Capítulo
10
Del odio al amor…
Ciro, sentado en su gran sillón, observaba a la
pareja. Algo extraño pasaba entre ellos; no se estaban peleando y parecían
ignorarse.
Con sus manos enlazadas sobre su escritorio, se
aclaró la garganta para llamar la atención de ambos, que parecían estar
perdidos en algún lugar de la galaxia.
―¿Qué sucede entre ustedes? ―Su dedo índice paseó
de uno a otro y luego se lo llevó a la sien, para sostener con él su cabeza.
―Nada… ―dijeron ambos. Rafaela se cruzó de brazos y
se removió incómoda en su asiento, mientras que Valentín tamboreó sus dedos en
el pie que tenía sobre su pierna derecha.
―Okey… ―Arrastró su asiento hacia atrás y se
levantó para pasear por su oficina―. Ambos han provocado un caos en México,
supongo que lo saben.
―Eso… Ciro, ¿podríamos hablar este tema en privado?
―Rafaela tenía su orgullo, ya lo había demostrado, y si la iban a echar, ni
muerta dejaría que lo hicieran frente a Valentín.
―No. Continúo… Este caos ha traído consecuencias…
―Concuerdo con Rafaela, creo que es un tema que
podemos hablar en privado, Ciro. ―Él ya tenía el orgullo bastante herido como
para que Ciro revelara su mala suerte ante Rafaela. ¡Eso sí que no!
―¡Basta! Déjenme hablar, por favor. ―Estaba
exasperado, intentando introducirlos al tema. Comprometerlos para que aceptaran
ser parte del nuevo trato. Al fin y al cabo, la millonada que él ganaría, solo
era posible si ambos participaban en esa especie de reality―. Esas consecuencias son el interés por un medio de prensa
para cubrir su reconciliación ―enfatizó la palabra y esbozó una enorme
sonrisa―. ¿Me entienden? Ustedes se irán de viaje de reconciliación, todo
pagado por el canal de televisión y… a cambio solo tienen que dejarse ver dándose
unos cuantos besos y listo… Y no solo eso, nos pagarán muy bien. ¿Es o no la
mejor noticia que han recibido en su vida?
―Olvídalo… ―dijo Valentín, a la espera de que
Rafaela también rechazara la absurda propuesta, pero Rafaela se quedó
estupefacta. No podía creer que Valento Ruminó rechazara las cámaras.
―¿Cómo que olvídalo? No sé tú, pero yo necesito
este trabajito… Si es por… ―Valentín abrió los ojos, no creía capaz a Rafaela
para dar a conocer el nefasto rendimiento que había tenido justo en… “eso”. ¿O
sí era capaz?
―¡Ay, ya empezamos mal! Ustedes dos lo echan todo a
perder. ―Ciro debía tomar las riendas del asunto, eran millones en juego―. Tú,
Rafaela, necesitas el trabajo… pero también debes mantenerlo. No quiero
provocaciones entre los dos. Y, Valento, recuerda que aún no decido si te salvo
o no con la reedición de tu libro.
¡Listo! Ciro tenía la sartén por el mango. Sonrió a
sabiendas que esos dos debían hacer lo que él les pidiera y este viaje era una
exigencia sin derecho a reclamos ni pataleos.
―¡Esto es el colmo! No me vas a chantajear, Ciro.
―Valentín se levantó, no iba a ceder así como así, sin imponerse. No pensaba
irse de viaje otra vez con Rafaela, esa mujer era capaz de destruir lo poco que
quedaba de él.
―Tú ves… No hay viaje, no hay libro publicado.
―Sonrió.
―A ver… ―habló Rafaela―. Yo menos voy a estar en un
viaje donde… el señor sevarápido no
quiera estar conmigo. ―Listo, lo dijo. Tampoco iba a quedarse callada a
sabiendas de que el hombre no quería compartir más con ella. Bueno, ahora que
lo pensaba mejor, con lo que acababa de decir las probabilidades de una tregua
se reducían a cero.
