguir haciendo. Lo cierto es que necesito a ocho personas para hacer que esta academia llegue a otros lugares. Los demás ¿algo que decir?
Marlen solo escuchó murmullos y risas. Sara también estaba entusiasmada, sin embargo ella no lograba ordenar su cabeza.
Le gustaba el Yoga, viajar le aterraba, pero lo que más le preocupaba era que no rechazaba la idea por completo. La decisión estaba en sus manos, podría decir que no, como ya lo habían expresado dos de sus compañeras, sin embargo quería tomarse el tiempo para pensarlo.
No sabía muy bien si era porque veía a Sara feliz con la idea de hacerse cargo de una academia en el extranjero o por la pequeña luz en su corazón que le hacía ver esta oportunidad como una forma de renacer.
Salieron de la reunión y Sara prefirió no comentar nada respecto a la posibilidad de viajar. Tenían un mes para aceptar y tres meses para prepararse e irse si así lo disponían. Sara ya había decidido que si Marlen prefería quedarse, ella no se iría. Ya tendría otra oportunidad, pero no la dejaría sola, fuese cual fuese su determinación.
Al llegar a casa, Peter la encontró muy silenciosa. Miró a Sara y le preguntó con la mirada si algo malo había ocurrido, ésta solo tomó de ambas manos a los niños y los llevó hasta el jardín para jugar.
En cuanto quedaron solos, Peter se acercó a la cocina y sirvió dos cafés.
―¿Me vas a decir qué ocurre? ―preguntó con voz suave.
―Me ofrecieron iniciar una academia de Yoga. Bueno… A mí y a varias personas más.
―¡Qué alegría! ―Puso una de las tazas en la mesa de desayuno y esperó hasta que ella se sentara para sentarse él.
Marlen jugueteó unos momentos con la cucharita y cuando ya no aguantó más, levantó la vista y dijo:
―En el extranjero.
Ante la sorpresa, Peter alzó las cejas y se refugió en su taza.
―¿Y eso te tiene desanimada? ―preguntó luego de otro largo silencio.
―No sé si estoy desanimada... Me siento extraña porque puedo decir que no, sin embargo me lo estoy planteando.
―Está bien que lo hagas... Si te hace feliz...
―Es una forma de volver a comenzar ¿no? ―dijo moviendo las manos, nerviosa.
Él solo sonrió y asintió.
―Me alegra que lo veas así. ¿Dónde sería? ―Ella sonrió, agitó un poco la cabeza y luego contestó.
―No me lo vas a creer... Chile. Bueno, otros países, pero si decido irme, sería ese el lugar que escogería. Ya sabes, por la casa que John...
―Entiendo... ―Tomó una de sus manos y se percató que allí todavía estaba el anillo de matrimonio―. Lo que elijas, sabes que contarás conmigo siempre.
―Esa es una de las cosas que extrañaré. Contar contigo, saber que estás allí siempre. Tu compañía, porque no sabes lo importante que ha sido tenerte a mi lado todo este tiempo. Has sido un gran amigo.
―También te extrañaré. A ti, a los niños y a Sara. ¿Ella se iría también?
Un poquito de emoción y nostalgia se agolparon en los ojos de Marlen y solo pudo asentir sin emitir palabra alguna.
―¿Cuánto tiempo? ―Quiso saber reprimiendo un suspiro.
―Bastante... ―Logró decir bajando la mirada―. Cinco años.
Peter no imaginó que sería tanto tiempo. Algo desconocido le dolió en el pecho y solo pudo aferrar con más fuerza la mano de su amiga y volver a prometer:
―Lo que decidas, siempre estaré contigo.



lunes, 8 de junio de 2015

Capítulo 6: Una sonrisa culpable






Capítulo 6
Una sonrisa culpable



Aún no era medio día cuando el llanto de un bebé la despertó de su sueño. Aún no se acostumbraba a que ellos ya no estaban en su vientre y que ahora podía verlos, tocarlos y escucharlos.
