sábado, 19 de septiembre de 2015

Capítulo 10: Del odio al amor...







Capítulo 10
Del odio al amor…



Ciro, sentado en su gran sillón, observaba a la pareja. Algo extraño pasaba entre ellos; no se estaban peleando y parecían ignorarse.
Con sus manos enlazadas sobre su escritorio, se aclaró la garganta para llamar la atención de ambos, que parecían estar perdidos en algún lugar de la galaxia.
―¿Qué sucede entre ustedes? ―Su dedo índice paseó de uno a otro y luego se lo llevó a la sien, para sostener con él su cabeza.
―Nada… ―dijeron ambos. Rafaela se cruzó de brazos y se removió incómoda en su asiento, mientras que Valentín tamboreó sus dedos en el pie que tenía sobre su pierna derecha.
―Okey… ―Arrastró su asiento hacia atrás y se levantó para pasear por su oficina―. Ambos han provocado un caos en México, supongo que lo saben.
―Eso… Ciro, ¿podríamos hablar este tema en privado? ―Rafaela tenía su orgullo, ya lo había demostrado, y si la iban a echar, ni muerta dejaría que lo hicieran frente a Valentín.
―No. Continúo… Este caos ha traído consecuencias…
―Concuerdo con Rafaela, creo que es un tema que podemos hablar en privado, Ciro. ―Él ya tenía el orgullo bastante herido como para que Ciro revelara su mala suerte ante Rafaela. ¡Eso sí que no!
―¡Basta! Déjenme hablar, por favor. ―Estaba exasperado, intentando introducirlos al tema. Comprometerlos para que aceptaran ser parte del nuevo trato. Al fin y al cabo, la millonada que él ganaría, solo era posible si ambos participaban en esa especie de reality―. Esas consecuencias son el interés por un medio de prensa para cubrir su reconciliación ―enfatizó la palabra y esbozó una enorme sonrisa―. ¿Me entienden? Ustedes se irán de viaje de reconciliación, todo pagado por el canal de televisión y… a cambio solo tienen que dejarse ver dándose unos cuantos besos y listo… Y no solo eso, nos pagarán muy bien. ¿Es o no la mejor noticia que han recibido en su vida?
―Olvídalo… ―dijo Valentín, a la espera de que Rafaela también rechazara la absurda propuesta, pero Rafaela se quedó estupefacta. No podía creer que Valento Ruminó rechazara las cámaras.
―¿Cómo que olvídalo? No sé tú, pero yo necesito este trabajito… Si es por… ―Valentín abrió los ojos, no creía capaz a Rafaela para dar a conocer el nefasto rendimiento que había tenido justo en… “eso”. ¿O sí era capaz?
―¡Ay, ya empezamos mal! Ustedes dos lo echan todo a perder. ―Ciro debía tomar las riendas del asunto, eran millones en juego―. Tú, Rafaela, necesitas el trabajo… pero también debes mantenerlo. No quiero provocaciones entre los dos. Y, Valento, recuerda que aún no decido si te salvo o no con la reedición de tu libro.
¡Listo! Ciro tenía la sartén por el mango. Sonrió a sabiendas que esos dos debían hacer lo que él les pidiera y este viaje era una exigencia sin derecho a reclamos ni pataleos.
―¡Esto es el colmo! No me vas a chantajear, Ciro. ―Valentín se levantó, no iba a ceder así como así, sin imponerse. No pensaba irse de viaje otra vez con Rafaela, esa mujer era capaz de destruir lo poco que quedaba de él.
―Tú ves… No hay viaje, no hay libro publicado. ―Sonrió.