―Valento… Grábatelo bien, señorita Rafaela-lengua-larga. ―Intentó
defenderse, pero no afectó en lo más mínimo a la escritora, todo lo contrario,
le dio cuerda para seguir aplastándolo como a un gusanito.
―Por lo menos yo tengo algo largo, aparte del pelo,
claro… En cambio… ―Lo miró de pies a cabeza.
Ciro disfrutaba del espectáculo. Este par
¿reconciliándose? ¡A quién quería engañar! Esos dos necesitaban ese viaje para
bajar la guardia y empezar a enamorarse, porque estaba claro que entre ellos
había un tire y afloje que solo provenía del instinto de doblegar al otro para
hacerlo suyo.
Salió con cuidado, esos dos parecían olvidarse del
mundo cuando se enfrentaban. Una vez que estuvo fuera de la oficina, cerró con
llave y los dejó ahí, discutiendo.
―Cassie, vamos a almorzar…
―Pero… ¿Y ellos, señor? ―Apuntó a la oficina.
―Nada que no puedan solucionar… Les hará bien. ―Le
guiñó el ojo y salieron.
Adentro de la oficina, Rafaela y Valentín se
miraron en silencio durante unos segundos, luego, ella habló:
―¿Y Ciro?
―Seguro se cansó de escuchar tus impertinencias y
se fue. ―Valentín se sentó nuevamente en su lugar y se tomó el puente de la
nariz.
Esa mujer hacía y deshacía con él. Y lo peor es que
a él le gustaba que tuviera ese poder, que usara cualquier artilugio con tal de
someterlo a su voluntad. Estaba agotado y no pretendía continuar con esa
batalla que no llegaba a ningún lado. Necesitaba el maldito trabajo aunque con
ello perdiera su título de macho seductor. Lo cierto era que a Rafaela no podía
seducirla porque ella lo apocaba. Punto.
―¿Cansado de mí? De ti se cansó porque no haces
otra cosa que reclamar. Todo tiene que ser a tu antojo; pues no, su majestad.
Baja de esa nube que hace tiempo perdiste el título de Dios. ―Rafaela también
se sentó y comenzó a hojear una revista. Ciro en cualquier minuto aparecería.
Así, callados, uno mirando al techo y otra mirando
una revista, esperaron más de veinte minutos a que el editor volviera.
―No sé tú, pero yo tengo cosas que hacer. Me voy.
―La mujer se levantó y se acercó a la puerta. No se abría, la puerta estaba
trabajada.
―¡Hey! ¿Qué estás haciendo? La vas a romper.
Valentín se acercó para detener a Rafaela que
utilizaba toda su fuerza para girar la manilla.
―¡Está trabada!
―No, Ciro nos dejó encerrados. ¿Qué pretende?
―¡Lo que me faltaba! Morir encerrada contigo… ―Valentín
ya no iba a responder a ninguna provocación. Quería salir pronto de allí. Buscó
en el escritorio de Ciro algún artículo que le sirviera para forzar la
cerradura.
Intentó e intentó ante la mirada de Rafaela.
―¿No vas a responder nada? ―preguntó ella, más
calmada.
―No ―dijo sin mirarla.
―¿Y por qué? ―insistió.
―Me cansé… ―Se incorporó para mirarla―. Me cansé de
que tu boca solo salgan insultos, que me humilles sin importar delante de quién
estamos, que casi me mates… ¡Me cansé de ti, Rafaela!
―Ah, ¿ves que no es divertido humillar a la gente
delante de otros? Aprende, Valentín. ¿A cuántas personas has tratado como yo lo
he hecho contigo? ¿Alguna vez pensaste en cómo las hacías sentir? Yo solo te
estoy devolviendo un poquito de lo que acostumbras a hacer. ―Se cruzó de brazos
y lo miró esperando una respuesta.
―Mira… ―Se acercó a ella―. Te metiste con mi
hombría y eso no te lo voy a perdonar. ¡Jamás nadie puso en duda lo que soy!
―¿Y por qué te esfuerzas tanto en demostrármelo a
mí?