Al abrir sus ojos, encontró algunas flores y globos en la habitación y, al lado de su camilla, dos cunas en las que dormían los pequeños John y Mark.
Se levantó con cautela, y acunó entre sus brazos a Mark quien lloraba desconsolado en busca de comida.
―Hey, comilón, ya estoy aquí… ―susurraba para no despertar al otro gemelo.
Después de que Mark volvió a dormirse, le tocó el turno de reclamar comida a John. Marlen, con el mismo amor, le entregó lo que con tanto ahínco pedía y luego de algunos minutos, lo dejó durmiendo en su cuna.
Consultó la hora en el reloj de pared y se dio cuenta de que estaba atrasada. En media hora le darían el alta y Peter, pasaría a recogerla.
Intentó ducharse de la misma forma que lo hacía antes de que nacieran los bebés, sin embargo debió acortar los tiempos. Sus hijos la requerían y ella aún ni siquiera se terminaba de lavar el cabello.
Suspiró. Muchas cosas cambiarían, su vida desde un tiempo a esta parte había cambiado constantemente. Y estaba agotada.
Se envolvió en una toalla y acarició la barriga de ambos niños.
―Ya estoy aquí… Dejen que mamá se vista.
No dejaron de llorar y Marlen poco a poco se desesperaba. Se vistió con lo primero que encontró e intentó calmar a los gemelos.
Tomaba a John, y quiso a la vez tomar a Mark, pero los brazos parecían no alcanzarle. No quería tomar a uno solo, se sentía mal dejando al otro sufriendo.
―¿Te ayudo? ―Peter se acercó, sacó de sus brazos a John y lo calmó en su regazo.
―Peter… ―Lo miró y sonrió―. Gracias… es que estoy… acostumbrándome.
El pequeño Mark se aferró a su madre y el olor que ella desprendía, lo tranquilizó por completo.
―Vas a necesitar ayuda, Marlen.
―Sí, lo sé… pero es que aún no encuentro a nadie confiable. ―Tomó uno de los bolsos y se lo colgó al hombro. Peter hizo lo mismo y ambos salieron hacia los estacionamientos.
―¿Cómo los llevaremos? ―preguntó asustada al ver que no tenían sillas para auto. Y que ahora no contaba con los brazos de Peter ya que él debía manejar.
―Umm… ―Se pasó la mano por la nuca, intentando buscar la manera―. ¿Tienes sillas de auto en tu casa?
Marlen negó con la cabeza. Se sentía una mala madre, no tenía ni la menor idea de lo que era lo básico que necesitaba un bebé y ella tenía dos, ¿cómo se supone que los protegería?
Peter, quien aún cargaba al pequeño John, se dirigió a la recepción de la clínica. Allí, les facilitaron en préstamo, dos sillas de auto para bebés. No era la primera vez que se veían enfrentados a estos casos y mantenían algunas de emergencia.
―¿Me podría hacer un favor? ―pidió al encargado de entregarle las sillas.
―Dígame, señor.
―¿Podría instalarme las sillas o sostenerme al bebé para hacerlo yo?
―No se preocupe, el auxiliar de mantención se encargará de las sillas. ―Peter respiró aliviado y el hombre sonrió al ver la desesperación del padre. «De seguro es primerizo», pensó―. Señor, ya se acostumbrará, a todos nos pasa cuando somos padres por primera vez.
―Oh… No, no, no… yo no soy… Son los hijos de mis amigos. ―Sonrió para luego caminar acompañado del auxiliar hasta el auto.
Encontró a Marlen contemplando a Mark. La vio tan serena, que hubiese querido no interrumpir, pero ella pareció advertir su presencia y giró para mirarlo, en cuanto lo hizo, sonrió al ver que Peter había encontrado solución.
―Muchas gracias.

Llegar a casa tampoco fue fácil. Debían acomodar a los bebés, pero no había comprado nada.
―Bien… por el momento creo que tendrán que dormir conmigo.
―Si quieres… puedo ir a alguna tienda y… ―intentó Peter.
