lunes, 14 de septiembre de 2015

Capítulo 5: Querías guerra...






Capítulo 5
Querías guerra…



Se soltó rápidamente de él y le dio una bofetada que lo dejó mirando hacia el sur. Iba a gritarle, reclamarle que aparte de arrogante era un atrevido, pero Valento se recuperó, la acorraló entre él y la puerta y le tapó la boca con otro beso. Rafaela luchaba por despegarse de él pero su fuerza era nula comparada con la del escritor. ¿Qué hizo? Le mordió la lengua que invadía su pequeña boca.
El hombre se retorció por completo hasta soltarla de una buena vez.
―¡Eres un…! ―Y otra vez la acalló, pero ahora con su mano. Mientras tanto, luchaba por pedirle que hiciera silencio.
Valentín estaba a la espera de sentir el ascensor para asegurarse de que se habían ido. Los periodistas no los dejarían así sin más. Arrastró a Rafaela, totalmente inmovilizada y aun tapándole la boca, hasta un costado de la cama en donde descansaba su celular. Con dificultad lo tomó y envió un mensaje a su productor.
―Shhhhh… ―decía cada vez que ella se movía.
Por fin escuchó el bendito ascensor y la voz del guardia de seguridad que obligaba a los periodistas a abandonar el piso.
―¡Eres una salvaje! ―le gritó soltándola y caminando hacia el baño, donde en un espejo comprobó el estado de su lengua.
―¡Y tú un pervertido sexual! ―Rafaela lo siguió hasta el sanitario y con sus manos apartó el tonificado cuerpo de Valentín mientras escupía la saliva que se había mezclado con la de él―. Puaj… ¡Más quisieras que yo fuera tu conquista! Puaj… ―Abrió el grifo y de forma exagerada bebió agua y se hizo gárgaras.
Al principio, Valentín iba a responderle… pero no pudo evitar sentirse maravillado con el escándalo que hacía ella por un simple beso. Se recostó a un lado de la pared, se cruzó de brazos y la observó con una sonrisita burlona.
―¿Eres virgen? ―le preguntó así sin más, mientras ella expulsaba sobre el espejo el agua que estaba utilizando para enjuagarse.
No pudo más, se echó a reír, al fin encontraba una pequeña coincidencia con SU Valentín. Era gracioso.
―¿Estás en plan humorista esta mañana?
Él no se detuvo a contestar, aferró sus manos a las caderas de Rafaela y mirándola por el espejo, dijo:
―Para espantarte así por un simple beso, me imagino que no has permitido que lleguen más allá.
El aliento cálido de Valentín le rozaba el hombro, y aunque quiso seguir sintiéndolo así de cerca, levantó el pie descalzo para dejarlo caer con fuerza sobre el del hombre que la aferraba con insolencia.
―Ay… ―reclamó Valentín, mientras la soltaba.
Rafaela salió del baño y cerró la puerta con el escritor dentro. Delante de ella, acercó una silla y se sentó allí de brazos cruzados y pierna arriba.
―Me obligas, Valentín… Me obligas a usar mi mejor arma de seducción ―dijo de forma coqueta para luego alzar la voz por sobre su hombro―. Vuelve a tocarme y te exprimo los huevos.
La puerta se abrió hacia dentro del baño, dejando a Rafa descolocada. Quiso encerrarlo, pero no se detuvo a verificar para qué lado se abría la puerta. Por ser impulsiva, por eso le pasaba todo lo que le pasaba.
Valentín tomó la silla con ella aún sentada. Con toda la fuerza de sus brazos la inclinó, haciendo que Rafaela quedara con la cabeza ladeada hacia atrás y con su boca, otra vez expuesta.
―Ni se te ocurra… ―advirtió al ver que él se acercaba.
―Me harté, Rafaela. ―La dejó otra vez en su lugar. Pasó por el lado y se sentó en el borde de la cama, frente a ella.
―Bravo, somos dos. ¿Podrías explicarme porqué me diste un beso delante de todos esos periodistas? ―preguntó de forma calmada mientras se miraba la pintura de sus uñas. No lo miraría a los ojos, menos viendo lo casi desnudo que estaba. Ella no era de piedra…
Valentín se tomó unos minutos, la observó atento y ella, de reojo, lo incitó a hablar.
―En este medio, las oportunidades se aprovechan. Si no hubiesen visto la discusión que sostuvimos, habrías pasado sin pena ni gloria. Puedes agradecerme, no hay problema.
―¡Ja! ¿Qué tan chiquita la tienes que te tienes que agrandar? ―Y en cuanto lo dijo se arrepintió, porque Valentín en un dos por tres estaba parado frente a ella.
―No me tientes, Rafaela… Que no soy pudoroso si es que quieres comprobar por ti misma el tamaño de…
―¡Ay, Valentín, por favor! ―dijo hastiada.
―Ah, bueno, si me lo pides así…
―No, contigo no se puede hablar. ―Se levantó antes de que Valentín siguiera tomándole el pelo. No lograba discernir si lo prefería arrogante o grosero. ¡Ninguno de los dos!―. Te advierto que voy a informarle a Ciro lo que sucedió. ¿No te has puesto a pensar que puedo meterme en problemas con mi novio?