―¡Porque dudas! Y bueno… ―carraspeó―. Digamos que
no estuve a la altura ese día en la playa ―reconoció bajando la voz.
Rafaela lo miró, pensando si por una vez en todo
este tiempo, reconocía lo que realmente pensaba.
―Estuviste a la altura, Valentín. ―Al escucharla,
él no comprendió―. Sí, estuviste a la altura. Yo te provoqué a sabiendas de lo
que ocurriría. Disfruté, claro que lo hice, no voy a negarlo. Pero no era el
momento de entregarnos el uno al otro. ―Valentín tenía serias dudas si de
verdad esa era la Rafaela que conocía―. Y cuando hablo de estar a la altura, me
refiero a que cuidaste de mí toda la noche, ¿crees que no me acuerdo? Bueno, en
ese momento no lo recordé, pero ahora sí… Esa noche no pasó nada entre tú y yo,
¿verdad?
Se había sincerado y él no decía nada. ¡Cómo odiaba
bajar la guardia! Ahora él estaba seguramente disfrutando de haberla vencido.
¡Qué tonta había sido!
Valentín se concentró en seguir abriendo la puerta,
entre un movimiento y otro, el alambre del clip que utilizó para su cometido,
le hizo una herida en uno de sus dedos.
―¡Mierda! ―Se llevó inmediatamente el dedo a la
boca para intentar detener la hemorragia.
―Déjame ayudarte… ―dijo Rafaela, otra vez
desconociéndose. ¡Un poquito de sangre no le hacía mal a nadie!
―No es necesario.
―¡Ya, Valentín! En serio, déjame hacerlo. ―Con
delicadeza le tomó la mano y con papel higiénico que sacó de su cartera, le
limpió el dedo.
Él la miraba encandilado. Por primera vez esa mujer
le mostraba que tenía corazón. Se detuvo a mirar sus mechones que bailaban
suaves con cada movimiento que ella hacía para curar su herida, su cuello
también le llamaba la atención y esa boca, que había besado tantas veces,
volvía a pedirle que la acariciara.
Con su mano libre le rodeó el cuello y ella, alzó
los ojos para mirarlo. Sabía lo que venía, sabía que él la besaría. No podía
resistirse a Valentín, esa era la verdad. Ese hombre sacaba lo mejor y lo peor
de ella. Cuando sus labios recibieron a los de Valentín, ella disfrutó cada
centímetro de aquella boca. Lo deseaba a más no poder y le encantaría repetir
lo de la playa, pero con un final mucho más feliz. ¿Aceptaría él la propuesta
de Ciro? Ella, internamente deseaba que fuera así, deseaba pasar más tiempo con
Valentín, porque los pocos días que estuvieron separados, se encontró rememorando
su cuerpo vibrando con cada roce.
En ese momento, la puerta se abrió.
―Veo que ya resolvieron sus problemas. ¿Estamos
ahora en condiciones de hablar de negocios?
Rafaela se alejó rápidamente y se sentó. Valentín
solo la miró y también volvió a su puesto.
―¿Es un trato, entonces?
―Y si no queda de otra… ―respondió Rafaela, que no
podía dejar de refunfuñar.
―Es un trato… ―aceptó Valentín.
―Bueno, ya saben lo que tienen que hacer. Por lo
que acabo de ver, no les va a costar demasiado.
―Esto… lo que viste… no es nada ―aclaró Valentín.
Las palabras de él le dolieron a Rafaela. ¿No era nada aquello que había
pasado? Por esa vez no le saltó encima, ya vería cómo se lo haría pagar.
Luego de una reunión en donde se comportaron
civilizadamente, Ciro les entregó el itinerario de lo que debían hacer, el
lugar y cuántos días debían verse las caras al despertar y al acostarse.
―¡Diez días! ―exclamó Rafaela―. ¿Ciro, tú sabes lo
que es respirar el mismo aire de este señor? Si no quieres terminar con una
demanda por ser el autor intelectual de un homicidio, te aconsejo que
renegocies esos días o no respondo de mí.
―Rafaela, no te lo voy a volver a repetir. Esta es
tu única oportunidad para quedarte en la editorial. ¿Entendido?
