lunes, 15 de junio de 2015

Capítulo 9: Te quiero







Capítulo 9
Te Quiero



MARLEN
―Te quiero ―dije aferrada a él. No lograba comprender esa necesidad que me llevó a decirlo sin pensar. A no filtrar, a por primera vez decirle esa frase que cada cierto tiempo se me quedaba atrapada en la garganta. Pero ese día la dejé escapar porque no lo vería en cinco años más, y se lo merecía. Se merecía mi cariño por todo lo que me ha apoyado, acompañado.
Abrazarlo en el aeropuerto me trajo de pronto la imagen del último abrazo que le di en ese mismo lugar a John.
Debí soltar a Peter y alejarme sin decir nada más. John me rondaba los recuerdos, pero cuando le dije a Peter que lo quería, John pareció alejarse unos minutos de mí. Éramos por primera vez Peter y yo. Fue un instante, un pequeño momento de amnesia y anestesia. Olvidar el dolor por John para dejar entrar una tristeza distinta, y esa tristeza no era por mi marido, sino por aquel hombre al cual me aferraba.
Pude escuchar el reclamo silencioso que me dirigió con su mirada cuando me alejé. Caminé con la vista fija en mis niños que iban unos pasos más adelante que mí junto a Sara, entonces lo sentí. Sentí la mirada de Peter. Me giré lentamente y simplemente pude sonreír. Hubiese querido volver tras mis pasos y abrazarle una vez más. Aún no me iba y ya lo extrañaba por alguna loca razón que no entendía.
―Muy buenas tardes ―miré a la policía que me indicaba la fila que debía hacer. Iba a contestar cuando escuché una voz masculina a mis espaldas.
―¡Marlen! ―Enmudecí y me giré al instante. Vi a Peter extendiendo sus brazos a unos pasos de mí.
Era un loco. Corrí con celeridad para corresponderle.
No lograba entender el porqué de su llamado y esa muda necesidad de abrazarnos nuevamente.
―Yo también te quiero ―dijo y a mí se me detuvo el mundo. Otra vez. Llevó con lentitud sus manos a mis mejillas y me dio un lento beso en mi comisura izquierda. Fue un beso extraño y extremadamente largo. Pero no me alejé, no levanté murallas, dejé que lo hiciera y sin que me soltara aún, ya comenzaba a añorar su contacto.
Fue él quien me soltó por completo y pronunció un triste «Lo siento». Me quedé clavada en el piso frente a él. Sentí el temblor de unas lágrimas que advertían una caída libre, sin embargo él con dulzura las retuvo para luego besar mi frente y dejarme partir.
Sara no me dirigió la palabra hasta que estuvimos sentadas en el avión, y los niños dormían plácidamente.
―¿Estás bien? ―La miré y no supe qué responder. Tenía mi cabeza repleta de preguntas, y las respuestas se habían quedado abajo del avión.
Me encogí de hombros y volteé mi cabeza hacia la ventana. Tenía tan fatigada la mente que ni siquiera me acordé del miedo a volar. Me perdí en las nubes que dibujaban en el cielo un colchón esponjoso y tuve la extraña necesidad de dejarme caer en él. Estaba en el cielo, donde se suponía estaba John, sin embargo quería bajar a la tierra y volver a encontrarme con el hombre que había dejado atrás. ¿Qué me estaba pasando? ¿En qué minuto comencé a necesitarlo tanto como para no concebir estar tan lejos de él?