―A ver… ―habló Rafaela―. Yo menos voy a estar en un viaje donde… el señor sevarápido no quiera estar conmigo. ―Listo, lo dijo. Tampoco iba a quedarse callada a sabiendas de que el hombre no quería compartir más con ella. Bueno, ahora que lo pensaba mejor, con lo que acababa de decir las probabilidades de una tregua se reducían a cero.
―Valento… Grábatelo bien, señorita Rafaela-lengua-larga. ―Intentó defenderse, pero no afectó en lo más mínimo a la escritora, todo lo contrario, le dio cuerda para seguir aplastándolo como a un gusanito.
―Por lo menos yo tengo algo largo, aparte del pelo, claro… En cambio… ―Lo miró de pies a cabeza.
Ciro disfrutaba del espectáculo. Este par ¿reconciliándose? ¡A quién quería engañar! Esos dos necesitaban ese viaje para bajar la guardia y empezar a enamorarse, porque estaba claro que entre ellos había un tire y afloje que solo provenía del instinto de doblegar al otro para hacerlo suyo.
Salió con cuidado, esos dos parecían olvidarse del mundo cuando se enfrentaban. Una vez que estuvo fuera de la oficina, cerró con llave y los dejó ahí, discutiendo.
―Cassie, vamos a almorzar…
―Pero… ¿Y ellos, señor? ―Apuntó a la oficina.
―Nada que no puedan solucionar… Les hará bien. ―Le guiñó el ojo y salieron.
Adentro de la oficina, Rafaela y Valentín se miraron en silencio durante unos segundos, luego, ella habló:
―¿Y Ciro?
―Seguro se cansó de escuchar tus impertinencias y se fue. ―Valentín se sentó nuevamente en su lugar y se tomó el puente de la nariz.
Esa mujer hacía y deshacía con él. Y lo peor es que a él le gustaba que tuviera ese poder, que usara cualquier artilugio con tal de someterlo a su voluntad. Estaba agotado y no pretendía continuar con esa batalla que no llegaba a ningún lado. Necesitaba el maldito trabajo aunque con ello perdiera su título de macho seductor. Lo cierto era que a Rafaela no podía seducirla porque ella lo apocaba. Punto.
―¿Cansado de mí? De ti se cansó porque no haces otra cosa que reclamar. Todo tiene que ser a tu antojo; pues no, su majestad. Baja de esa nube que hace tiempo perdiste el título de Dios. ―Rafaela también se sentó y comenzó a hojear una revista. Ciro en cualquier minuto aparecería.
Así, callados, uno mirando al techo y otra mirando una revista, esperaron más de veinte minutos a que el editor volviera.
―No sé tú, pero yo tengo cosas que hacer. Me voy. ―La mujer se levantó y se acercó a la puerta. No se abría, la puerta estaba trabajada.
―¡Hey! ¿Qué estás haciendo? La vas a romper.
Valentín se acercó para detener a Rafaela que utilizaba toda su fuerza para girar la manilla.
―¡Está trabada!
―No, Ciro nos dejó encerrados. ¿Qué pretende?
―¡Lo que me faltaba! Morir encerrada contigo… ―Valentín ya no iba a responder a ninguna provocación. Quería salir pronto de allí. Buscó en el escritorio de Ciro algún artículo que le sirviera para forzar la cerradura.
Intentó e intentó ante la mirada de Rafaela.
―¿No vas a responder nada? ―preguntó ella, más calmada.
―No ―dijo sin mirarla.
―¿Y por qué? ―insistió.
―Me cansé… ―Se incorporó para mirarla―. Me cansé de que tu boca solo salgan insultos, que me humilles sin importar delante de quién estamos, que casi me mates… ¡Me cansé de ti, Rafaela!
―Ah, ¿ves que no es divertido humillar a la gente delante de otros? Aprende, Valentín. ¿A cuántas personas has tratado como yo lo he hecho contigo? ¿Alguna vez pensaste en cómo las hacías sentir? Yo solo te estoy devolviendo un poquito de lo que acostumbras a hacer. ―Se cruzó de brazos y lo miró esperando una respuesta.