―Luego no digas que no te advertí.
―Ciro, yo no estoy para seguir perdiendo el tiempo.
―Valentín se levantó―. Envíame al correo los detalles del hundimiento de mi
carrera y mi persona. No estoy dispuesto a seguir escuchando a esta señorita.
Caminó hasta la puerta de la oficina y salió,
dejando a Rafaela y a Ciro asombrados.
―¿Es idea mía o está resignado? ―preguntó Ciro―.
¿Qué le hiciste a Valentín para que calmara ese aire déspota? ¡Está
irreconocible!
―¡Quién lo diría! No sé, por ahí se le cayó algo
más que su ego. ―Rafaela sonrió―. Bueno, ya que no hay nada más que decir,
también me voy.
Cuando Valentín salió de la oficina de Ciro, no
podía dejar de pensar en el contraste que Rafaela representaba para su vida.
Era como el ying y el yang, la deseaba cerca pero a la vez lejos, bien lejos.
Ahora solo era cuestión de horas para volver a tenerla cerca. Y no quería ni
pensar a qué cosas tendría que enfrentarse por su culpa.
Estaba parado frente al ascensor cuando sintió sus
pasos tras de él. No se volvió, ¿para qué?
―¿Cómo está tu dedo? ―Fue lo primero que dijo ella
para entablar conversación.
―¿Me hablas a mí? ―preguntó sin mirarla.
―¿Ves a otro idiota esperando el ascensor?
―Sí, a ti. Pero no te preocupes, ya estamos en
confianza. ―Le sonrió y le dio una palmadita en el hombro.
Rafaela se quedó callada unos segundos.
―¿Sabes?, estaba pensando…
―¡Qué bien! Nunca es tarde… ¡Bien por ti! ―Se abrió
el ascensor y ambos subieron.
―¡Ah, qué gracioso! No, idiota, en serio… Estaba
pensando que ahora logro entender tu seudónimo.
Valentín se tensó… ¡Con qué cosa le iba a salir
ahora ésta loca!
―Te escucho…
―¿Has escuchado hablar de la psicología inversa? Por
ahí te pusiste Valento para auto convencerte de que debes durar un poquito más,
¿no?
Valentín suspiró para pedir calma pero no lo
consiguió, sus instintos iban más allá. La arrastró hasta la pared del habitáculo
y pegó todo su cuerpo a ella. El brillo que tenían los ojos de Rafaela le reveló
que eso era lo que estaba buscando de él, una reacción salvaje para tenerlo
cerca. ¡Bien! Iba a llegar el momento en que ella rogara por tenerlo cerca.
Le acarició la barbilla con la nariz, subió a su
boca pero ni siquiera la rozó, le susurró al oído:
―Mira, loquita… Puedo ser el mejor amante del mundo
si la compañía lo amerita. ¿No te has puesto a pensar que quizás estar contigo
sea toda una agonía? ―Cuando consiguió un gemido ahogado por parte de ella, la
soltó y las puertas se abrieron―. Si tu fantasía contemplaba un ascensor, búscate
a otro que mis expectativas son mucho mejores… Y no hablo solo del ascensor,
sino también de la persona que esté a mi lado. ¿Entendiste, nenita? ―Valentín
fue el primero en salir, dejándola excitada y completamente enojada.
Esa tarde, Rafaela se dedicó a comprar lo necesario
para el maldito viaje. Lo tomó como una terapia para dejar de pensar en Valentín.
No podía engañarse, ese hombre le gustaba y mucho, le gustaba esa mezcla entre
el Valentín de sus sueños y el que la enfrentaba a diario. Quizás por eso eligió
ropa que jamás había usado; provocadora, diminuta y muy llamativa. ¿Así que tenía
expectativas mejores? Bien, a ver si ahora se resistía a sus encantos.
Luego de salir de la peluquería, fue a su
departamento, llamó a sus amigas y les contó las novedades.
―¿Te vas a un viaje de reconciliación?
―Es lo que quiere Ciro… Nos seguirán los periodistas.
