sábado, 12 de septiembre de 2015

Capítulo 3: A pasos de ti




Capítulo 3
A pasos de ti



Rafaela intentaba contarle a su amiga lo que había sucedido dentro de la oficina de Ciro, pero ella parecía estar en otro planeta. Con ojos muy abiertos, perdidos en algún punto del infinito, a brazos cruzados y con pasos lentos, Lizzy caminaba hacia el auto.
―¿Me estás escuchando, Lizzy? ―Rafaela había pasado del asombro a la emoción―. ¡En una semana me voy a México!
―Te escucho, te escucho… ―Se detuvo y la miró a los ojos―. Cuando sepa Ale, te va a envidiar. Lleva planeando un viaje a México hace un año.
Rafaela frunció el entrecejo, se topó con su índice los labios, como si quisiera contenerse, y luego dijo:
―¿Crees que se sienta mal? Podría no decirle…
―¿Estás loca? Vamos que nos esperará con café. Ya la llamé para que lo tuviese listo. Por si te echaban de la editorial, con chocolates y por si eran buenas noticias, con medialunas.
Comer, eso era lo que necesitaba. Podía sentir el olor a café con solo respirar. Y de solo imaginarse comiendo medialunas y chocolates, porque no desperdiciaría aquel bocado, apuró el paso para que Lizzy la siguiera.
Una vez que ambas estuvieron sentadas, con café en mano frente a Ale, Rafa habló de los detalles de la reunión.
―¿Rechazaste ir a España? ―La pregunta hizo eco en la habitación, provocando en la escritora un escalofrío. Sus amigas la miraban esperando una respuesta lógica para tamaña locura de rechazar un viaje que quizás, jamás realizaría.
―No me miren así… ―intentó calmarlas―. Ciro me pidió… más bien, exigió, que para estar allá debía escribir una nueva historia. ¿Pueden creer? A mí no me viene a apurar nadie… Con mayor razón se ahuyenta el muso…
―Musa, Rafa… ―corrigió Lizzy, quien aparte de ser ávida lectora, compartía con algunas escritoras y conocía terminologías que ellas usaban. «La musa inspiradora».
Rafa no refutó nada, movió sus manos, en un claro gesto de que le daba igual, sabían a lo que ella se refería. Punto.
―Lo que quiero decir es que no puedo comprometerme a algo que no sé si vaya a cumplir. ¿Me entienden? Es como cuando me piden que les dé un horario para reunirnos… No puedo porque soy lo más impuntual que hay. ―Sus amigas no parecían comprender, se encogió de hombros y en un tono de voz más bajo, dijo―: Igual… ya estoy arrepentida de haberlo rechazado, pero si miramos el lado positivo, ¡voy a México!
―Rafa… ¿Ya tienes pasaporte?
―¡Mierda!
Se espantó, comenzó a realizar llamadas para averiguar el horario de atención del registro civil, mientras tanto, Lizzy averiguaba con su celular los días que demoraba el trámite.
―Cinco días, Rafa… ¿En cuántos días es el famoso viaje?
Alejandra no necesitó una respuesta, Rafaela con solo mirarla se lo había confirmado… misma cantidad de días.
Salió disparada al registro civil. Si tenía suerte, aún estaban atendiendo público. No tuvo suerte, ¡claro que no la tuvo! La nube negra no la abandonaba nunca.
―Señor, por favor… es que es una emergencia ―decía con voz dulce y desesperada al guardia de seguridad.
―Hace diez minutos que terminó la atención, señorita.
―Es que usted no entiende. Debo viajar a México en… cinco días y si hoy no pido el pasaporte, no puedo ir.
El hombre la miró. No era primera vez que la misma señorita le pedía favores. Una vez había sido para informar que se le había extraviado la cédula de identidad nacional, dos días después, para que la ayudara a anular la solicitud de bloqueo, ya que la había encontrado.
Contrario a lo que Rafaela creía, la suerte sí la acompañaba… Las personas se compadecían de su mala suerte y terminaban auxiliándola. El guardia, lo hizo, pero no sin antes decirle:
―Se le hace costumbre venir por aquí. Y se le hace costumbre tener su reloj atrasado.
―Por favor… prometo que me acabo de enterar de que viajo. ¿Quiere que le pase a mi jefe? Deme un segundo que lo llamo. ―Comenzó a revolver su bolso―. ¿Dónde lo dejé?… Debe estar por aquí… ―De vez en cuando miraba al hombre para pedirle paciencia―. Ya lo voy a encontrar… Es que estos bolsos de ahora son tan grandes y los celulares actuales tan pequeños… ―Sonrió mientras seguía luchando por encontrar el bendito celular para llamar a Ciro.
―Señorita… ―dijo el guardia para que no siguiera esforzándose.
―No, tranquilo… Ya lo voy a encontrar… Solo deme un momento.
―Señorita… No es necesario. Adelante, aún queda una persona más por atender y luego viene usted. Por favor, que sea la última vez.
Rafaela se sintió tan feliz, que debió contener las ganas de abrazar al hombre.
―Gracias, de verdad…
Pasó rápidamente, tanto que no se dio cuenta de quien salía del registro civil. Un hombre, de cabellos rubios y que quizás, en un mundo paralelo, ya conocía.