―¡Ay, Rafa! Tú no tienes novio ―dijo convencido e igual que cansado de ese tire y afloje al que estaban jugando. Se metió a la ducha y no dejó que ella replicara nada. Simplemente dio por sentado que a esa mujer le faltaba un buen revolcón para que se le quitara la histeria―.¡O si lo tienes, de seguro no tiene idea de cómo complacerte!
Ah, no. Lo iba a matar, a cortar en pedacitos y los repartiría por todos los canales de televisión y los periódicos de ese país. Y a Ciro le entregaría la mejor parte, por meterla en ese viaje con el idiota.
Miró alrededor de la habitación, necesitaba vengarse de algún modo. Vio una gran maleta y ropa regada por el piso. ¡Milagro que no estuviera con alguien esa mañana! Tan rápido como pudo, abrió la maleta, guardó toda la ropa que encontró y salió muy campante.
No pudo evitar sentirse divertida y una vez dentro del ascensor, se carcajeó como hacía tiempo no hacía. En el fondo, lo estaba pasando muy bien, pero luchaba por no darle más importancia a quien ya tenía un país entero besando cada paso que daba.
Disfrutaba imaginando la reacción de él cuando no encontrara sus ropas. Entre ellas, el traje que debía usar en una conferencia de prensa que tenían a medio día y que estaba programada con antelación.
―Vamos a ver si vienes con tu gran personalidad, Valento…
No quiso encender su teléfono ni la televisión para que la realidad y las preguntas no terminaran por agobiarla. Escondió muy bien la maleta del escritor y luego se dio una larga ducha.
Salió del baño, se puso su ropa interior y comenzó a embetunarse con crema mientras escuchaba música. De pronto, unos golpes hicieron eco en su habitación. No lograba encontrar la bata…
―¡Ya van! ―exclamó―. ¿Quién es?
―Soy yo, Carolina.
Se acercó rápidamente a la puerta mientras se envolvía en una toalla y la abrió.
―¿Qué pasó? Todo el mundo te anda buscando desde temprano. ¿Viste el noticiero? ¡Te lo tenías muy guardado! ―Carolina entró como un remolino, hablando sin siquiera respirar.
―Ese engendro del mal me embaucó, se aprovechó de mí y me plantó el beso que viste ―se justificó―. ¿Puedes creer? Pero esto no se va a quedar así.
―No entiendo nada, Rafa. Se suponía que ayer ni lo conocías y ahora eres su novia oficial. Te descubrieron en una pelea y con una nota que uff…
―Que nada… Eso es una tontería, me sacaron de contexto. ―Tosió mientras intentaba ponerse el vestido que luciría en la prensa―. Cambiando de tema, ¿Qué tal ayer la entrevista y la cena?
―Estupendo, son todos muy amables. Justo ni Valento ni tú estuvieron… Justo… ―Suspiró y la miró cómplice.
―Pero no es lo que parece… yo amanecí en mi camita cuando encendí la televisión y me di cuenta de la barbaridad que estaban diciendo de nosotros.
―Y la mala suerte tuya que te pillaron con las manos en la masa, ¿no? ―realmente Carolina estaba divertida. Suponía que no era todo tan cierto, pero tampoco todo tan falso. Ahí, entre esos dos algo había.
―¿Sabes qué? Voy a encender el celular, necesito hablar con Ciro.
―Ah… Eso… ―Bajó la mirada.
―¿Qué ocurre, Carolina? ―Rafaela tomó su celular y al tiempo que lo encendía, la miró fijamente.
―No está muy contento. No sé si por lo de Valento o porque no le contestas.
―Dame un segundo, lo aclaro ahora mismo.
Llamó y una voz grave le contestó.
―Toda la mañana llamándote, Rafa.
―Lo sé.
―¿Desde cuándo estás con él? ―preguntó de forma seca.
―Ay, ¿mi amor por él será prohibido? ―preguntó falsamente compungida―. No me creas de tan mal gusto, Ciro.
―Entonces no era por un lío de faldas que discutían. ¿Qué le hiciste?
―¡Qué le hice! Me trató como si fuera lo peor, que no estaba a su altura. Tendré unos centímetros menos, pero no es para que me lo venga a decir cada tanto… ―Se burló.
―Basta, esto es serio. No seas irónica conmigo.
―Es lo que escuchas, me dijo que no estaba a su altura. Si estamos hablando de centímetros… perfecto. Se supone que es un compañero de editorial que nos apoyaría. Y lo único que terminó haciendo fue apoyar su boca en la mía.
―Entre tú y Valento me van a matar ―sentenció.
―No, no te mueras que primero tengo que entregarte en ofrenda una parte de su cuerpo.
―¡Rafaela! ―Ciro intentó calmarse―. Por favor, te ruego que no arruines esta oportunidad en México. Hay mucho en juego.
―En mí nadie pensó cuando me lo encajaron de novio. Y él, en vez de desmentirlo, fue y lo confirmó con un beso que hasta ahora me da náuseas.
―¿Valento no se molestó contigo? ¿Qué hacían juntos en esa habitación? ¡Llegando a Chile quiero una reunión con los dos!
Y le colgó. Rafaela solo se encogió de hombros y miró a Carolina que estaba muerta de risa.
―Eres genial…
―Uy, ni te imaginas cuánto. Vamos, es hora de irnos a la entrevista.
Al salir, echó una miradita al lugar en donde había escondido la maleta y sin poder contenerse, sonrió.

