Capítulo 7
Consecuencias
Llegó junto a Carolina corriendo a la clínica. Envió un escueto mensaje
a Ciro explicándole lo ocurrido y luego solicitó información sobre Valentín,
más conocido como Valento Ruminó.
―Su diagnóstico es reservado.
Carolina hizo una mueca con su boca y tomó del brazo a Rafaela para que
esperaran sentadas.
―Vamos, ya podrán decirnos algo.
―Estaba muy mal, Caro… ¡Ay, no sé por qué lo hice! ―Apoyó su rostro en
sus manos, avergonzada.
―Sabía que terminarían los dos matándose, no pensé que tan pronto.
―¡Ay, no lo digas ni en broma! ―Llevó su pulgar a la boca y comenzó a
morderse la uña. Se levantó y se paseó tanto que terminó mareando a Carolina.
―Voy a la cafetería, ¿te traigo algo?
―No, gracias. ―Negó con la cabeza.
De pronto comenzó a llenarse de gente, ella intentó ocultarse, no quería
que la descubrieran allí. Sabía que todas las sospechas caerían en ella,
además, le había confesado al camarero que era la novia. ¡Estaba en serios
problemas! Legales y profesionales.
Encontró una escalera y subió sin dudar. Llegó a una sala de espera,
mucho más acogedora que la que había dejado atrás. Vio a una enfermera detrás
de un mesón y preguntó:
―Disculpe, estoy buscando la habitación del escritor que fue ingresado
hace casi una hora… ―Esperaba estar en el lugar correcto.
―Ah, sí… Debe esperar, siguen intentando estabilizarlo con los
medicamentos correctos. Llegó a tiempo, estuvo a un paso de presentar un shock
anafiláctico.
Rafaela frunció el entrecejo y preguntó:
―¿Eso es grave?
―De riesgo vital… Es una complicación de la reacción alérgica…
En cuanto la enfermera se lo comunicó, Rafaela se desesperó. Se le
llenaron sus ojos de lágrimas y sus ojos se fijaron en algún punto.
―No se preocupe, ya deben haberlo controlado.
La especialista le sonrió para tranquilizarla y luego la dejó pasar a la
habitación en la cual descansaba Valentín. Lo encontró conectado al oxígeno y
completamente dormido.
―Los medicamentos y sedantes lo mantendrán así durante la noche ―informó
la enfermera.
―Gracias… ―dijo limpiándose con cuidado las lágrimas y esperando a que
la enfermera se marchara para ella poder acercarse al enfermo.
Dio algunos pasos y estiró su mano para tocar la de Valentín.
―Lo siento, Valentín. Sé que no medí riesgos y que fui una inconsciente.
Realmente se sentía avergonzada con su actitud. Quería decirle tantas
cosas pero no encontraba las palabras correctas, solo lograba acariciar sus
dedos de forma tímida.
Con el correr de los minutos decidió sentarse en una silla cercana a la
camilla y allí veló el sueño de Valentín, que presentaba algunas ronchas en su
piel.
―Ay, Valentín… Se supone que yo debería haber saltado de felicidad
cuando te vi, pero no pude creer que no eras quien siempre habitó en mi mente.
Mi Valentín era tan dulce y tú tan déspota. ―Suspiró―. De corazón te digo, lo
siento. No debí hacerlo. Pero tú tampoco debiste mostrar mi ropa interior.
¡Escogiste la peor!
Intentó reír, pero no lo consiguió, secó sus lágrimas y siguió
hablándole. Debía aprovechar de que él estaba sedado porque o sino, de seguro
estaría saltando sobre ella para matarla con sus propias manos. Lo peor, es que
se lo merecía.
Las horas avanzaban lento y ella no tenía otra cosa que hacer que mirar
cada una de las facciones de él. No sabía cómo, pero era su Valentín. Así, tan
tranquilo, era él.
Cuando amaneció, Rafaela se levantó de la silla para ir a ver si
Carolina aún seguía allí.
Bajó las escaleras y no se percató del mar de gente que había a la
espera de saber sobre el estado de Valento.
―Rafaela… ¿Es verdad que quiso vengar una infidelidad?
―¿Cuánto tiempo llevaba planificando el asesinato de Valento Ruminó? ―Se
espantó ante la pregunta y comenzó a retroceder.
