Capítulo 8
¿Bailamos?
―Ya puedes decirme que tengo un corazón a prueba de
todo ―comentó Valentín en cuanto vio salir a Rafaela. Ciro lo miró sin entender―.
Podría hundirla pero mi generosidad es más grande.
El editor suspiró y lo dejó solo. Lo único grande
que tenía ese hombre era el ego.
―Soy un incomprendido. Eso es lo que pasa. ―Y
volvió a ponerse la mascarilla de oxígeno al tiempo que la enfermera ingresaba.
―Señor Ruminó, en unas horas le darán el alta. Me
alegra de que se sienta mejor. ―La mujer chequeó la ficha médica y observó al
paciente―. Su novia estaba muy preocupada.
―¿Qué novia? ―preguntó extrañado, pero cuando
asoció la palabra «novia» a Rafaela, no le gustó. Se quitó otra vez la
mascarilla y exclamó―: ¿Rafaela estuvo anoche aquí?
―Pasó la noche cuidándolo, señor.
―¡Ay, no! De ella no viene nada bueno. Revisa por
favor que no haya puesto cianuro en alguna de esas cosas que me inyectaron.
La enfermera rió y movió la cabeza.
―Ya estaría muerto.
―Ella se asegura de que muera lento por el puro
placer de verme sufrir. No te fíes, te lo digo en serio.
Rafaela había llegado a su habitación envuelta de
una sensación poco agradable. Su conciencia pensaba por lo que había hecho,
pero también le dolía un poquito el corazón. No le gustaba a Valentín
tratándola como a un estropajo, y no solo eso, sino que también él asegurara
que ningún hombre podría estar con ella. Eso no era así. Ella era muy dulce,
una romántica completamente entregada cuando se enamoraba, pero sus relaciones
no habían salido del todo bien. O ella se enamoraba o ellos lo hacían, pero
jamás correspondió o fue correspondida. ¡Era tan difícil encontrar a la persona
adecuada!
Se desvistió por completo y se metió a la tina. Un
par de días más y ya podía regresar a Chile.
Al salir de la ducha y solo con una bata, se recostó
en su cama e intentó descansar.
Las amigas de Rafaela, junto a Carolina, estaban
dispuestas a que el estado anímico de Rafa mejorara. La dejaron descansar esa
noche, pero al día siguiente, movidas por la solidaridad femenina, a primera
hora se presentaron en su habitación.
―¿Y ustedes se cayeron de la cama? ―preguntó una
vez que les abrió la puerta y arrastró los pies hasta llegar a su cama, en
donde se sentó, sin ningún ánimo.
―A ver, Rafita… La mujer llora un día y al
siguiente se levanta como si nada. ¿Okey? ―Carolina la recostó en su regazo y
comenzó a acariciarle el cabello.
―Es fácil decirlo cuando no eres tú la que está en
el ojo del huracán. ―Suspiró Rafaela, levantando los pies para que Lizzy, que
ya estaba sentada en un borde de la cama, le hiciera masajitos en los pies.
―¡Ay, por cierto! ¿Qué se sabe de Valento? ¿Está
muy grave?―preguntó Carolina con preocupación.
―¡Qué va a estar grave ese! Yo debí haberle cortado
la lengua cuando tuve la oportunidad… ―exclamó Rafaela mientras miraba con
curiosidad a Ale que analizaba toda su ropa. Sacaba y sacaba prendas desde la
maleta―. ¿Qué estás haciendo Ale? ¿No trajiste ropa?
―Estoy eligiéndote lo mejor para que hoy demuestres
quién es Rafaela San Martín. ―La miró alzando las cejas y luego dijo―: Tú y
nosotras nos vamos a rumbear… ¡Tanto trabajo va a acabar contigo, niña!
―¿Están locas? Como asome la nariz allí afuera, me
linchan.
―No exageres, Rafaela, por favor. ―Lizzy se levantó
y ayudó en la tarea a Alejandra.