―Oh, no… No te preocupes. Ya me las arreglaré. Muchas gracias, Peter. No sé qué hubiese hecho yo sola. ―Tomó sus manos y el contacto, a ambos, les pareció… acogedor.
―Quieres… ¿quedarte a almorzar? ―sugirió para agradecerle tantas molestias tomadas.
―Claro. Yo cocino, tú intenta descansar ahora que están durmiendo.
Sí, necesitaba descansar y mucho pero no quería abusar de la voluntad de Peter.
―No, por favor… Ya has hecho bastante por mí.
―En serio no me molesta, Marlen. ―Volvió a estrecharle la mano. Ella se quedó mirando aquella unión y no le pareció correcta.
―Yo… puedo hacerlo. ―Miró los ojos de Peter. ¿Qué era aquello que él quería decir y no se atrevía? Sabía que algo intentaba decir con esa mirada.
―Debes dejar que te ayuden. Déjame hacerlo, por favor.
Ella solo asintió con la cabeza y retrocedió algunos pasos hasta que sus dedos dejaron de rozarse. Giró y corrió escaleras arriba.
Se perdió mirando a sus bebés, su motor. Entonces, quiso que allí estuviera John. Un recuerdo llevó a otro y se encontró reviviendo esa voz que la alentaba durante el parto. ¿Se lo habría imaginado? Había sonado tan real, que deseó, aunque la tildaran de loca, que así hubiese sido. Que alguna fuerza sobrehumana le permitiera contactarse con él cada vez que lo necesitara. Porque lo necesitaría siempre, en la crianza de los niños y en ese momento en el que titubeaba si lo correcto era recibir la ayuda de Peter y todo lo que eso implicaba.

Despertó porque otra vez uno de sus hijos la necesitaba. Le pareció haber cerrado recién los ojos cuando ya debía abrirlos nuevamente.
Los dejó a ambos mudados y bajó para encontrarse a Peter terminando de cocinar.
―¿Cuánto he dormido? ―preguntó asomándose por la cocina.
―Umm… no más de media hora. ¿Cómo están ellos?
―Durmiendo por mamá. ―Sonrió y se sentó en la mesa del desayuno―. Huele bien, ¿qué es?
―Pastas con salsa de champiñones.
Almorzaron de forma relajada. Hablaban fácilmente de cualquier tema y sin que llegaran silencios incómodos. Hablaron de las compras que debía hacer ella y de las cuales haría acompañada de Peter, quien otra vez le ofrecía su ayuda. Hablaron también de que debía contratar una persona a tiempo completo para cuidar a los bebés. De pronto, un comentario respecto a una película que habían visto hace mucho tiempo en uno de esos viajes que mantenían ausente a John, hizo que Marlen estallara en una carcajada.
―Pero te acuerdas que te dije que eso iba a suceder… Es imposible que no te dieras cuenta desde el principio. ―Peter también se unía a la risa fresca de Marlen. Era increíble ver cómo se apretaba la panza mientras reía fuerte, agitaba su cabello y cómo ojos derramaban, por primera vez en mucho tiempo, lágrimas de alegría.
Pero ese instante de gloria no duró mucho ni para ella ni para Peter. Marlen miró al suelo, no quería levantar la vista y encontrarse con la expresión de Peter, que seguramente estaba tan contento como lo estaba ella hacía un par de segundos.
No. No podía reír, no podía reír si él ya no estaba. No podía mostrarse feliz como si la vida no le hubiese quitado lo que tanto amaba. No era justo que ella riera y él haya sufrido tanto. Era una mala madre y una muy mala esposa, porque además, estaba riendo con otro hombre.
―Deja… deja ahí, Peter… Yo me encargo. Muchas gracias por…
Peter no la dejó continuar. Tenía que ayudarla, dejarle ver que estaba equivocando el camino, que ella podía volver a ser feliz, que eso era lo que John hubiese querido.
―¿Por qué eres tan injusta contigo?
―Tú… Tú no tienes idea ―dijo en un murmullo―. Yo no puedo hacer como si nada hubiese pasado.