―¿Es cierto que entre ustedes existen celos profesionales? ―Rafaela
miraba a todos lados y para donde lo hiciera, se encontraba con cámaras y
micrófonos.
Un hombre entró raudo, se inmiscuyó entre los periodistas, tomó el brazo
de Rafaela y dijo:
―Ella no dará declaraciones. Permiso.
La arrastró hasta una pequeña habitación y la sentó en una camilla.
―¿Ciro?
―No, su gemelo. ¡Claro que soy yo! ―Se quitó los lentes y la miró
fijamente―. La última vez que hice algo así, fue para cuando mi hija de cinco
años le pegó a su compañerito de kínder. ¿Me puedes explicar en qué mierda
estabas pensando cuando se te ocurrió tamaña estupidez?
Rafaela lo miró mientras se hacía pequeñita en la camilla. No tenía
respuestas, era tan ridículo lo que había hecho.
―¡Casi me lo matas, Rafaela! ¿Qué esperabas? ¡Dios, mío! ―Ciro se giró y
caminó por la habitación, exaltado.
―Bueno… Él se lo buscó. ―La miró amenazante―. Ya, no me mires así. Sé
que no fue lo correcto, pero… Lo siento… ―susurró de forma inaudible.
―¿Qué? No te escucho…
―¡Que lo siento! ―alzó la voz.
―Ah, no. Eso sí que no. ¿Crees que es tan fácil? Los camareros ya
informaron que tú diste la orden para cambiar el menú. La justicia puede
acusarte de intento de homicidio y si Valentín quiere, te hunde por daños y
perjuicios.
―¡Yo no quería matarlo! ―reclamó.
―¿No? Sabías que era alérgico, Rafaela… Está en donde busques por
internet.
―Bueno… ¿Para qué le dan caña al que quiere pescar? ―se excusó―. Si le
hace daño, que lo sepan quienes deben saber… Le hice un favor… Así aprenderá a
no ventilar su privacidad… ¡Cosa que no hizo con la mía! ―Rafaela se cruzó de
brazos.
Ciro invocó a los santos para que le entregaran un poquito de paciencia.
―Estás desvinculada de la editorial ―informó con pesar. La quería como a
una hija, pero estaba causando estragos.
―¿Qué hago con los periodistas? ¿La justicia? ―preguntó restándole
importancia a su despido.
―Arréglatelas tú. Solita armaste todo, solita lo desarmas.
Y entonces, de pronto, Rafaela comenzó a llorar.
―Ay, no… ese numerito conmigo no ―advirtió Ciro. Pero el llanto era
real.
―Yo no quise… ―Hipó―. Te prometo que no quería que le pasara nada malo.
Se me fue de las manos, no pensé en las consecuencias y no me puedo quedar sin
trabajo. ―Limpiaba una y otra vez las lágrimas. Odiaba que su sensibilidad la
traicionara delante de otras personas, pero así era ella… impulsiva hasta para
llorar.
―Ya, ya… ―Ciro comenzó a ceder, alargó un brazo y dejó que Rafaela
llorara en su hombro.
―¡Qué te dije, Rafaela! ―irrumpió Ale.
―¡Que tenga que venir solo para decirte cómo tienes que hacer las cosas!
―expresó Lizzy―. Así no llegarás a ser famosa.
―Famosa por homicidio ―aseguró Ale.
Rafaela vio a sus amigas allí, paradas frente a ella y no podía creerlo.
―¿Qué hacen aquí?
―Suponíamos que necesitabas ayuda y yo venía planeando este viaje hace
un año. Nos diste la excusa perfecta. ―Ale le guiñó el ojo y Rafaela se levantó
para abrazarla.
―Gracias. ―¡Ay, qué bien se sentía estar acompañada de quienes la
conocían y querían!
―Menuda cagada, ¿eh? ―dijo Lizzy cuando fue su turno de abrazarla. Rafa
solo se encogió de hombros.
Ciro la miró y le dijo:
―Aún no terminamos de hablar… Ya tendremos el tiempo.
―De acuerdo… ―La escritora bajó la mirada y asintió con la cabeza.
Cuando Ciro salió, las amigas la bombardearon a preguntas.