Valento era una autor de renombre, mediático y bohemio. La farándula siempre andaba tras sus pasos a la espera de verlo con alguna de sus conquistas. Bajo ese seudónimo convivía en un mundo de fantasía y sacaba provecho de los medios, sin embargo, jamás mostraba su verdadera personalidad. Muy distinto a lo que proyectaba, era solitario y con una mochila difícil de soportar. Valento era el escritor, pero Valentín era el hombre que estaba detrás de él.

Hacía una semana lo había contactado una de las más importantes editoriales. Había estado receloso a la idea de aceptar trabajar con ellos. No porque no le gustara como se manejaban laboralmente, sino porque la sede estaba en Chile y él era de México, y para cerrar trato, debía ir hasta allí.
―Ciro necesita que vengas porque los directivos quieren conocerte.
―Pero que vengan ellos. Yo vendo mucho, Leandro. Si me quieren con ustedes, pues vengan.
―Sabemos lo que pides y exiges, Valento. Pero es una reunión importante.
―Voy a lo puntual y me vuelvo.
―Claro, no pretendemos quitarte tiempo ―dijo Leandro entre dientes finalizando la llamada.

Y llegó a Chile para cerrar el trato. Sería la principal estrella de la editorial, le harían publicidad en ese país, ya que no era tan conocido allí, y además, presentaría a escritores nóveles en algunas ferias. Perfecto. Puntos para el currículum que se estaba creando.
Valento era competitivo y le gustaba ser el mejor. No aceptaba menos de lo que creía merecía y, en la reunión que sostuvo con Ciro y los directores esa mañana, golpeó la mesa, exigiendo todo cuanto quería. Y logró salirse con la suya.
―A cada presentación que vaya, se tienen que hacer cargo de estadía y pasajes. Mi nombre le da ingresos a la editorial, es lo mínimo que pueden hacer.
No hubo rechazo alguno a su petición, pero él seguía apretando un poquito más.
―Quiero viajes en primera clase…
Y así aumentaron los requerimientos, los cuales fueron todos aceptados. Salió ganador de la reunión, pasó a la oficina de su amigo Leandro y le agradeció.
―Perfecto todo lo que me ofrecen. Me quedo contento.
―Eso lo exigiste, Valentín. ―Bajó la voz al decir su nombre verdadero.
―Bueno, pero también cedí. Dije que los acompañaría en la feria de México.
Un llamado los interrumpió. Era Ciro quien informaba de una posible incorporación para el famoso evento. Otro llamado, quince minutos después, confirmaba la asistencia de la escritora.
―Tienes una nueva pupila para lo de México.
Valentín bufó. Sabía que tendría que sacarse fotos con ella. No le gustaba tomarse fotografías, pero la profesión exigía exposición para ser conocido, por lo tanto… lo hacía.
―¿Son buenas las nóveles, si quiera? No quiero presentar a alguien que no esté a la altura…
―¿No crees que se te va un poco la mano, Valento? ―Puso énfasis en su seudónimo.
―A ver… quiero rodearme de lo mejor, eso no es malo.
―Pero un poquito de humildad no te haría mal.
―Vamos, Leandro… Me conoces. Sabes que esto es solo a nivel profesional. Personalmente no tengo problemas… pero no voy a llevar mi nombre al lado de una persona que lo pueda ensuciar. Si es mejor que yo, perfecto… pero a mediocres a mi lado no quiero.
¿Realmente Valentín era todo lo que su boca disparaba? Porque durante el tiempo que estuvo dentro de la mente de Rafaela, fue todo un caballero, que ahora, al chocar en la realidad, parecía haber perdido todo tipo de cortesía.
El apuesto hombre se despidió de Leandro y se fue rumbo al registro civil. Debía realizar unos trámites para extender su estadía en Chile hasta que viajara a México con las escritoras nóveles. Eran dos.
Así fue como terminó topándose con un remolino envuelto en un vestido. Alcanzó a apreciar sus piernas y caderas, luego se distrajo con otra mujer que pasaba por la vereda de enfrente y se olvidó de las piernas anteriores.