―Tú tienes que seguir adelante. Tienes que volver a sonreír sin culpas. Los niños merecen ver a su madre feliz. Hace un momento, volviste a reír… Déjame seguir haciéndolo, seguir demostrándote que puedes volver a sonreír, Marlen.
―¿Y quién te dijo a ti que yo quiero hacerlo? John no está aquí, Peter. No verá a sus hijos crecer y yo… Yo tengo que cuidar de ellos como lo hubiese hecho John. Y no tengo que olvidarme de que John…
―…De que John también quería que fueras feliz. Vivió para hacerte feliz, no dejes que ahora que está muerto, no pueda continuar con su objetivo. Tú tienes la decisión en tus manos, tú decides.
―Bien, yo decido que por favor… No me vuelvas a…
―¿Hacer reír? Por Dios, Marlen… Era una tontera que dije y te hizo reír. No te sientas culpable por encontrar algo divertido.
―Me siento culpable por reír sin que él esté aquí acompañando mi risa. Me siento culpable por parecer que estoy olvidando lo triste que debo estar porque él se ha ido.
―Eso no es justo para ti. No es justo que te responsabilices por eso… ―Peter le acarició el hombro y ella siguió hablando sin darle importancia a esa caricia.
―Tampoco era justo que se fuera… No así, no tan pronto… ―Pestañó para dejar caer lágrimas que se habían agolpado en sus ojos. Peter la vio tan frágil que quiso abrazarla, y lo hizo. Ella no se resistió, también necesitaba un abrazo. En silencio, él acarició su cabello y ella cerró los ojos. A medida que Peter se fue separando de su abrazo, fue acercando sus labios a su frente. Se detuvo en el momento exacto en que ella abrió los ojos y le rogó que se fuera.

Durante la semana, Peter volvió a tomar distancia. No quería incomodarla, no quería invadirla porque sabía que si lo hacía, ella se encerraría en sí misma. Entonces, hizo algo que nunca había hecho, le presentó a una de sus amigas. Quizás compartir con otras personas le haría bien.
―Ella es Kim ―le dijo el día que se reunieron para comprar lo necesario para los gemelos.
―Hola, Kim. Mucho gusto. ―Sonrió sincera y luego le susurró a Peter―. Lástima que John no está aquí para ver esto, todo un acontecimiento.
Él solo rio y tomó la mano de su conquista.
―¿Conseguiste niñera? ―preguntó a la vez que veía a los niños durmiendo en sus coches.
―No, aún no. Por cierto, fui a devolver las sillas esta mañana y les compré unas nuevas.
―Genial… ¿No tuviste problemas?
―La verdad, sí, unos cuantos, pero ya aprendí. ―Hizo una pequeña mueca divertida y continuó caminando hacia la entrada del centro comercial.
Compró todo cuanto requerían y la opinión de Kim, quien ya tenía una hija, fue de gran ayuda. Comieron en un lugar cercano y entre conversación y conversación, Kim le ofreció el contacto de una persona que podría ayudarle con la casa y los niños.

Ese día estaba en la planta baja de la casa jugando con sus bebés cuando el timbre sonó. Abrió la puerta y en cuanto la vio, supo que ella era la indicada. No tenía explicación, pero fue una conexión demasiado fuerte como para obviarla. Le tomó la mano y la dejó entrar.
―Adelante, tú debes ser…
―Sara. Mucho gusto. ―La joven le estrechó la mano.
―Asiento por favor… Dime, Sara, ¿cuántos años tienes?
―Veintinueve, pero tengo vasta experiencia en los cuidados de niños y los de una casa.
Marlen le explicó más o menos lo que necesitaba. La quería a tiempo completo pero la casa no poseía otra habitación, por lo que se tuvo que conformar con tenerla ocho horas diarias.
―Bien… ¿cuándo puedes empezar?
Sara sonrió y propuso:
―¿Ahora mismo?
―Si es así… te lo agradecería. ¡Necesito dormir!
―Son muy lindos sus bebés ―comentó observándolos.
―Son igual al padre… Mira… ―Marlen abrió un cajón y buscó entre algunas fotos―. Fíjate.
