jueves, 17 de septiembre de 2015

Capítulo 9: Amorcito, hemos perdido el vuelo






Capítulo 9
Amorcito, hemos perdido el vuelo



En el aeropuerto todos estaban desesperados. Quedaban unos minutos para que el vuelo partiera y ni Valentín ni Rafaela aparecían.
―Ya perdí la cuenta de cuántas veces los he llamado ―comentó Ciro.
―Estos dos se perdieron juntos. La última vez que los vi, Valentín iba corriendo tras Rafaela hacia la playa ―susurró Ale a Lizzy.
―No digas nada.

El sonido de las olas lo despertó. Sostuvo su cabeza intentando que el dolor no aumentara cuando él se levantara, pero no lo consiguió.
―¡Mierda! ―La arena estaba caliente y corrió a la orilla para mojarse los pies. Con el apuro, no se percató de que tenía compañía.
Rafaela dormía plácidamente sobre la chaqueta de Valentín.
Mientras el escritor dejaba que la brisa marina le peinara el cabello, se preguntaba qué hacía ahí. No había tomado, por lo tanto era cosa de que se situara para comenzar a recordar. Y lo hizo. En su mente revivió cada momento desde la bofetada que Rafaela le dio y giró rápidamente para ver si ella estaba ahí. Estaba, claro que estaba. ¡Mierda, el vuelo!
Se acercó con prisa e intentó despertarla, pero no pudo. No fue capaz. Había pasado una mala noche, se notaba que no estaba acostumbrada a tomar y lamentablemente había tenido que soportarle la borrachera. Por lo visto, ambos se quedaron dormidos allí, en medio de la playa.
―Cuando Ciro note que no estamos, nos mata. ―Se sentó al lado de Rafaela y con un cariño desconocido, despejó los cabellos de su cara.
Rafaela abrió los ojos y dijo:
―Mi querido Valentín…
―Vaya, veo que la resaca te hace más amable. ―El comentario terminó de despertarla, quitándole toda amabilidad.
―¿Qué hacemos aquí? ¿Qué me hiciste? ¡Ay, no! Dime por favor que entre tú y yo…
Se podía divertir un poquito, ¿no?
―De todo… Suplicabas que entre tú y yo pasara de todo.
Abrió los ojos completamente, se sentó y dejó la vista perdida. Comenzó a unir fragmentos de lo que serían sus recuerdos… ¡No recordaba absolutamente nada!
―Eres un cerdo… ¡Abusaste de mí!
―Ah, no… Fuiste tú quien me trajo hasta aquí, obligado. Yo soy inocente. ―Levantó las manos y la miró con cara de corderito a punto de entrar al matadero.
Rafaela se levantó rauda, tomó su cartera que había ocupado como almohada e intentó encender su celular.
―Enciende pedazo de… ―insultaba una y otra vez, desesperada. ¿Cómo se le había ocurrido tomar?
―No te apures, ya debe estar sobre los aires nuestro avión.
―¡Mierda el vuelo!
―Sí, el vuelo. Creo que lo hemos perdido, amorcito.
Rafaela lo miró desafiante.
―Como vuelvas a decirme amorcito, te aplasto el… ―Con el mentón señaló su virilidad y Valentín solo reaccionó a cubrirse.
―Eso no es lo que decías anoche…
―¡Ay, ni me lo recuerdes! Debí estar muy borracha… ¡Qué bajo he caído, Dios mío! ―Miró al cielo―. Ya sé que estaba en penitencia, pero no podías hacer una excepción conmigo y mandarme un castigo menos… ―Lo miró de pies a cabeza―. ¿Repugnante?
―¡Epa! ―Valentín desde la noche anterior que se sentía herido por cómo ella lo rechazaba, ésta no se la dejaría pasar―. ¿Qué pasa contigo? ¿Por qué yo no logro estar a tu ―hizo unas comillas imaginarias en el aire― altura?
―Porque eres todo lo que no quiero para mi vida. Un arrogante que cree que toda persona debe besar el suelo por dónde camina. Un hombre que desde el principio me dijo que yo no estaba a su altura… Bien, tú lo dijiste, no estás a mi altura, bebé. ―Sonrió, le palmeó la mejilla y caminó rumbo al hotel.
Valentín tomó su chaqueta del suelo y la siguió.
―¿Y lo de anoche? ―Se sentía un estúpido preguntando por algo que no había pasado. Rafaela casi se había dormido al instante una vez que logró estabilizarse y él, aún muerto de ganas de recorrer su piel, solo la había acompañado a dormir. Pero eso, Rafaela no lo sabía.
―Un error… ¡Un estúpido error! Y ahora, tendré que ver cómo hago para conseguir un vuelo.
―Tendremos que ver cómo hacemos para conseguir un vuelo, querrás decir.
Rafaela caminaba rápido y Valentín intentaba seguirle el ritmo.
―Olvídalo. Busca otra línea, no te quiero siquiera en el mismo avión. Corro riesgo de tirarte abajo a la primera provocación y créeme, el cielo es muy lindo para que tú lo destiñas.