Aterrizamos en Chile y el descenso me devolvió el temor. Me sostuve de la mano delicada de Sara y ella solo sonrió.
―Esto es lo peor ―musite entre dientes.
Retiramos las maletas y una persona de la agencia nos esperaba para llevarnos a un departamento que ocuparíamos hasta que la casa que John compró estuviera totalmente habilitada.
Llegué tan cansada y los niños estaban inquietos. Nos pasamos toda la noche intentando hacerlos dormir, pero no lo conseguimos hasta las primeras luces del alba.
―Ve a dormir, Sara. Ha sido todo tan agotador, yo me quedo pendiente de los niños por si despiertan ―dije con café en mano.
Se resistió un poco pero luego aceptó irse a descansar. Yo, sin embargo no podía dormir a pesar del cansancio. Me senté en un pequeño sillón que había al lado de una mesita de luz.
Durante el viaje comencé a analizar la razón por la cual me inquietaba que Peter se quedara tan lejos. Se suponía que dejarlo atrás también era una forma de volver a empezar. Por alguna razón comencé a depender de su compañía, pero no lo descubrí hasta verme lejos de él.
Sin embargo entendí que el motivo radicaba en todo el tiempo que pasábamos juntos en Boston. Se convirtió en familia y a la familia se le extraña. Sí, eso era.
Me di vueltas y vueltas en el sillón, sin embargo no podía apartar de mis pensamientos a Peter. Y eso me enojaba, me enojaba en lo más profundo porque él no debía tomar por asalto el espacio que John ocupaba. No podía adueñarse de mis pensamientos que deberían ser dirigidos solo a John.
Me levanté ofuscada y busqué sosiego en la paz de mis hijos durmiendo. Entonces allí también me invadió Peter, porque comencé a recordar el cariño con el cual los trataba. Las veces que les enseñó a dar sus primeros pasos. Y volví a enojarme, esta vez no con él sino conmigo, porque le dejaba irrumpir con vehemencia en esta nueva vida.
Me di una ducha rápida y después, busqué refugio ordenando las cosas más importantes de John que guardé en mi maleta. Sí, allí me sentía segura, protegida y colmada de él. Suspiré evocando su presencia. Seguía doliendo, pero podía sobrevivir. Ahora sí me daba cuenta que el mundo seguía girando, más lento, pero girando para mí.
Con la pesadez en los ojos por no haber dormido, caminé hasta mi habitación una vez que el rincón que había elegido de forma exclusiva para John estuvo ordenado. Y entonces, por fin, pude descansar.

Desperté cuando ya eran más de las tres de la tarde. Los niños ya habían comido y Sara jugaba con ellos en el diminuto living.
―Buenas tardes ―saludé robando una manzana del refrigerador. Gracias a Dios los de la agencia se habían encargado de todo.
―Hola, ¿cómo dormiste? ―preguntó Sara con aire preocupado.
―Descansé, que es lo bueno. ―Sonreí sin ganas. Algo en mi estómago se había instalado y no me dejaba ser cien por ciento feliz en este cambio. ¿Angustia talvez?
Sí, era probable que así fuera. En dos días debíamos presentarnos en el local que ocuparíamos para impartir clases de Yoga. Por las fotos que nos dieron, era bastante amplio. Por la dirección que nos entregaron, quedaba demasiado cerca.
―¿Llamaste a Peter para decir que ya llegamos? ―Y la pregunta me causó una punzada que me recorrió el cuerpo hasta que encontró mi alma.
―No ―me sinceré sin mirarle siquiera.
―Debe estar preocupado…
―Puede ―respondí escuetamente―. De todas formas sabe que estamos recién instaladas, no creo que esté esperando una llamada de nosotras todavía.
Sara solo me miró unos segundos para después desaparecer a su habitación.
―Pero si quieres llámalo tú ―sugerí alzando la voz. No respondió.
Me acerqué a los niños y jugué con ellos. Les hablé con cariño, les aseguré que seríamos felices y aunque no entendieran nada, les aseveré que solo nos necesitábamos nosotros para ser feliz. Lo que no sabría decirles, es si eso último era una excusa o una afirmación.
―Papapa… ―balbuceó John y yo salté de alegría.
―¡Síiii! ¡Sara! ―grité para que se acercara―. Sara, ven. Ha dicho papá, John ha dicho papá.
Corrí en busca de una foto de mi marido. Sara no llegó, pero yo pude enseñarles a mis niños la foto y repetir una y otra vez:
―Acá está papá. Pa – pá.
De pronto, con teléfono en mano, Sara llegó a la sala y preguntó qué ocurría.
―Ha dicho papá, ¿puedes creer? ―dije sonriendo y detuve la mirada en el teléfono. ―¿Con… con quién hablabas? ―pregunté apuntando lo que tenía entre las manos.
―Con Peter ―respondió sentándose en posición india frente a los niños y sonriéndoles.
―Ah… ―expresé intentando ocultar el dejo de decepción. ¿Por qué lo llamó ella y no yo? Bueno, mejor…
―Dijo que esperaba tu llamado. Te lo dije.
La miré y tomé en brazos a Mark.
―Pero ya lo has llamado tú, no es necesario que lo llame. ―Le esquivé la mirada de reproche que me entregó como respuesta y concentré mis caricias en mi niño.
―¿Qué ocurre? ¿Por qué de pronto le rehúyes? ―No sabía qué contestar. Ni yo tenía respuesta a esa pregunta.
―Estoy agotada y seguro querrá hablar horas, ya sabes cómo es. Lo voy a llamar en un rato. ―Seguía sin mirarla, estaba segura que no me había creído.
―Es mentira, no lo llamé ―confesó a la vez que yo solté un suspiro de alivio. ¿Por qué?―. Era la directora de la academia para saber cómo habíamos llegado. ―Comenzó a reír sin sentido―. Te hubieses visto la cara cuando te dije que llamé a Peter.
―Son cosas tuyas.
Fue todo cuanto dije.
Llegó la noche y… debí hacer lo inevitable. Peter se merecía un llamado mío. Era mi amigo y se había portado muy bien, se lo debía.
Esperé a que todos durmieran para coger el teléfono. Sonó dos veces y entonces él contestó.