En una fotografía, salía John de pequeño, y era cierto, los gemelos eran idénticos a él.
―Debe estar muy contento… ―concluyó Sara.
―Sin dudas… ―Marlen cerró sus ojos y lo imaginó orgulloso con los bebés entre sus brazos.
―¿Él…?
Marlen no quería hablar del tema tan pronto pero tampoco podía ocultarle a Sara, quien pasaría gran parte del día con sus hijos y con ella, que John ya no estaba ni estaría.
Le contó brevemente lo sucedido e Sara sintió el dolor en cada palabra que Marlen le revelaba. Finalmente optó por no decir nada, sino que simplemente la abrazó.
―Gracias… ―murmuró Marlen.
―¿Por qué? ―preguntó confundida.
―Porque odio que digan esa cosas que se dicen siempre cuando saben que el otro ha perdido a un ser querido… Ya sabes «lo siento tanto». Cuando en verdad no lo sienten. ―Se encogió de hombros y apretó las manos de Sara―. Gracias.

La relación entre Sara y Marlen se fue haciendo cada vez más estrecha, y el cuidado de los niños pareció menos difícil a la vez que avanzaba el tiempo.
Un día en que uno de los bebés se enfermó e Sara estaba con su día libre, a Marlen no le quedó más remedio que volver a molestar a Peter.
―Lo siento, sé que es tardísimo pero es que…
―¿Le pasó algo a los niños?
―Mark está con fiebre y no deja de llorar. Intenté llamar al pediatra pero no me contesta.
―Buscaré a otro, no es conveniente que lo lleves a un hospital. Se puede contagiar con algo peor.
―Peter… Yo… Perdón por tantas molestias.
―No es nada, Marlen. Tú y los niños son mi prioridad.
Media hora después, un pediatra junto a Peter, entraba en la casa de los Hamilton.
―Muchas gracias por venir. ―Abrió apresurada―. Están arriba.
El médico revisó a ambos niños. Un virus comenzó a afectar a Mark y amenazaba con hacerlo también con John. Ya casi tenían dos meses de nacidos y su sistema inmunológico estaba siendo afectado.
―Peter… dime que están bien ―decía entre lágrimas Marlen, aferrándose a su regazo.
―Sí, tranquila. El doctor sabrá qué hacer.
―Es una infección estomacal viral y debe seguir su curso, sin embargo, de igual forma te dejaré algo para la fiebre.
Luego de una hora, el médico se retiró y los niños pudieron dormir plácidamente. Pero Marlen, no pudo hacerlo y Peter se quedó a hacerle compañía.
―Si quieres irte, por mí no hay problema.
―No quiero irme. Ven acá. ―La abrazó y sentados en el sillón se quedaron en silencio.

A la mañana siguiente, cuando Sara entró a la casa, encontró a Peter y a Marlen abrazados durmiendo en el sillón de la sala. No quiso hacer ruido y subió las escaleras con cuidado para dirigirse a la habitación que ahora ocupaban los gemelos. Estaban despiertos, pero no hacían ruido, se les veía decaídos. Miró la mesita que había cerca de las cunas y encontró una orden médica.
―Pobrecitos… ―susurró y los cobijó.
Bajó despacio por las escaleras y caminó hasta la cocina para preparar el desayuno. En cuanto lo tuvo listo, lo dejó sobre la mesa del café de la sala en la cual dormían Peter y Marlen.
―Hola, Sara. ―La voz de Peter la sobresaltó―. Lo siento, no quise asustarte ―susurró.
―¿Necesita que le sirva el café? ―preguntó con el termo en la mano.
―No, no te preocupes, esperaré a que Marlen despierte.
Sara solo asintió y volvió a subir las escaleras para quedarse con los niños.
Mientras tanto, en la sala, Marlen comenzó a despertar. Abrió los ojos y el olor de Peter se le coló por las fosas nasales. Sintió además el calor de su mano sobre su hombro, y sentirse protegida en brazos ajenos, otra vez la puso alerta, sin embargo, estaba tan agotada, que dejó de luchar.