La sangre le bullía, esa mujer no se callaba nunca. Tiró la chaqueta al suelo y corrió para caer sobre ella en la arena. Quedó frente a frente, podía sentir su aliento agitado y respirar de él. Así de cerca estaban.
―Si vuelves a abrir la boca, te la rompo a besos, Rafaela San Martín. ―¡Ay, era tan sexy! Le saltaría encima si es que no fuera tan orgullosa.
―Oye, bien malo tienes que ser como para que no me acuerde de nada, ¿eh? Yo tenía una compañera de trabajo que siempre me decía: «lo que se olvida no existe». Ahora le encuentro toda la lógica.
Valentín cumplió su promesa. Le partió la boca a besos, al mismo tiempo que el vestidito que Rafaela había lucido la noche anterior fue subiendo lentamente hasta quedar enrollado en su cintura. El hombre llevaba días esperando ese momento, había imaginado cómo sus manos la recorrerían a su antojo y así lo estaba haciendo, ¡por fin!
Las manos de Rafaela también tomaron vida propia, entregándose al deseo. Lentamente se desnudaron allí, donde nada los cubría, a excepción del sol tibio de México.
Rodaron en la arena y fue Rafaela la que tomó el mando de todo. Desabotonó la camisa del escritor, con su índice acarició paulatinamente su torso, estremeciendo a Valentín.
―¿Qué pasa? ―susurró ella en su oído―. ¿Nunca habías estado con una virgen? ―Y sonrió.
El cinturón del hombre pronto estuvo fuera de su lugar, el botón del pantalón pedía auxilio y la excitación de Valentín pedía a gritos ser liberada. Lo torturó. Usó su lengua, su boca y sus manos para hacer que él se desesperara.
Valentín no podía emitir sonido alguno, estaba expectante, a la espera de que esa bendita mujer actuara y lo dejara entrar al lugar que ahora parecía prohibido. ¡No era virgen la condenada! Y él llevaba un par de semanas sin siquiera pecar. Estaba seguro que en cuanto comenzara a entrar en ella, su contención se iría a la mierda y se correría en cuestión de segundos. ¡No podía dejar que eso pasara! ¡No podía quedar mal cuando ella lo cuestionaba constantemente! Pero se la estaba poniendo difícil, lo llevaba al límite con solo rozarlo. Era una verdadera tortura.
―¿Qué quieres, Valentín? ―La sensual voz de Rafaela se mezclaba con la brisa marina, produciéndole una especie de corriente eléctrica en todo el cuerpo.
―Rafaela… ¡Hazlo de una maldita vez! ―gruñó tomándola de las caderas y ubicándola en el lugar exacto donde la quería.
Rafaela se apiadó, pero sabía que en cuanto ella comenzara a moverse, el orgullo de Valentín se iría a la punta del cerro. Lo había trabajado muy bien como para con un solo roce, hacer que acabara. Valentín le apartó la tanga y para cuando ella comenzó a bajar, sintió cómo el gran macho derramaba su sabia de honor.
Al pobre se le deformó la cara y Rafaela ―para nada frustrada porque sí que había disfrutado y planificado todo lo acontecido―, dijo con ganas:
―Al parecer el virgen eras tú, papito. No te preocupes, esto no lo sabrá la prensa ―susurró en su oído y se levantó para ir a meterse al mar.
Valentín no daba más de la vergüenza. Se arregló como pudo y la siguió.
―Esto… Esto no es lo que parece… Te advertí que debías apurarte.
―No pasa nada, Valentín, de verdad… ―dijo falsamente comprensiva.
―¡Ya, Rafaela! De verdad que esto jamás me había pasado.
Rafaela echó una carcajada que más alteró al escritor.
―¡No te burles!
―No me burlo, solo que no tienes para qué excusarte. Como dicen, no aclares que oscurece.
―Esto lo hiciste apropósito. ¿Estás feliz humillándome, verdad?
―Uf, ni te imaginas lo feliz que se siente quedar con las ganas ―reclamó.
Valentín, tomó el poco orgullo que le quedaba y se alejó hacia el hotel. Quería desaparecer, pero aún quedaba un último viaje a Chile y si todo salía bien, se olvidaría de Rafaela San Martín. No tendría que verla más, renunciaría y seguiría siendo el gran Valento Ruminó.
¿Qué embrujo le había hecho esa mujer? No conforme con querer matarlo, también lo humillaba… y no solo eso… Lo enamoraba, que era lo peor.
Rafaela quedó en la orilla de la playa con una sensación extraña. Había disfrutado como nunca, aunque él hubiese terminado la fiesta antes que ella. De verdad lo había disfrutado, sin embargo había hecho de todo para ponerlo en esa situación y golpearle ese orgullo que tenía por las nubes. ¡Se lo merecía! Era una pequeña lección que más adelante se encargaría de remediar.