Durante la tarde, se dirigieron al spa del hotel.
Rieron y disfrutaron como si no hubiera mañana y reventaron las tarjetas de
crédito como si fueran millonarias.
―¡Total, con la indemnización que le voy a pedir a
Valentín, podremos cubrir todo! ―Rafaela ya se lo tomaba con más humor, aunque
una pequeña punzada de desolación la había acompañado durante toda la noche.
Valento había salido de la clínica acompañado de
Ciro.
―Debes descansar… ―recomendó el editor.
―Olvídalo. No he podido disfrutar ni un solo día por
culpa de esa inconsciente. Me siento bien, por lo tanto voy a salir. ¿Quieres
venir conmigo? ―ofreció.
―¡Cómo se te ocurre, Valento!
―Se me ocurre, claro que se me ocurre. Bueno, si no
quieres venir, tú te lo pierdes. Primero debo ir a mi casa… ¿Podrías acercarme
hasta allí?
Ciro estacionó frente a una enorme fachada, rodeada
de césped y árboles. Le impactó el que Valento prefiriera dormir en hoteles y
no allí, un lugar muy tranquilo y al nivel que siempre decía tenía. Quiso
preguntárselo, pero conociendo el humor del escritor, se contuvo.
Cuando Valentín entró a la sala, vio por la ventana
trasera, esa que daba al jardín, cómo la enfermera y encargada de Orlando
paseaba a su… ¿amigo? Cómo dolía esa palabra después de tanto. Y cómo pesaba
juzgarlo sin poder siquiera obtener respuestas. Suspiró y decidió esperar a que
terminaran el paseo.
―¿Crees que Antonia llegue pronto? ―preguntó
Orlando a la mujer que arrastraba su silla de ruedas.
Magaly estaba acostumbrada a responder esa pregunta
y sabía muy bien lo que venía después de ella. Con toda la paciencia del mundo
y lamentando el estado de su paciente, respondió:
―Según lo que dijo, en unos meses vendría a su
cumpleaños. ―Dejó la silla de ruedas frente a la laguna artificial que Valentín
había instalado para que Orlando disfrutara del paisaje.
―Es perfecto. He estado pensando, Karina, que lo
mejor es usar esa oportunidad para presentarla a tu hermano.
―Buena idea, ¿verdad? ―La mujer, conmovida por el
retroceso de su paciente, se sentó a su lado y lo escuchó atenta.
―A Valentín le hace falta alguien… Antonia es la
indicada.
―Yo lo sé…
Valentín caminó directo a ellos, haciendo sonar con
sus pasos las hojas que aplastaba en el trayecto. Orlando se giró y al verlo,
sonrió.
―¡Valentín! Estaba hablando de ti con Karina. ―El
escritor miró a la mujer y ésta le hizo una mueca y se encogió de hombros―. Te
tengo una sorpresa para mi cumpleaños…
Aún dolía mantener esa charla. La primera vez que
la sostuvieron, se mostró intrigado, incluso feliz. La segunda, quiso matarlo
por la traición, y las que le siguieron, no hacían otra cosa que seguir
machacándole el alma. Un recordatorio constante de que ni Orlando ni él eran
los mismos, y que Antonia ya no volvería a ser jamás su sorpresa, sino que su
sentencia. Y quizás, por eso no dormía allí, y tal vez esa fue la razón por la
que sepultó entre páginas una historia que seguiría doliéndole para siempre en
las venas.
―Orlando, saldré de viaje. ―Cortó al instante.
―¿Otra vez? ¡Hombre que nuestras andadas ya no son
las mismas de antes! ―Su mirada se entristeció y ahora venía lo peor―. Espera…
¿Por qué estoy en silla de ruedas? ―De la tristeza pasó a la desesperación―.
¿Qué ocurrió?