―Y dentro del pacto está besarlo… ¡Qué sacrificada
tu vida!
―Sacrificada, ¡claro que es sacrificada! Valentín
puede ser un hombre físicamente irresistible, pero es insufrible…
―Ah, vamos asumiendo poco a poco que el hombre
tiene lo suyo ―dijo Lizzy, divertida.
―Epa, ¿tiene que ver la escapadita que se dieron? ―preguntó
Alejandra.
―¡Sí! O sea, ¡no! ―Se mordió el labio, nerviosa―. Chicas,
debo cortar… Salgo en unas horas rumbo a Acapulco.
―¿Qué está pasando, Rafaela? ¿Te gusta Valentín? ¿Tú
y él…? ―Quiso saber Lizzy.
―¡No! Qué asco… ¿cómo se te ocurre?
―Se me ocurre porque estás esquivando el tema hace
días.
―Valentín es un hombre insoportable, lengua larga y…
¡Está bien!… Me gusta, pero como se lo digan a alguien ¡las mato!
Alejandra y Lizzy se quedaron mudas.
―Sé que están mordiéndose la lengua para no reírse.
No sean así, se supone que son mis amigas ―reclamó Rafaela.
―¡Pero es que eso te costaba tanto asumir! Rafaela,
este viaje te viene de primera. Deja de pelearle tanto y empieza a disfrutar
que la vida es una sola. ―Lizzy era una romántica que veía amor por todos
lados, pero no se había equivocado cuando le aseguró a Alejandra que entre
ellos había una atracción indudable.
―Y bueno, debo reconocer que Lizzy tiene razón. Aprovecha
ese viaje para hacer las paces. ―Alejandra esperaba que Rafaela hiciera las
cosas bien, que si lo quería, no lo estropeara con su arte de alejar a los que le
importaban.
―Lo tendré en cuenta. Gracias.
Al cortar la llamada, suspiró. ¿Hacer las paces con
él? Estuvo un año deseando sacarlo de su cabeza, o por lo menos volverlo a ver
en sueños y ahora que lo tenía, no hacía otra cosa que humillarlo y responder a
sus ataques. Estaba igual de cansada que él y quería mostrar la bandera blanca,
pero cuando ella bajaba la guardia, él aprovechaba para aplastarla. A parte,
luego de lo que había dicho en la oficina de Ciro y en el ascensor, le quedaba
más que claro que entre ellos jamás iba a suceder nada.
Hizo las maletas, se vistió con un minúsculo vestido
―ya le estaba tomando el gustito a usarlos―, y terminó de retocar su
maquillaje.
Valentín leía el correo que le había enviado Ciro. Se
suponía que debía ir a buscar a Rafaela hasta su departamento y en el
aeropuerto los esperarían los periodistas del canal de televisión.
Estacionó el auto frente al edificio. Era alto y
unas cortinas color sandía le llamaron la atención. ¿Sería el departamento de
ella? De solo pensarlo, su amigo fiel se despertó.
―Tranquilo, que estamos en terreno enemigo. ¡Por tu
culpa estamos como estamos!
Se bajó y llamó al número del departamento de
Rafaela.
―Hola… ―Su voz sonaba más serena de lo que
realmente estaba.
―Rafaela, Ciro me dijo que tenía que pasar por ti. Nos
están esperando en el aeropuerto… ¿Aló?
Rafaela escuchó a Valentín y cortó la comunicación.
¿Iban a irse juntos al aeropuerto? ¿Tendrían que entrar de la mano y todo? Se
puso nerviosa.
Valentín maldijo y pidió al encargado entrar al
departamento de Rafaela San Martín.
―Por favor, debo ayudarle a cargar las maletas.
―La señorita Rafaela no lo ha anunciado ―dijo
Sebastián.
―Entonces anúncieme usted, pero rápido.
El hombre marcó al departamento y ella respondió a
los segundos:
―No es necesario, yo me puedo ir sola.
―Yo lo sé, señorita, pero el hombre aquí insiste y…
―¿Sebastián?