―¿Pudiste comunicarte? ―Carolina, con café en mano, preguntó.
―Incomunicada total. Ya no llega, debemos embarcar ―informó Alejandra.
El viaje para toda la comitiva fue de preocupación. Los dos escritores estrellas estaban perdidos y rogaban que no se estuvieran matando.
―Como me sigan desprestigiando, les cobro hasta el último peso que pierda ―advirtió Ciro, dejando un mensaje en el buzón de voz de Rafaela.
―Deja que disfruten, Ciro. ¿Cómo sabes y entre ellos nació el amor? ―comentó un asistente.
―¿Amor? Lo único que nace entre ellos es esa manía de ir pisándose la capa. No he descansado desde que se conocieron. Yo debo estar pagando algún pecado de otra vida. ―Se tomó el puente de la nariz e invocó a los santos para que por favor iluminaran las cabezas de sus queridos escritores y les hicieran pensar―. Con que no se maten, yo me doy por satisfecho, te juro.

Rafaela tomó un avión casi al anochecer, desconocía si Valentín ya había viajado o no, pero por lo menos no lo vio en el aeropuerto. ¡Se le debía caer la cara de vergüenza! Bueno, era mejor. Así no la andaría molestando y evitarían toparse.

Días después de lo acontecido, Valentín estaba en un hotel de Chile cuando fue notificado de que la editorial que había publicado su libro: «Un final feliz», había decidido no seguir trabajando con él. La noticia lo tomó por sorpresa y el derrumbe que sintió se le pareció mucho a lo que había vivido hacía unos años atrás. Sus ahorros se habían acabado y todo lo que ganaba con el libro iba destinado exclusivamente a todos los gastos de Orlando. No podía darse el lujo de no luchar por ese libro para obtener las ganancias que tanto necesitaba.
Llamó a Ciro. No había querido hacerlo antes, sabía que le reclamaría su desaparición en México, pero ahora era algo de vida o muerte.
―Aló.
―Ciro, sé que me debes estar odiando, pero necesito tu ayuda.
―¡Vaya, el escritor intocable ha bajado a compartir con los menos acomodados! ―El editor estaba muy molesto―. ¿Dónde mierda se metieron?
―No es por eso que te llamo.
―No es eso lo que te pregunté. Dime dónde se metieron para no aparecer en el aeropuerto.
―Nos quedamos dormidos, en la playa… ¡No tengo por qué darte explicaciones!
―Tienes. Soy tu jefe y después de todo lo que me has hecho pasar junto a Rafaela, tengo derecho hasta saber lo que comes.
―Bueno, nos quedamos dormidos… Pero no es por eso que te llamo. Necesito de tu ayuda, tengo que publicar mi libro con tu editorial. La otra ha prescindido de mi trabajo.
―¿Y pretendes que yo apueste por ti después de todo lo que se han arriesgado?
―Necesito ese ingreso, Ciro…
―Voy a pensarlo. Estoy evaluando algunas propuestas. Ven mañana a mi oficina.
Cortó el llamado y se dejó caer en su cama. Y aunque no quiso, terminó pensando en Rafaela… No lograba sacársela de la cabeza.