Mientras era atendida, Rafaela recibió un llamado.
―Hola, Ciro.
―Rafa, necesito reunirme antes de que viajes para explicarte algunas cosas… ¿es posible?
―Ciro… estoy tratando de sacar pasaporte, no sé si alcance a tenerlo para el viaje.
Se escuchó silencio, un tamborileo de dedos sobre el escritorio de Ciro, y luego éste dijo:
―¿En cuál oficina estás?
Bastó conocer el lugar, para que Ciro moviera sus influencias. En dos días, Rafaela ya tenía su pasaporte.

―¡Gracias, Ciro! ―Y no contuvo el abrazo―. Ay, perdón.
―No pasa nada… pero suéltame.
Y por fin quitó sus brazos del cuello del hombre.
―Rafa, te cité porque quiero informarte más o menos cómo será el panorama.
Ella solamente asentía, atenta.
―A esta feria vas tú y otra escritora jovencita. Pero lo que más me preocupa es el mentor que tendrán. Él es muy reconocido en México, y que él las acompañe, es una enorme carta de presentación. Te ruego que lo apoyes en lo que necesite, y no solo eso… ―Se acercó confidente―. Que le tengas paciencia… Es un poco exigente pero es porque sabe lo que quiere de ustedes… Lo mejor. Van a ver que él tiene muy buena relación con la prensa. Aprende de él y no te espantes si ves una cámara.
Rafaela asentía, pero la verdad es que todo lo que Ciro le relataba parecía una telenovela. ¿Cámaras, prensas, exposición? No, eso no era para ella. Ciro quizás solo estaba asustándola.

El día del vuelo, su despiste otra vez la traicionó.
―Ale… tengo un problema ―dijo asustada mientras revisaba su billetera.
En tres horas salía el vuelo y su amiga la había ido a despedir.
―¿Qué te pasó ahora? ―Estaba acostumbrada a los problemas de Rafa. Era todo un caso.
―Mi cédula de identidad nacional… ―Le temblaban las manos mientras buscaba y rebuscaba en su billetera la famosa identificación. No la encontraba, estaba ciega de nervios y desesperación.
―A ver… ¿Pero cómo? Si revisaste todo antes de salir, ¿no? ―Se detuvo e intentó ayudarla buscando en los bolsillos externos de la maleta que llevaba.
En eso estaba cuando un hombre rodeado de periodistas entró al aeropuerto. Rafaela desvió su atención, sintió una pequeña punzada que la recorrió de pies a cabeza, pero en seguida volvió a dedicarse a encontrar lo que tanto buscaba.
―Rafa, mejor siéntate y revisa tranquila.
Lo hizo. Desarmó su maleta allí mismo, intentando ocultar sus pertenencias más íntimas. No estaba allí. Quitó todo de su bolso, uno a uno fueron apareciendo artículos… Rafa tenía de lo que le pidieras ahí dentro, menos el bendito documento necesario para viajar.
―¡No está! ¿Qué hago? ―Miró asustada a Ale.
―Revisa otra vez la billetera.
Lo hizo, lentamente y allí, donde había revisado una y mil veces, milagrosamente apareció.
Debió subirle y bajarle la presión en cuestión de segundos, intentó respirar aliviada y con una sonrisa tímida, dijo:
―Ya la encontré.
Alejandra movió la cabeza, se levantó y arrastró la maleta de la viajera.
―No hay caso contigo… Si no es A, es B.
―Adrenalina pura al lado mío… ―bromeó, para sacarse de encima el tremendo susto que había pasado.