Calmarlo no fue fácil. Cada vez era peor. Su
memoria, debido al accidente, había borrado todo episodio sucedido desde el
fatídico día hasta diez años atrás, precisamente unos meses antes de que
Antonia apareciera en la vida de Valentín. No recordaba nada, ni siquiera en
qué pasos andaba cuando tanto su memoria como su columna dejaron de
responderle.
Consiguieron que el médico de cabecera lo visitara
y con pesar, Valentín abandonó el lugar que albergaba más penas que alegrías.
Necesitaba distraerse. Necesitaba borrar estos últimos días, y si era posible,
los últimos diez años. Quería ser un hombre nuevo o por lo menos volver a lo
que fue… Su vida era un desastre y lo único bueno que le había pasado en todos
esos años, aunque no quisiera reconocerlo, era Rafaela. ¡Rafaela, esa mujer lo
enloquecía! Y en el sentido literal de la palabra.
Pasada la media noche, cuatro mujeres entraban a
una discoteque en la playa. Había una fogata enorme rodeada de personas que
bailaban al ritmo que les tocaran. En ese momento un mix de electro latino prendía
el ambiente, haciendo que Rafaela se olvidara de sus aflicciones para sacarse
las sandalias e invitar a sus amigas para que la siguieran en la pista de
arena.
Desde lejos, sentado en un taburete de madera de
bambú, Valentín tomaba su agua tónica. ¡Un asco! Pero su cuerpo aún estaba
resentido por el ataque terrorista que había sufrido por parte de Rafaela, por
lo tanto… debía hacerle la cruz al alcohol. ¡Una lástima! No podría echarle la
culpa al trago cuando intentara explicar… lo que haría esa noche.
―¿Tú eres el escritor? ―dijo una dama sentándose a
su lado.
―No… su hermano gemelo.
―Ah… ¿Me invitarías a un trago? ―La mujer le sonrió
pero él no lograba disfrutar de la compañía. Contrario a intentar pasar un buen
rato con la morena que tenía al lado, estaba pensando en cómo vengarse de lo
que Rafaela le había hecho.
―Pide lo que quieras… ―contestó sin siquiera
mirarla.
Alrededor de la fogata, cuatro mujeres se robaban
la atención de todos hasta que se declararon sedientas.
―¿Un mojito? ―propuso Lizzy.
―¡Ay, no… yo
no tomo! ―recordó Rafa.
―¡Estamos en México, quebranta tus reglas! ―aportó
Carolina.
―¡Una ronda de tequila! ―exclamó contenta Alejandra
mientras se acercaba al bar. Las otras tres, se sentaron en una de las mesas
que rodeaba la pista con vista a la fogata.
―No sé a ustedes, pero me dio hambre. ―Carolina tomó
uno de los menús que habían dispuesto para ellas y comenzó a hojearlo.
Mientras Lizzy intentaba decidir qué pedir, Rafaela
fijó la vista en el bar. Cuando se dio cuenta del hombre que estaba allí
sentado, tomó el menú que Carolina tenía en las manos y se cubrió con él.
―¡Mierda!
―¿Qué te pasa? ―Lizzy la miró con una sonrisa. Su
amiga estaba loca.
―Nada, estoy… leyendo.
―Rafa, tienes el menú al revés ―dijo Carolina.
―¿Conoces el término: «entrenar el cerebro»? Pues
nunca es tarde. ―La carcajada de sus amigas se dejó escuchar.
―Estás tan loca…
―¡Llegaron los tequilas! ―dijo Ale mientras dejaba
la bandeja con los cuatro vasos, limón y sal―. Adivinen a quién me encontré… ―susurró―.
Valento está en la barra.
―Ah, ahora entiendo. ―Carolina le quitó el menú a
Rafa y aconsejó―: No le prestes atención, pásalo bien y que esta noche sea
inolvidable. Mañana volvemos a Chile, no dejes que él te arruine la única buena
que tendrás en este viaje.