Rafaela recibió un correo, de esos que acostumbraba Ciro para citarla en su oficina. Seguramente hablarían de su despido. Había dado razones más que suficientes para que la pusieran de patitas en la calle, por lo tanto debía escoger el vestido adecuado para ser despedida. No sabía si existía alguno, pero por lo menos se enfrentaría con estilo a lo inevitable.
De Valentín ni siquiera quería hablar con sus amigas. Había evadido todo lo posible el tema y hasta ese día, aún no había soltado palabra.
―Este color te viene más. ―Lizzy le entregó un vestido mientras miraba a Rafaela. La notaba rara desde que había llegado de México.
―Me lo he probado tres veces y no me gusta cómo queda.
―¿Y éste? ―propuso Alejandra.
―No me gusta.
―¡Rafaela, no te gusta nada de tu armario!
―No me gusta usar vestidos, que es distinto ―respondió.
―Eso no decías la noche que te perdiste con Valento… A ver, cuéntanos qué pasó. Nos debes esa historia.
―Y se las seguiré debiendo porque estoy súper atrasada. ―Tomó un vestido cualquiera, se lo puso y tan rápido como pudo salió de su departamento rumbo al edificio editorial.

Ciro tenía la mina de oro en la palma de su mano y no la dejaría escapar. Esos dos eran una mezcla explosiva que muy pronto le daría ingresos más que generosos.
Releyó por enésima vez la propuesta de un medio de México y no podía evitar sonreír cuando terminaba de leer la cifra que ofrecían por unos cuantos besos.

Valentín llegó con algunos minutos de retraso. No podía creer que había llegado a Chile con la intensión de renunciar para no ver más a Rafaela y ahora iba directo a rogarle a Ciro que siguiera patrocinándolo. Se tenía que comer su orgullo y su vergüenza solo por seguir ayudando a quien no merecía nada de él. Pero tenía corazón, un noble corazón escondido tras esa armadura rígida que Rafaela había quebrajado a patadas.
Rafaela… La extrañaba, habían pasado tres días sin verla y a pesar de morir por buscarla, su maldito orgullo seguía herido, casi moribundo.
―Buenos días, Valento, ¿cómo estás? ―preguntó la secretaria de Ciro.
―Mal, pero acostumbrado. Disculpa, vengo a una cita con Ciro.
―Ah, sí, pasa. Te están esperando.
―¿Están? ―preguntó extrañado mientras caminó hacia la puerta de la oficina, en cuanto la abrió, una espalda cubierta de mechones rubios le dio la bienvenida. Rafaela. Se tensó y quedó petrificado en la puerta a medio abrir.
No sabía cómo la miraría, no sabía qué le diría. Luego de esa tarde en la playa, luego de lo mucho que le había hecho sentir, no podía articular palabra alguna.
―Pasa, Valento, te estábamos esperando.
Percibió que la espalda de la mujer se tensó en cuanto Ciro lo nombró y supo que tanto ella como él desconocían que la cita los incluía.



7 comentarios:

  1. Que terrible es Rafaela. Como se comportará ahora? Buenísimo vale

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  2. Que coraje lo tuyo Rafaela que hacerle eso a Valentín es muy feo....

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  3. Que pasada la de Rafaela con Valentin, estan en un dame y daca, dios que musos o musas tienes
    Vale!! Fantastica va la historia

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  4. Uyyyy inesperado encuentro...y ahora que pasará con esos dos..esta buenisima la historia!!!

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