―Mira… ―Se acercó a ella―. Te metiste con mi hombría y eso no te lo voy a perdonar. ¡Jamás nadie puso en duda lo que soy!
―¿Y por qué te esfuerzas tanto en demostrármelo a mí?
―¡Porque dudas! Y bueno… ―carraspeó―. Digamos que no estuve a la altura ese día en la playa ―reconoció bajando la voz.
Rafaela lo miró, pensando si por una vez en todo este tiempo, reconocía lo que realmente pensaba.
―Estuviste a la altura, Valentín. ―Al escucharla, él no comprendió―. Sí, estuviste a la altura. Yo te provoqué a sabiendas de lo que ocurriría. Disfruté, claro que lo hice, no voy a negarlo. Pero no era el momento de entregarnos el uno al otro. ―Valentín tenía serias dudas si de verdad esa era la Rafaela que conocía―. Y cuando hablo de estar a la altura, me refiero a que cuidaste de mí toda la noche, ¿crees que no me acuerdo? Bueno, en ese momento no lo recordé, pero ahora sí… Esa noche no pasó nada entre tú y yo, ¿verdad?
Se había sincerado y él no decía nada. ¡Cómo odiaba bajar la guardia! Ahora él estaba seguramente disfrutando de haberla vencido. ¡Qué tonta había sido!
Valentín se concentró en seguir abriendo la puerta, entre un movimiento y otro, el alambre del clip que utilizó para su cometido, le hizo una herida en uno de sus dedos.
―¡Mierda! ―Se llevó inmediatamente el dedo a la boca para intentar detener la hemorragia.
―Déjame ayudarte… ―dijo Rafaela, otra vez desconociéndose. ¡Un poquito de sangre no le hacía mal a nadie!
―No es necesario.
―¡Ya, Valentín! En serio, déjame hacerlo. ―Con delicadeza le tomó la mano y con papel higiénico que sacó de su cartera, le limpió el dedo.
Él la miraba encandilado. Por primera vez esa mujer le mostraba que tenía corazón. Se detuvo a mirar sus mechones que bailaban suaves con cada movimiento que ella hacía para curar su herida, su cuello también le llamaba la atención y esa boca, que había besado tantas veces, volvía a pedirle que la acariciara.
Con su mano libre le rodeó el cuello y ella, alzó los ojos para mirarlo. Sabía lo que venía, sabía que él la besaría. No podía resistirse a Valentín, esa era la verdad. Ese hombre sacaba lo mejor y lo peor de ella. Cuando sus labios recibieron a los de Valentín, ella disfrutó cada centímetro de aquella boca. Lo deseaba a más no poder y le encantaría repetir lo de la playa, pero con un final mucho más feliz. ¿Aceptaría él la propuesta de Ciro? Ella, internamente deseaba que fuera así, deseaba pasar más tiempo con Valentín, porque los pocos días que estuvieron separados, se encontró rememorando su cuerpo vibrando con cada roce.
En ese momento, la puerta se abrió.
―Veo que ya resolvieron sus problemas. ¿Estamos ahora en condiciones de hablar de negocios?
Rafaela se alejó rápidamente y se sentó. Valentín solo la miró y también volvió a su puesto.
―¿Es un trato, entonces?
―Y si no queda de otra… ―respondió Rafaela, que no podía dejar de refunfuñar.
―Es un trato… ―aceptó Valentín.
―Bueno, ya saben lo que tienen que hacer. Por lo que acabo de ver, no les va a costar demasiado.
―Esto… lo que viste… no es nada ―aclaró Valentín. Las palabras de él le dolieron a Rafaela. ¿No era nada aquello que había pasado? Por esa vez no le saltó encima, ya vería cómo se lo haría pagar.