―¿Cómo fue que terminamos pasándonos de castaño a oscuro? ―Lizzy se
refería a la gravedad de los hechos.
―No fue mi intención que llegara a parar a la
clínica. Se suponía que le iban a salir ronchitas en todo el cuerpo y así, no
iba a poder salir a la calle… Era una pequeñita lección.
―Y terminó dándotela él a ti, ¿no? ―Ale le
acariciaba el cabello.
―Eres tan impulsiva, y mira que Ale te lo advirtió.
―¡Ya lo sé! No tienen que repetir lo que me ha
dicho todo el mundo. Sé que soy una inconsciente, una loca, sin raciocinio y
agrégale que también ahora estoy sin editorial… ―Lo último lo dijo muy bajito,
sin atreverse a mirar a sus amigas.
―¡Ay, Dios mío! ¿Se lo dije o no se lo dije?
―preguntó Alejandra mientras miraba a Lizzy, quien solo asentía―. Pero a mí,
nadie me escucha. Luego dicen que soy la bruja… Bien, adivino el futuro.
Rafaela San Martín… no me gustaría estar en tu lugar.
―Ah, se me olvidaba… Posiblemente vaya a la cárcel.
―Hizo una mueca y se volvió a sentar en la camilla―. Hasta los periodistas me
tratan de asesina.
―¡Válgame Dios! ¿Criminal, Rafa? ¿Es en serio?
―Lizzy la miraba preocupada.
―Ajá… ―Asintió con la cabeza―. Y ruega que cuando
Valentín despierte no se le ocurra matarme que te tocará vestirme para mi funeral.
―A ti, lo que te falta es un exorcismo, un
sahumerio… Algo que te quite la mala suerte que te traes encima.
―Bueno, ya basta, Lizzy… ¡Se están pasando! Voy a
ver cómo sigue Valento. ¿Pueden distraer a los periodistas mientras subo la
escalera?
―¡Y lo que faltaba! Que se vaya a meter a la boca
del lobo…
Valentín seguía algo sedado cuando Rafaela volvió a
tomar su mano.
―¿Te sientes mejor? ―preguntó agitada por la
carrera que tuvo que hacer para esquivar a los reporteros.
―Si estuvieras muerta lo estaría ―se escuchó como
murmullo tras la mascarilla y Rafaela saltó asustada. Valentín movía su cabeza
de un lado a otro y los ojos le pesaban para abrirlos.
―Shh… Calmado, esto es solo un sueño… ―intentó
Rafaela mientras echaba miraditas por si alguna enfermera pasaba cerca. Al no
ver a ninguna, intentó soltar a Valentín, pero este le tomó con fuerza la muñeca,
apretándola lentamente―. Suéltame, Valentín, me estás haciendo daño. ―Luchaba
por zafarse pero no lo conseguía―. En serio, me está doliendo.
―Ah, ¿sí? ¡A mí también me dolió pedazo de loca! ―Y
abrió los ojos y con la mano libre se quitó la mascarilla―. ¡Cómo se te ocurre
intentar matarme! ¿Sabes lo que voy a hacer contigo? ¡Te prometo Rafaela San
Martín que te voy a cortar en pedacitos y le daré de comer a los camarones! Ah,
no… ¡Qué culpa tienen los pobres! ―La inyección de adrenalina que le habían
puesto la noche anterior para controlar su estado, al parecer estaba haciendo
estragos en él.
―¡Suéltame, Valentín! Me duele…
Los gritos se escuchaban hasta la sala en donde
esperaban sus amigas. Entraron y lo que vieron no les gustó. Valentín estaba
completamente descontrolado, gritando e inmovilizando a Rafaela.
―¡Enfermera!
―¡Seguridad!
Gritaron las amigas al mismo tiempo mientras salían
de la habitación.
Fue Ciro quien entró y se encerró con ellos para
hablar, o por lo menos eso intentó.
―Ciro, dile que me suelte… ―pidió Rafaela en voz
baja.
―Valento, no te alteres… Estás delicado…
―¡Me importa un comino, antes de morirme la llevo
conmigo! ¿Sabes lo que hizo esta bruja hija de satán? Primero me quiso cortar
la lengua con sus dientes…
―Eso fue porque me besó a la fuerza. ―Se defendió,
tironeando para que dejara de lastimarla.