―Sí, él mismo.
―Dígale al señor que ya voy.
Sebastián colgó y miró a Valentín.
―Dice la señorita que…
―¡Ya escuché!
Esperó impaciente en la sala de estar. Mientras
tanto, Rafaela comprobaba qué tan bien se veía, pero no quedaba nunca
satisfecha. Como dice la canción ¡antes muerta que sencilla!
Veinte minutos después, unas piernas completamente
bronceadas, un vestido que poco dejaba a la imaginación y una enorme maleta hacían
ingreso a la sala.
Valentín giró para verla y el primero en saludar a
Rafaela fue el amigo fiel que tantos problemas le había causado en la playa. La
escritora lo notó y sonrió complacida.
―Hola… Ya estoy lista, veo que tú también. ―Fue el
saludo de Rafa y Valentín solo pudo tomar la maleta de la mujer, entrelazar los
dedos de él con los de ella y salir hacia el auto.
―Podrías haberte puesto pantalones ―carraspeó una
vez que la tuvo sentada en el súper auto que la editorial había dispuesto para ambos.
―¿Nervioso? ―preguntó a la vez que cruzaba las
piernas. Le encantaba ver incómodo a Valentín.
―¿Yo? ¡Por favor! Ya te dije que tengo expectativas
más altas.
Rafaela miró su entrepierna.
―Me parece que tu amiguito no piensa igual.
El rostro de Valentín se encendió, se tomó unos
minutos y dijo:
―Vamos a compartir diez días, ¿podemos llevarnos
bien y así cumplimos con nuestro trabajo?
―Okey, pero si me provocas, yo voy a responder.
―La única que me provoca eres tú ―dijo Valentín.
―Sí, ya lo creo… ―Descruzó sus piernas y con
lentitud acarició la parte interna de ellas.
―No sigas… ―Intentó no mirarla, fijar su vista en
el tráfico―. Esto va a terminar mal, Rafaela… Te lo digo en serio. Ya se nos
fue de las manos una vez.
―El único que se fue fuiste tú ―atacó Rafaela. Cuando
él la miró molesto, ella intentó arreglarlo―, a la clínica. Terminaste en la clínica.
―Rafaela sonrió y esa sonrisa a Valentín cada día le gustaba más.
―¿Ya sabes lo que tienes que hacer? ―preguntó
cambiando de tema.
―Sí, lavarme las manos una vez que estemos dentro
del avión. ―Valentín rodeó los ojos―. No, es broma. Debemos entrar tomaditos de
la mano y hacernos un par de cariñitos para las cámaras. ¿Estás seguro que tu
amigo no nos dará un espectáculo cuando te abrace?
―¡Rafaela!
―Está bien, perdón, perdón. Es que es inevitable,
lo siento ―dijo la escritora entre risas.
Valentín tuvo que contenerse, incluso él comenzaba
a verle el lado divertido. Esperaba que ese viaje por lo menos les otorgara una
relación cordial. Muy pronto conocerían qué tanto se podía encender esa relación
con tantas oportunidades para estar cerca del otro. O se mataban o se amaban,
pero de seguro ninguno de los dos serían los mismos después de ese viaje.
VALENTINNNNNNNNNNNNN ERES EL MEJOR
ResponderEliminarJajajajajaa!! estos dos son fatales!! Tan igualitossssssssssss. espero el capi 11!!!
ResponderEliminarEsto es increible, Rafa una genia con ese humor y Valentín tiene un aguante total.....
ResponderEliminarLo único que espero es que llegue pronto el próximo capítulo...
Ja ja si definitivamente son el uno para el otro
ResponderEliminarJajajajajajaja definitivamente estos dos son bomba juntos!!! Muero por leer el siguiente capitulo.
ResponderEliminarOhhhhhh niña que buenisima historia.....k pareja!!!!!! Jajajaja me encantannnnn.....hasta hoy no la he podido leer entera, bueno todos los capitulos, me meo con estos dos....jajaja deseando ya leer el siguiente....te quiero amiga sigue así eres una numero uno...besotes
ResponderEliminar