PETER
La vi alejarse y no comprendí cómo tanto vació creció en mi interior. Volví a mi casa sumido en una sensación nueva y extraña. Sí, ella y los niños eran extremadamente importantes en mi vida, pero ¿en qué minuto se volvieron tan necesarios como para sentirme el hombre más abandonado de la tierra?
Esa noche dormí pegado a la almohada y pegado también al recuerdo de ese «te quiero», aferrado a la imagen de Marlen temblando cuando la llamé para darle un último beso, uno tímido pero significativo. Uno que me pareció eterno y a la vez mortal. Le vibraban las lágrimas en las pupilas y yo solo tuve la necesidad de secárselas, de que no las derramara, no por mí.
Me odié porque me parecía una estupidez extrañarla tanto. Yo no debía extrañarla así, yo no debía necesitarla como si fuera mi aire. Ella era la mujer de mi amigo, yo solo era el amigo que admiraba ese amor y que decidió cuidar de ella como amiga, sin embargo la estaba cuidando y añorando como si fuera mi otra mitad, como si fuera una extensión de mí.
Golpeé con fuerzas la almohada con la cabeza, para quitarme de la cabeza sus ojos tristes que clamaban que la siguiera, porque yo debí haberla seguido hasta el fin del mundo.
Me levanté al sentir que la sangre me bullía y no me dejaba el cuerpo quieto. Se me asfixiaba el alma con la necesidad de saber de ella. Debían estar recién en la mitad de su vuelo, sin embargo yo ya quería traerla de regreso.
Abrí el grifo y serví agua. La bebí rápido, para ahogar la intranquilidad que me recorría las venas. No lo conseguí. Me senté en la mesa de la cocina y abrí el ordenador. Tenía trabajo pendiente y necesitaba quemar mis neuronas en otra cosa y no en el sentimiento absurdo que se me estaba gestando en el lado izquierdo de mi pecho.
Las horas parecieron avanzar. Sin embargo al consultar la hora, ni siquiera habían transcurrido cuarenta minutos.
Cerré todo y volví al dormitorio, debía dormir, descansar.
A la mañana siguiente, decidí salir a correr como hace mucho tiempo no hacía. Lo hice. Corrí sin rumbo, o por lo menos eso creí. Y entonces, mis pies traicioneros me llevaron hasta la casa vacía que antes fue el refugio de una amistad.
Pateé el letrero que decía que estaba en venta, y me acuclillé tomándome la cabeza.
Cinco años, cinco años sin ellos. No podía doler tanto. No podía hacerme falta. No debía sentir lo que estaba sintiendo. No así, no ahora, no con ella.
Volví a casa peor de lo que salí, me di una ducha y esperé enfriarme con el agua los pensamientos. Era su vida, no podía inmiscuirme en su vida, en su decisión. No podía rogarle que volviera, no después de todo lo que le costó ponerse de pie. No podía siquiera aspirar a que me mirara como la estaba mirando yo, porque ella era la esposa de mi amigo, de mi mejor amigo ¡maldita sea!
Aun así, la busqué entre las llamadas perdidas de mi celular. Ni siquiera allí la podía encontrar. Y no la llamaría, por John que no la llamaría, no la buscaría. Porque en mi loca forma de razonar últimamente, estaba seguro que si escuchaba su voz otra vez después de ese «te quiero», sería para rogarle que volviera. No le pedía nada más que eso, que me dejara seguir acompañándola. Que me dejara seguir siendo la persona a la cual ella acudía cuando necesitaba un hombro para llorar, una mano donde sostenerse. Desde lejos, pero muy cerquita.
No pasaron muchas horas hasta que el celular me sacó del aturdimiento. Era ella. Marlen.
Tomé el celular con manos temblorosas, no sabía si contestar o no. Y la verdad es que necesitaba escucharla, saber que habían llegado bien. Escucharla, solo escucharla para volver a sentirla cerca.
―Hola ―murmuraron al otro lado del auricular, y entonces, me bailó el alma y me dolió la conciencia.
―Hola. ―Conseguí decir luego de unos segundos.
Y entonces, no existió nada más. Se me borró el pasado, se me borró el miedo y apareció una sonrisa de dudosa procedencia. De esas culpables, de esas mismas que lucía Marlen cuando reía y pensaba en John. Así mismo, así me sentía yo.