Luego de una reunión en donde se comportaron civilizadamente, Ciro les entregó el itinerario de lo que debían hacer, el lugar y cuántos días debían verse las caras al despertar y al acostarse.
―¡Diez días! ―exclamó Rafaela―. ¿Ciro, tú sabes lo que es respirar el mismo aire de este señor? Si no quieres terminar con una demanda por ser el autor intelectual de un homicidio, te aconsejo que renegocies esos días o no respondo de mí.
―Rafaela, no te lo voy a volver a repetir. Esta es tu única oportunidad para quedarte en la editorial. ¿Entendido?
―Luego no digas que no te advertí.
―Ciro, yo no estoy para seguir perdiendo el tiempo. ―Valentín se levantó―. Envíame al correo los detalles del hundimiento de mi carrera y mi persona. No estoy dispuesto a seguir escuchando a esta señorita.
Caminó hasta la puerta de la oficina y salió, dejando a Rafaela y a Ciro asombrados.
―¿Es idea mía o está resignado? ―preguntó Ciro―. ¿Qué le hiciste a Valentín para que calmara ese aire déspota? ¡Está irreconocible!
―¡Quién lo diría! No sé, por ahí se le cayó algo más que su ego. ―Rafaela sonrió―. Bueno, ya que no hay nada más que decir, también me voy.
Cuando Valentín salió de la oficina de Ciro, no podía dejar de pensar en el contraste que Rafaela representaba para su vida. Era como el ying y el yang, la deseaba cerca pero a la vez lejos, bien lejos. Ahora solo era cuestión de horas para volver a tenerla cerca. Y no quería ni pensar a qué cosas tendría que enfrentarse por su culpa.
Estaba parado frente al ascensor cuando sintió sus pasos tras de él. No se volvió, ¿para qué?
―¿Cómo está tu dedo? ―Fue lo primero que dijo ella para entablar conversación.
―¿Me hablas a mí? ―preguntó sin mirarla.
―¿Ves a otro idiota esperando el ascensor?
―Sí, a ti. Pero no te preocupes, ya estamos en confianza. ―Le sonrió y le dio una palmadita en el hombro.
Rafaela se quedó callada unos segundos.
―¿Sabes?, estaba pensando…
―¡Qué bien! Nunca es tarde… ¡Bien por ti! ―Se abrió el ascensor y ambos subieron.
―¡Ah, qué gracioso! No, idiota, en serio… Estaba pensando que ahora logro entender tu seudónimo.
Valentín se tensó… ¡Con qué cosa le iba a salir ahora ésta loca!
―Te escucho…
―¿Has escuchado hablar de la psicología inversa? Por ahí te pusiste Valento para auto convencerte de que debes durar un poquito más, ¿no?
Valentín suspiró para pedir calma pero no lo consiguió, sus instintos iban más allá. La arrastró hasta la pared del habitáculo y pegó todo su cuerpo a ella. El brillo que tenían los ojos de Rafaela le reveló que eso era lo que estaba buscando de él, una reacción salvaje para tenerlo cerca. ¡Bien! Iba a llegar el momento en que ella rogara por tenerlo cerca.
Le acarició la barbilla con la nariz, subió a su boca pero ni siquiera la rozó, le susurró al oído:
―Mira, loquita… Puedo ser el mejor amante del mundo si la compañía lo amerita. ¿No te has puesto a pensar que quizás estar contigo sea toda una agonía? ―Cuando consiguió un gemido ahogado por parte de ella, la soltó y las puertas se abrieron―. Si tu fantasía contemplaba un ascensor, búscate a otro que mis expectativas son mucho mejores… Y no hablo solo del ascensor, sino también de la persona que esté a mi lado. ¿Entendiste, nenita? ―Valentín fue el primero en salir, dejándola excitada y completamente enojada.
Esa tarde, Rafaela se dedicó a comprar lo necesario para el maldito viaje. Lo tomó como una terapia para dejar de pensar en Valentín. No podía engañarse, ese hombre le gustaba y mucho, le gustaba esa mezcla entre el Valentín de sus sueños y el que la enfrentaba a diario. Quizás por eso eligió ropa que jamás había usado; provocadora, diminuta y muy llamativa. ¿Así que tenía expectativas mejores? Bien, a ver si ahora se resistía a sus encantos.
Luego de salir de la peluquería, fue a su departamento, llamó a sus amigas y les contó las novedades.
―¿Te vas a un viaje de reconciliación?
―Es lo que quiere Ciro… Nos seguirán los periodistas.
―Y dentro del pacto está besarlo… ¡Qué sacrificada tu vida!
―Sacrificada, ¡claro que es sacrificada! Valentín puede ser un hombre físicamente irresistible, pero es insufrible…
―Ah, vamos asumiendo poco a poco que el hombre tiene lo suyo ―dijo Lizzy, divertida.
―Epa, ¿tiene que ver la escapadita que se dieron? ―preguntó Alejandra.
―¡Sí! O sea, ¡no! ―Se mordió el labio, nerviosa―. Chicas, debo cortar… Salgo en unas horas rumbo a Acapulco.
―¿Qué está pasando, Rafaela? ¿Te gusta Valentín? ¿Tú y él…? ―Quiso saber Lizzy.
―¡No! Qué asco… ¿cómo se te ocurre?
―Se me ocurre porque estás esquivando el tema hace días.
―Valentín es un hombre insoportable, lengua larga y… ¡Está bien!… Me gusta, pero como se lo digan a alguien ¡las mato!
Alejandra y Lizzy se quedaron mudas.
―Sé que están mordiéndose la lengua para no reírse. No sean así, se supone que son mis amigas ―reclamó Rafaela.
―¡Pero es que eso te costaba tanto asumir! Rafaela, este viaje te viene de primera. Deja de pelearle tanto y empieza a disfrutar que la vida es una sola. ―Lizzy era una romántica que veía amor por todos lados, pero no se había equivocado cuando le aseguró a Alejandra que entre ellos había una atracción indudable.
―Y bueno, debo reconocer que Lizzy tiene razón. Aprovecha ese viaje para hacer las paces. ―Alejandra esperaba que Rafaela hiciera las cosas bien, que si lo quería, no lo estropeara con su arte de alejar a los que le importaban.
―Lo tendré en cuenta. Gracias.
Al cortar la llamada, suspiró. ¿Hacer las paces con él? Estuvo un año deseando sacarlo de su cabeza, o por lo menos volverlo a ver en sueños y ahora que lo tenía, no hacía otra cosa que humillarlo y responder a sus ataques. Estaba igual de cansada que él y quería mostrar la bandera blanca, pero cuando ella bajaba la guardia, él aprovechaba para aplastarla. A parte, luego de lo que había dicho en la oficina de Ciro y en el ascensor, le quedaba más que claro que entre ellos jamás iba a suceder nada.
Hizo las maletas, se vistió con un minúsculo vestido ―ya le estaba tomando el gustito a usarlos―, y terminó de retocar su maquillaje.