Era cierto. ¿Qué más podía hacer ese hombre para
terminar de hundirla? Decidió creer que no existía. Él estaba de espaldas, por
lo tanto no lograba verla y si Rafaela se cambiaba de lugar, tampoco tenía que
lidiar con él. Perfecto.
―Lizzy, cámbiame de puesto y… ¡Que empiece la
noche!
Una ronda de tequila se transformó en tres. La
noche prometía y la música dirigía cada uno de sus pasos.
Dos chicos se acercaron a la mesa e invitaron a
bailar a Lizzy y a Carolina. Alejandra se levantó a pedir otra vuelta más de
tequila y, entre el mar de gente, un hombre llegó a la mesa en la que Rafaela
descansaba.
―Hola… ―Cuando Rafaela intentó fijar su vista,
descubrió a un guapo moreno entregándole una linda sonrisa.
―¡Hola, guapo! ―Uys, estaba pasada de copas.
―¿No bailas? ―preguntó seductor, jugando con un mechón
de pelo de Rafa.
―¡Claro! Pero no tengo ganas de bailar… ―Y de pronto
se encontró recordando las palabras de Valentín. «¿Quién va a querer a una salvaje como tú?»―…sola. No me gusta
bailar sola.
¡Claro que los hombres la querían! Y hoy se lo iba
a demostrar.
―¿Bailas conmigo? ―propuso ella, levantándose y
tirando de su mano para llevarlo a la pista. No esperó respuestas, no fue
necesario porque el hombre la seguía sin dudar.
Se movió como lo hacía en la soledad de su casa. Sin
inhibiciones, sin siquiera pensar que alguien la podía estar mirando, ¡y vaya
que la miraban! No solo su acompañante que lo único que sabía hacer era aferrar
sus manos a sus caderas, sino que también Valentín, que había decidido irse,
pero encontró un panorama bastante entretenido… Y que le servía para sus propósitos.
Valentín tenía que reconocer que la mujer sabía
moverse y que esos movimientos le provocaban más de lo que su entrepierna podía
resistir. Entonces, movido por algo más que una sed de venganza, se encaminó
hasta la pareja que parecían estar bastante acalorados, por decirlo de una manera
suave.
―¡Cómo es posible que me hagas esto! ―reclamó
interponiéndose entre Rafaela y el hombre con cara de baboso.
―¡Ay, no! ¿Qué haces aquí y no en la morgue? ―preguntó
ella, más envalentonada que de costumbre.
Valentín hizo que no la escuchó y se giró para
advertir al tipo que no entendía nada:
―¡Fuera de mi vista! Te quiero lejos de mi mujer si
quieres seguir conservando tus dientes en su lugar… ¡Chuuuuu de aquí! ―Desde su
altura, el escritor imponía respeto. El hombre desapareció en cuestión de
segundos mientras Rafaela golpeaba con puños la espalda de Valentín.
―¿Qué estás haciendo, idiota? ¡Es mi novio! ―inventó.
Valentín se dio la vuelta y dijo:
―De nada, mi amorcito. ―Sonrió y con un beso en la
frente de la mujer, se marchó. Dejándola sola y sin bailarín.
Rafaela pegó un gritito de desesperación y volvió a
la mesa. Alejandra ya estaba bailando y ella era la única que se moría por
seguir disfrutando en la pista y no podía. Pero no se detuvo. Caminó hasta un
grupo de hombres en el bar y coqueta sacó a bailar a uno. Valentín dejó que
comenzara a moverse para aparecer y espantar a otro bailarín. Y así se repitió
durante una hora, hasta que la última vez, Rafaela lo sacó a bailar a él.
―Mira, ya entendí. Quieres bailar conmigo y te da
pena decírmelo… Vamos, yo te invito.
―¿Contigo? No gracias… primero muerto. ―Se cruzó de
brazos y Rafa no pudo evitar mirar cómo éstos se tensaban. ¡Tenía músculos!
―Vamos, casi lo logro pero no resultó. ―Jugueteó―.
Baila conmigo…
―No.