Valentín salió de la ducha esperando encontrarse con Rafaela, pero no solo desapareció ella, sino que también lo habían hecho todas sus pertenencias.
―No, no, no. ―Corrió a buscar en el perchero su traje de Armani que había elegido cuidadosamente para la entrevista de ese día, la que sería dentro de unos… consultó su reloj―. ¡Diez minutos! La voy a matar, juro que la voy a matar.
Buscó su celular por la habitación, nada. ¡La iba a matar, y no conforme con eso, la expondría en la terraza del hotel!
Intentó tranquilizarse, buscar una solución. Tendría que salir en toalla a pasearse por el hotel y buscar que alguien le ayudara.
Subió al ascensor, rogando por no cruzarse a nadie al momento de bajar en el quinto piso. Tuvo suerte. Caminó cuidadosamente apoyándose en la pared hasta llegar a un gran masetero con girasoles, y lo utilizó para esconderse cuando vio a dos chicas salir de una habitación. ¡Ahí estaba ella!
―¡Rafaela! ¡Devuélveme mi maleta! ―gritó descontrolado detrás de una flor.
Carolina escuchó el grito, pero Rafaela parecía tener afán y caminaba como si nada.
―Rafa, ¿qué le hiciste a Valento?
―¿Ah? No te escucho bien… Apúrate que en cinco minutos debemos ingresar al salón de entrevistas.
Corrió tomando la mano de su compañera y utilizó el ascensor más cercano.
―¿Qué fue eso, Rafaela? ¿En qué estás metiendo a Valento?
―¡Ay, no es nada! ¿Desde cuándo eres su defensora?
―Desde que está desnudo en medio del pasillo.
Rafaela se tapó la boca mientras sonreía.
―¿Se atrevió a salir desnudo?
―No sé, solo lo vi de cintura para arriba mientras se ocultaba tras un girasol.