14 comentarios:

  1. Ohhhh Valeria,que puedo decirte a parte de escribes maravillosamente bien,el capítulo estuvo precioso que Marlen este sintiendo cosas por Peter me encanta,pero me da rabia que no quiera asumir los sentimientos que esta comenzando a sentir,aunque la entiendo no me gusta que haga sufrir a Peter,asi que por favor no seas tan mala con Peter,es que es tan lindo, espero ansiosa otro capítulo para saber que seguirá después de esa sonrisa de duda procedencia.

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  2. Hola Valeria que puedo decirte que no te hagan dicho las que leemos., tus lindas historia hermoso capítulo la alegría cuando entre y vi otro capítulo.Esperemos cono se desarrolla este nuevo amor para Marlen

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    1. Muchas gracias por seguir esta historia. Un beso Alba <3

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  3. Tus hadas mágicas hacen un trabajo excepcional al iluminarte a escribir, pero sinceramente mas que nada a reflejar los sentimientos, y todavía mejor que esos sentimientos son palpables, siento la historia como si fuera yo quien pasa por eso, gracias Valeria! Espero con unas ansias locas el otro capítulo :) besos

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  4. COMO PUEDES TERMINARLO AHIIIIIIIIIIIIIIIII POR DIOS VALERIA ESTO ES MARAVILLOSOSSSSSSSSSSSSSSSSSSOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO

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  5. Vale que hermosas palabras!!! Uno se siente enamorado también, lo vive con ellos. Dale una compu a Marlene con skype...así se ven...jajaja

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  6. Que hermoso capitulo Vale.........
    ahora a esperar para saber que pasa despues

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    1. Estoy ansiosa por encontrarme con ellos y saber qué sucede!!

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  7. Que bonitooooooooo....cada capítulo me gusta mas.... y mas...

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    1. Una enorme alegría que te guste. Gracias por leerlo <3

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