―¡Valentín! ―Se tapó la boca―. No sabes bailar… ¡Te
he pillado!
―Bailo mucho mejor que todos esos que salieron
arrancando. ¿Te diste cuenta que ninguno luchó por quedarse a tu lado? ¡Qué
peeeena! Al final les terminé haciendo un favor. ―Pero Rafaela no cayó en su
juego.
―No sabes bailar… ¡qué mal! Dicen que para saber cómo
es un hombre en la cama, primero hay que verlo en la pista… Ya me imagino tu
precario rendimiento entre cuatro paredes. ―Y Valentín picó. ¡Que nadie se
metiera con su orgullo! A esa le enseñaría cuán bien se movía, y no solo en la
pista. Además, en cada pared dejaría colgado muy bien su nombre, ya vería esa
nenita.
No le dijo nada, la tomó del brazo y la arrastró a
la pista. Se dio la licencia de tocarla a su antojo, de moverse sabiendo que estaba
siendo cuestionado. Pero ella parecía ni siquiera prestar atención a lo que hacía.
Rafaela simplemente se limitaba a sentir la música y Valentín se sintió celoso
de no tener su atención, de que ella no lo incluyera en su burbuja en la cual
se movía como diosa. Cada vez que giraba, su redondo trasero destacaba ante ese
diminuto vestido. Con cuidado, él rozaba sus muslos e intentaba alargarle centímetros
a la prenda que subía con cada meneo. Cuando ya se hartó, inmovilizó el rostro
de Rafaela para plantarle un beso que la despertara de aquel trance.
Sentirla otra vez así, entregada, lo excitaba. No
sabía si era la música, el ambiente, la adrenalina que sentía con solo tenerla
cerca o… simplemente ella. Lo cierto es que el beso despertó algo más que sus
hormonas. Tan suave y dulce. Tan calmada…
―Dime ahora si no me sé mover. ¿Dentro de tu boca
he bailado bien, Rafaela? ―Con solo escucharlo, la mujer quiso repetir el beso.
Su entrepierna le palpitaba y no entendía por qué ese hombre le causaba tanto
siendo lo que más aborrecía. ¿A quién quería engañar?
―Te mueves bien…Pero…
―¡Pero qué! ―Valentín se desesperaba, quería
escuchar de esa boca que era el mejor y no lo conseguía―. ¿Qué más quieres,
Rafaela?
La volvió a besar, recorrió con sus manos la
cintura de la esquiva mujer y con fuerza la pegó a su cuerpo.
―Te voy a demostrar qué tan bueno soy en las artes
amatorias. Todos los que disfrutaron de tu baile antes de mí, pretendían
llevarte a la cama. Si alguien va a quitarte la virginidad, ese soy yo.
¡Y tenía que joder el cuento de hadas! Se ganó una
bofetada y que Rafaela lo dejara con una dolorosa erección en medio de la
pista.
pero es que a veces los hombre son brutossssssssssssssssssssssss
ResponderEliminarRe brutooooooooooooooooooooossssssss
EliminarTodavía no lo leo, pero el titulo ilusiona...
ResponderEliminarAlgunas veces es preferible no decir nada y hacer algo. Valentín la pifiaste bastante... Es una lastima perdiste tu oportunidad con Rafa...
ResponderEliminarUysss sí que la pifió!!!
EliminarSi son bien brutos, un que la verdad este capítulo esta como el video quema, cada día más emocionada Valeria
ResponderEliminarGracias por leer, me alegra tanto de que te guste!!!
EliminarJa ja se lo tenía merecido el ego de ese hombre es terrible
ResponderEliminarJajaj y la que se le viene ahora al pobre, ufff ni te cuento!
EliminarEstos dos nunca aprenderan? Habra que bajarle los humos a Valentin!!! Muy bueno! ! ! !
ResponderEliminarEstaban a un pelito y plop que Valentin la embarra... Eres bruto muy bruto!
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