Valentín leía el correo que le había enviado Ciro. Se suponía que debía ir a buscar a Rafaela hasta su departamento y en el aeropuerto los esperarían los periodistas del canal de televisión.
Estacionó el auto frente al edificio. Era alto y unas cortinas color sandía le llamaron la atención. ¿Sería el departamento de ella? De solo pensarlo, su amigo fiel se despertó.
―Tranquilo, que estamos en terreno enemigo. ¡Por tu culpa estamos como estamos!
Se bajó y llamó al número del departamento de Rafaela.
―Hola… ―Su voz sonaba más serena de lo que realmente estaba.
―Rafaela, Ciro me dijo que tenía que pasar por ti. Nos están esperando en el aeropuerto… ¿Aló?
Rafaela escuchó a Valentín y cortó la comunicación. ¿Iban a irse juntos al aeropuerto? ¿Tendrían que entrar de la mano y todo? Se puso nerviosa.
Valentín maldijo y pidió al encargado entrar al departamento de Rafaela San Martín.
―Por favor, debo ayudarle a cargar las maletas.
―La señorita Rafaela no lo ha anunciado ―dijo Sebastián.
―Entonces anúncieme usted, pero rápido.
El hombre marcó al departamento y ella respondió a los segundos:
―No es necesario, yo me puedo ir sola.
―Yo lo sé, señorita, pero el hombre aquí insiste y…
―¿Sebastián?
―Sí, él mismo.
―Dígale al señor que ya voy.
Sebastián colgó y miró a Valentín.
―Dice la señorita que…
―¡Ya escuché!
Esperó impaciente en la sala de estar. Mientras tanto, Rafaela comprobaba qué tan bien se veía, pero no quedaba nunca satisfecha. Como dice la canción ¡antes muerta que sencilla!
Veinte minutos después, unas piernas completamente bronceadas, un vestido que poco dejaba a la imaginación y una enorme maleta hacían ingreso a la sala.
Valentín giró para verla y el primero en saludar a Rafaela fue el amigo fiel que tantos problemas le había causado en la playa. La escritora lo notó y sonrió complacida.
―Hola… Ya estoy lista, veo que tú también. ―Fue el saludo de Rafa y Valentín solo pudo tomar la maleta de la mujer, entrelazar los dedos de él con los de ella y salir hacia el auto.
―Podrías haberte puesto pantalones ―carraspeó una vez que la tuvo sentada en el súper auto que la editorial había dispuesto para ambos.
―¿Nervioso? ―preguntó a la vez que cruzaba las piernas. Le encantaba ver incómodo a Valentín.
―¿Yo? ¡Por favor! Ya te dije que tengo expectativas más altas.
Rafaela miró su entrepierna.
―Me parece que tu amiguito no piensa igual.
El rostro de Valentín se encendió, se tomó unos minutos y dijo:
―Vamos a compartir diez días, ¿podemos llevarnos bien y así cumplimos con nuestro trabajo?
―Okey, pero si me provocas, yo voy a responder.
―La única que me provoca eres tú ―dijo Valentín.
―Sí, ya lo creo… ―Descruzó sus piernas y con lentitud acarició la parte interna de ellas.
―No sigas… ―Intentó no mirarla, fijar su vista en el tráfico―. Esto va a terminar mal, Rafaela… Te lo digo en serio. Ya se nos fue de las manos una vez.
―El único que se fue fuiste tú ―atacó Rafaela. Cuando él la miró molesto, ella intentó arreglarlo―, a la clínica. Terminaste en la clínica. ―Rafaela sonrió y esa sonrisa a Valentín cada día le gustaba más.
―¿Ya sabes lo que tienes que hacer? ―preguntó cambiando de tema.
―Sí, lavarme las manos una vez que estemos dentro del avión. ―Valentín rodeó los ojos―. No, es broma. Debemos entrar tomaditos de la mano y hacernos un par de cariñitos para las cámaras. ¿Estás seguro que tu amigo no nos dará un espectáculo cuando te abrace?
―¡Rafaela!
―Está bien, perdón, perdón. Es que es inevitable, lo siento ―dijo la escritora entre risas.
Valentín tuvo que contenerse, incluso él comenzaba a verle el lado divertido. Esperaba que ese viaje por lo menos les otorgara una relación cordial. Muy pronto conocerían qué tanto se podía encender esa relación con tantas oportunidades para estar cerca del otro. O se mataban o se amaban, pero de seguro ninguno de los dos serían los mismos después de ese viaje.





6 comentarios:

  1. Jajajajajaa!! estos dos son fatales!! Tan igualitossssssssssss. espero el capi 11!!!

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  2. Esto es increible, Rafa una genia con ese humor y Valentín tiene un aguante total.....
    Lo único que espero es que llegue pronto el próximo capítulo...

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  3. Ja ja si definitivamente son el uno para el otro

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  4. Jajajajajajaja definitivamente estos dos son bomba juntos!!! Muero por leer el siguiente capitulo.

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  5. Ohhhhhh niña que buenisima historia.....k pareja!!!!!! Jajajaja me encantannnnn.....hasta hoy no la he podido leer entera, bueno todos los capitulos, me meo con estos dos....jajaja deseando ya leer el siguiente....te quiero amiga sigue así eres una numero uno...besotes

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