Valentín maldijo en todos los idiomas cuando se cerraron las puertas del ascensor. Vio cómo un joven que trabajaba en el hotel, salía de la puerta de servicio, y le habló, aún escondido.
―Ps… ―Hizo un sonido con su boca para llamar su atención, pero no lo logró―. Eh… chico, ¿podrías ayudarme?
El joven lo miró de pies a cabeza, y preguntó:
―¿Lo descubrió su esposa en la habitación de su amante?
―Válgame Dios, estoy rodeado de ineptos. ―Miró al cielo―. ¿Qué hice para merecer esto?
―Meterse donde no corresponde. Luego uno pasa unos sustos que… ―respondió el chico, divertido.
―No seas idiota. Se me quedó la llave electrónica de esa habitación dentro de ella. ―Apuntó la puerta por la cual había salido Rafaela.
―No puedo… ¿Quién me lo asegura?
Valentín salió de su escondite, dio dos pasos y tomó por la camisa al ahora asustado empleado.
―Mira, si no quieres que hable con Simón, tu jefe, haz lo que te pido. ―Fue convincente, pero dijo algo más―. Soy Valento Ruminó y en un minuto debo estar dando una entrevista a todos esos periodistas que te dejan buenas propinas. Apúrate. ―Lo soltó y el chico corrió a hacer lo que le pedía.
―U… usted es el que está con la escritora chilena. ¿Ella está ahí dentro?
Valentín no respondió, lo miró, entró a la habitación y le cerró la puerta en la cara.
No tenía tiempo que perder. Revisó unos cuantos lugares, hasta que dio con la maleta detrás de la cortina. Quiso lanzarse desde la ventana cuando vio su Armani totalmente arrugado. Todas las cosas estaban en la maleta, hasta su celular y su billetera.
―Vas a pagarlo muy caro, Rafaela San Martín.
Terminó vistiéndose a las apuradas con un jeans oscuro, zapatos y sacó un jersey de la maleta, el cual se pondría en el ascensor. No le quedaba tiempo. Corrió hacia la puerta de entrada, pero se devolvió. Sobre la cama, había una maleta abierta llena de diminutas tanguitas que parecían tener un cartel luminoso: Llegar y llevar para torturar. Sonrió, tomó una y salió raudo.

En el salón se escuchaban murmullos. Valento no aparecía y algunas periodistas insistían en acercarse a Rafaela para que diera alguna declaración. Un ejecutivo de la editorial limitó las preguntas para cuando el escritor apareciera.
―No vendrá… ―aseguró Rafaela, risueña mientras se encandilaba con tantos flashes.
―Pobrecito… ¿Tan mal besa?
―Uff… Horrible. ¿Será gay y por eso tiene que andar aferrándose a mujeres para disimularlo? ―Cuando Rafaela estaba molesta, podía ser muy sarcástica.
Carolina solo movió la cabeza y luego, se le iluminaron los ojos cuando lo vio entrar. Parecía haber corrido una maratón.
―Llegué, perdón por la impuntualidad, no suelo tener este comportamiento.
Se sentó en medio de ambas mujeres y se alistó para contestar.
―Comencemos.
―Esta mañana se ha confirmado el rumor de que Rafaela San Martín es su nueva pareja. ¿Está feliz? ―preguntó una tímida mujer a quién le temblaba el micrófono.
―Muy feliz. ―Pasó su mano por la espalda de Rafa y la acercó de un tirón―. ¿Cierto mi amorcito? ―Ella abrió y cerró la boca un par de veces―. No se preocupen, es así. Con mi sola presencia le hago perder el habla.
―No fui yo precisamente quien insistió en besarte esta mañana ―contestó alzando las cejas.
―Qué humilde eres, siéntete en la libertad de expresar lo que te hago sentir. Por cierto… ―La soltó para buscar algo en su pantalón, en cuanto rozó el pedacito de tela, se sintió triunfador―. Se te olvidaron en mi habitación. ―Y dejó una tanga color rosa sobre el gran mesón blanco.
Rafaela cerró los ojos, inhaló profundamente y bajó su mano para acariciarle la entrepierna, terminando por cumplir su promesa… Literalmente le exprimió los huevos.
―Gracias, mi amor ―contestó entre dientes a la vez que veía cómo la cara de Valentín pasaba del granate al violeta.
Los periodistas no entendían nada. La producción les pidió que abandonaran el salón y para cuando quedaron solamente los escritores, el ejecutivo de la editorial y los encargados del evento que resultó ser un fiasco, recién ahí, ella lo soltó.
―Llámenlo amor violento. ―Se levantó, tomó la tanga y se dirigió al baño. No, a llorar no… a gritar y despotricar contra todo el que se le cruzara.

Esto, se había convertido en una guerra.


6 comentarios:

  1. JAJAJAJAJAJAJAJAJAJA son especiales!!! ♥

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  2. Valeria, no te imaginas cuanto me he divertido con este capítulo son tal para cual, donde las dan las toman

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  3. Jajajajajajaja que capitulo, esto si que es una guerra!!
    Buenisimo!!

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  4. Divinos..... Me muero.... No paro de reirme....
    Ahora a el que sigue para ver como continua la historia....
    Grande Vale!!!!

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  5. Jajaja me imagino al pobre Valentin con los huevos pochados..... Jajaja

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