―Sara nos preparó el desayuno ―dijo a modo de saludo sin soltarla.
―Eso es lo que tan bien huele. ―Miró hacia la mesita y descubrió que el café aún no estaba servido como para oler tan bien―. Deben ser las tostadas.
Se inclinó un poco para tomar una y la mordió con ganas. Pero entonces, al recordar a sus bebés, se levantó de prisa, dejó nuevamente la tostada en la mesa y corrió escaleras arriba.
―Shh… Se han vuelto a dormir. ―Sonrió Sara.
―Gracias. ―Marlen peinó con su mano su cabello y luego mencionó―: Tengo que darles su medicina.
―Ya lo hice, no se preocupe. Aproveche de descansar.
No le quedó más que sonreír agradecida. La ayuda de Sara era increíble.
Se fue a su habitación y se duchó tranquilamente, cuando salió y bajó las escaleras, Peter aún seguía allí y sin probar bocado.
―¿No desayunaste?
―Te estaba esperando.
Se sentó a su lado y comenzó a comer. Sirvió un poco de agua caliente en ambas tazas y compartieron un café.
―¿Qué tal Sara? ―preguntó para sacarle alguna palabra.
―Muy bien, ya viste lo atenta que es. ―Señaló la bandeja―. Y también ya les dio la medicina a los niños. Están tan decaídos ―dijo haciendo una mueca de dolor.
―Van a estar bien. ―Apretó con fuerzas su mano y no apartó la vista de los ojos de Marlen.
―¿Qué tal las cosas con Kim? ―carraspeó y preguntó para que dejara de mirarla así.
―Bien, somos amigos… Ya sabes. ―Guiñó un ojo y ella en realidad, no sabía a qué se refería.
―¿Amigos? Pensé que era alguna…
―Nada formal, Marlen. Lo pasamos bien, punto.
―Nunca has querido comprometerte ―concluyó a la vez que devoraba una tostada.
―Porque aún no encuentro…
―¿A la indicada? ―Malen sonrió―. ¡Vamos! Nunca encuentras a la indicada, nunca conoces a la indicada… Eso es una tontería.
―John era tu indicado. ¿Por qué yo no puedo encontrar a la mía? Quizás algún día ame como John te amó a ti y tal vez encuentre a esa persona que me ame tanto como tú amaste a John.
Marlen se quedó en silencio y suspiró.
―¿Crees que él quisiera que yo…? ―No supo por qué hizo esa pregunta, en realidad se arrepentía de haberla formulado y expresado abiertamente a Peter.
―¿Te vuelvas a enamorar? Él quisiera que fueras feliz, de eso no tengo dudas.
―A veces me siento culpable. ―Se sinceró―. No quisiera que él se decepcionara de mí por olvidar estar triste. Me refiero a que… yo no debería mostrarme contenta.
―¿Por qué no? ―Quiso saber.
―Porque se supone que he perdido algo muy importante en mi vida, ¿cómo reír después de eso?
La entendía, entendía por el proceso que estaba pasando. Era normal sentirse culpable pero en algún minuto tendría que volver a vivir.
―Dejando que suceda, supongo. ―Se encogió de hombros―. Viviendo un día a la vez y si hoy te apetece reír, no seré yo quien te juzgue.
―Yo soy quien lo hace, y a veces puedo ser muy cruel conmigo misma.
―¿Sabes qué podemos hacer? Ofrecerle cada risa a John, es como decirle: «de seguro te estarías riendo, así que riamos.»
―Me gustaría ir a verlo. ―Sentenció sin prestar mucha atención a la solución que Peter le daba. No era así, no tan fácil.
―Cuando quieras vamos.
―No… Quiero ir sola.
―De acuerdo.
Marlen seguía viviendo un proceso en el cual iba quemando etapas. Había pasado desde la desesperación a la tristeza y de la tristeza a la impotencia. Luego, sus hijos llenaron todo, sin embargo, Marlen, como mujer, se sentía culpable. Culpable por reír, por sentir y por plantearse seguir viviendo como si el mundo para ella no se hubiese detenido nunca.