Se despidió de su amiga y realizó todo lo necesario para ingresar al avión. Debió esperar, porque un hombre había pedido exclusividad para ingresar antes que todos los que iban en clase turista.
«Debe ser ese famosillo al que escoltó la prensa». Odiaba a esos tipos. No veía televisión por lo mismo, se creían los dueños del mundo y la verdad es que solo demostraban sus carencias e inseguridades exigiendo siempre más.
Una vez que estuvo sentada, se puso sus audífonos y con una enorme sonrisa, inició su viaje rumbo al lugar de ensueño.
Pocos minutos le duró el relajo. De un momento a otro, en el preciso instante del despegue, una mujer que se sentó a su lado, en un acto netamente instintivo, aferró su mano al brazo de Rafaela, a la vez que le sonreía nerviosa.
―Es mi primer vuelo. ―Se excusó cerrando los ojos.
―Y el mío. ―Rafaela aprovechó la confianza que el miedo les brindaba y se aferró también a su compañera de asiento.
Cuando sintieron que el avión se estabilizaba, respiraron aliviadas.
―Rafaela San Martín… ―Extendió su mano para presentarse―. Pero me dicen Rafa.
―Carolina Lennon ―saludó amigable―. Somos compañeras de editorial. Ciro me habló muchísimo de ti.
―¡Carolina! Sí, también me comentó de tu trabajo.
Y desde ese momento, ya se imaginarán lo que dos mujeres, con temas en común, pueden hacer a mil pies de altura. Quien llevaba la conversación era Rafaela, ya que a Carolina le costaba abrirse, sin embargo, poco a poco, se produjo un ambiente de confianza mutua.

Una vez que estuvieron instaladas en el hotel, decidieron compartir juntas la cena. Pidieron ensalada y agua para acompañar. A ambas les intrigaba lo que vivirían el día siguiente, y eso fue el tema central mientras cenaban.
―¿Estás nerviosa? ―preguntó Rafaela a la vez que se llevaba la copa de agua a la boca.
―Mucho. No he podido dormir.
―Ni lo digas. De seguro esta noche tampoco lo haré yo.
―Es una feria importante ―informó Carolina―. Estuve investigando en internet y de solo ver las fotos del año pasado, se me alteraron los nervios.
―¿Mucha gente?
―El año pasado, Valento congregó a bastante público. Tenerlo este año junto a nosotras, será llamar a la masa.
―Yo… la verdad… No sé quién es. Ciro me dijo que era un tipo exigente y que debemos de estar a su altura, ¿puedes creer?
―¿En qué mundo vives? Es súper conocido…
―En el mío, no en el de un hombre que anda tras las cámaras.
―Dicen… ―confidenció Carolina―, que él no es tan así como se muestra.
―Le gusta la exposición y me desagrada la gente así. ¿Hablan de sus historias? No lo creo. ―Bebió otro sorbo de la copa.
―No sé, mucha atención no le presto, pero dicen que se demoró ocho años en escribir su historia.
Rafaela casi expulsó el agua por la boca, tosió y luego de una carcajada, dijo:
―Ahora entiendo… Su nombre le viene de primera… VA LENTO.
―¡Qué mala! ―exclamó su compañera, soltando también una carcajada.
―Como me lo pintó Ciro, ya me cayó mal. Soy perceptiva, si el tipo no me cierra, nada que hacer.
―Tendremos la oportunidad de compartir con él. Guapo es, simpático no sé.