―Después quiso dejarme cojo, mutilándome un pie…
¿Sigo?
―¡Eso fue porque me dijiste…! ―Iba a decir «virgen», pero se arrepintió―…Ya ni
recuerdo, pero también me provocaste.
―Virgen… te dije virgen porque hiciste un escándalo
por un beso. Luego… Me despojaste de mis ropas… Ciro, quiso dejarme sin
descendencia… ¡Todo por mostrar una simple tanguita! Pero no… Eso no fue
suficiente para este engendro del mal, claro que no. ¡Ahora quería asesinarme!
―¡Eso es mentira! ―Y se soltó por fin―. Yo no quise
matarte… Si lo hubiese querido, hubiese acertado ―aseguró―. Pero no, se salió
de las manos.
―¿Ves lo que te digo, Ciro? ―El editor no sabía si
grabarlos con el teléfono o mandarlos a los dos a freír monos a África.
―Lo siento, Valentín. De verdad lo siento. ―Rafaela
se acercó, temerosa pero mirándolo con real arrepentimiento.
―¡Ay, casi me conmueves, pero no! Tus teatros y tus
mentiras a otro lado. Disfrutas de todo esto. Escúchame bien, no quiero volver
a verte en mi vida. Ni siquiera voy a interponer una denuncia en tu contra
porque el solo hecho de que algo nos una ya me da urticaria.
―Esa era la idea… que no pasara de la urticaria.
Pero ahora todos, incluidos los periodistas dicen que soy una asesina. ―Rafaela
miró a Ciro. Necesitaba que por lo menos él le creyera y le devolviera el
trabajo.
―Te dije que no estabas a mi altura, San Martín.
―Ella cerró los ojos, respiró profundo y giró para responder.
―Claro que no, soy mucho más chiquita y tú te
pusiste a mi nivel para besarme… ¿Te quedó gustando, mi amorcito?
―¡Rafaela! ―advirtió Ciro.
―¿Qué? Bien, me equivoqué, pero no es para que me
trate todo el mundo como si fuera una niña.
―Es que realmente yo ya tengo dudas de que seas
mayor de edad. Y no solo tú, también Valentín. Dos de mis promesas están
hundiendo la editorial. Valentín, tú tienes el respaldo de otra editorial,
pero… ¿Qué pasa contigo, Rafaela? Estás sin trabajo y ahora estás a dos pasos
de quedar fuera. Yo no puedo andar detrás de ustedes.
―Yo ya pedí disculpas, si su majestad no las quiere
aceptar, ni piense que voy a rogar. ¿Quiere indemnización? Perfecto, yo también
quiero una por usar mi nombre y mi persona para fingir un romance en el que yo
no estaba de acuerdo.
―Ah, ¿no? ¿Y me puedes explicar de dónde salió esa
nota?
―Ah… eso… De seguro me sacaron de contexto… Aparte
que no era para ti, era para MI Valentín… y tú eres un impostor que usó su
nombre.
―¿Cómo? ―preguntaron ambos.
―Eso, lo que oyen. Que yo tengo un novio, se llama
Valentín, le escribí esa nota pero luego decidí no usarla y la boté. Como
discutí contigo y nos vieron, pensaron que hablaba de ti. Fin.
Los hombres se quedaron callados. Rafaela se alivió
internamente porque al parecer le habían creído, pero entonces… Valentín se
echó a reír.
―¡Sigues mintiendo! Eres virgen y no tienes novio.
¿Quién va a querer a una salvaje como tú? ―aseguró de forma cantarina.
―Pues cree lo que quieras.
Rafaela, colorada como un tomate de vergüenza,
salió y cerró la puerta.
Cuando sus amigas se acercaron, ella solo movió la
cabeza para que no preguntaran nada y se le llenaron los ojos de lágrimas.
―Es la última vez que me hace llorar, se los
prometo.
Con estos dos me muero de risa!!!! Muy bueno Vale!!!
ResponderEliminarGracias por leer!!! <3 <3 <3
EliminarMe encanta. Que locura ser traen esos dos. Buenísimo vale
ResponderEliminarSin palabras... Es increíble lo que hacen los impulsos.
ResponderEliminarDe a poquito esa historia de Rafa y Valentín se va poniendo cada vez mejor.
Increíble Vale!!!!