Valentín había llegado cansado al hotel. Cansado y con hambre, a decir verdad.
―Leandro, ¿podrías decir que me suban la cena a la habitación? Exigí que lo hicieran y aún espero.
―Valentín, me estás agotando. Si tienes hambre, baja al restaurante y pide algo cargado a la cuenta de la editorial.
El escritor lo sacaba de quicio. Eran amigos pero insistía en poner jerarquías inexistentes. Colgó la llamada y apagó el celular. Precisaba un día tranquilo y Valentín no aportaba a ello. Creía conocer los motivos que lo movían para ser así, pero no con él, entre ellos no necesitaba la máscara de ídolo.
El hambre fue más fuerte que los aires superados de Valentín. Entonces, bajó a comer.
Se sentó en la mesa más alejada, ya que era consciente de que algún reportero podría andar merodeando.
Había salido de Chile rodeado de cámaras y llegó a México para encontrarse con una muralla de personas gritando su nombre, disparando flashes y peleándose por alguna declaración. No le gustaba la exposición, pero era necesaria.
Su libro se vendía como pan caliente cada vez que salía en las revistas o programas de televisión; y si fuera bajo perfil, no vendería ni la cuarta parte. Necesitaba el dinero. Mucho. No lo movía la avaricia, sino que eran otras las motivaciones que hacían anteponer su exposición a su felicidad.
¿Era feliz? No lo era. Allí estaba, en su país pero durmiendo en un hotel.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por las carcajadas de dos mujeres. Estaban frente a él, varios metros y las refugiaba una columna de concreto. Tan solo podía ver la cara de una y la mitad de la espalda de otra. Le llamó la atención la primera risa que escuchó. Era muy familiar. Intentó descubrir quién era... pero no le pareció, de espaldas, nada conocida. Conquista no era... él no recordaba ni siquiera el nombre de sus conquistas, menos lo haría con su risa.
―Señor, ¿qué desea? ―El camarero llegó justo para dificultarle la vista.
―Que te corras de enfrente... ―dijo hastiado.
―¿Cómo?
Any way... ―Valentín movió la mano para demostrar poca importancia, y ordenó―: Quiero una ensalada tártara de salmón... Escúchame bien, salmón... Camarón no, porque me da alergia.
―Entendido... ¿Algo más? ―preguntó atento. El hombre acarició su barba, pensando... luego le hizo un gesto para que se desplazara unos centímetros y le permitiera ver de nuevo a ambas mujeres.
Valentín esperó unos segundos, miró de reojo al camarero y luego, dijo despreocupado:
―No... Nada más.
Controló con reloj cuánto demoraban en traerle el pedido. Se estaba volviendo un maniático, un divo. Se esforzaba en demostrar superioridad y ni siquiera entendía para qué. Lo que sí sabía, era que no podía bajar la guardia ante nadie. Necesitaba mostrar ese aire distante, que lo miraran hacia arriba... que murieran por su atención... y por sobre todas las cosas, que lo hicieran por su libro. De eso dependía la seguridad de sus ingresos.

Rafaela, luego de unas horas, acusó cansancio y Carolina la siguió.
―Sí, creo que lo mejor sería irnos a dormir. Mañana empezamos desde tempranito.
―Ciro dijo que vendrían por nosotras a eso de las diez de la mañana ―comentó Rafaela mientras se levantaba de la mesa.
―Espera... no te levantes aún. Atrás tuyo, está Valento ―susurró cómplice―. Mira disimuladamente...
―¿Estás loca? Deja de mirar que se puede dar cuenta. Si el hombre es como dicen que es... No pretendo mantener una discusión precisamente ahora.
―¿No quieres conocerlo? ―dijo bajando aún más la voz.
―Lo conoceré mañana... No tengo apuro.
Carolina revolvió su bolso y sacó su celular.
―¿Qué haces? ¡Ni se te ocurra sacarle fotos! ¡Faltaba más... que yo también me vuelva su fans!
―Nooo... Quiero mostrarte una foto de él... Espera que busco en Google.
Pero la página no cargó... La señal no andaba bien y terminó por desistir para irse cada una a su habitación.

Cuando ya estuvo acostada, Rafaela envió un mensaje a sus amigas contándoles cómo había llegado y les prometió escribir al día siguiente.
La noche se le hizo eterna y una extraña sensación se le había instalado en el pecho y la panza.
Como no podía dormir, se dedicó a escribir un pequeño discurso de agradecimiento.

Así ocupó gran parte de la noche, y para cuando quiso dormir, el sol ya había comenzado a mostrar sus primeros rayos.


11 comentarios:

  1. Buenisimo, no puedo esperar para el siguiente!!

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  2. Ahhhhhhhhh!!!!!! No. Esto es imposible..... Hasta cuando tengo que esperar para el capítulo 4?????

    Esto es increíble... ¿Qué carácter Valentin?

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    1. :) Todo tiene un por qué... El próximo sábado tienen el capítulo 4, a menos que me ponga ansiosa y se los publique antes jajaja!

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    2. Mientra no pasen tantos dias de capítulo y capítulo juro que te sigo queriendo......

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  3. Me encanto!! Cuando tendremos nuevo capitulo?? Ya quiero leer cuando se encuentran cara a cara, que pasara!!!???

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  4. Valeria esto cada día está más interesante, porque eres tan mala y nos dejas así, esperando ansiosa el próximo capitulo

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  5. Bien por fin comencé a leerte, que emoción. .. a seguiré con el próximo ;)

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